domingo, 30 de enero de 2011

El nombre del novio de mi hija

     No sé a cuantos padres les sucede lo que a mí. El otro día, mi hija menor —la que vive en casa todavía— se presentó  con un novio de muchos tatuajes, piernas afeitadas, cejas sacadas y perforaciones con aros y aditamentos bruñidos en la nariz y la lengua. Traté de no dejarme impresionar por el aspecto estrambótico del muchacho y, por el contrario, le sonreí, le extendí la mano y le dije mi nombre seguido del usual «¡Mucho gusto!». Como no me dijo el nombre, se lo pregunté, pero mi hija quien salió un poco respondona como su madre, le hizo una seña para que callase, y me dijo: «No, papi, no. Su nombre es un asunto privado entre él y yo, tú no tienes derecho a saberlo», y continuaron tomados de la mano rumbo al cuarto de ella.
     Me quedé más frío que cuando el huevazo de Tipo Común al gobernador Fortuño. Así que no me quedó más remedio que agarrar el periódico y sentarme a leerlo como si nada hubiera ocurrido. Sin embargo, en la página 14 encontré la explicación a la conducta de mi hija bajo el titular: Gobernador Fortuño niega nombres de criminales indultados. La noticia daba cuenta de que el gobernador había concedido indultos a tutiplén por delitos como corrupción gubernamental y asesinato, pero que rehusó revelar el nombre de los indultados para no afectar el derecho a la «intimidad» de ellos. Es evidente que mi hija, quien admira tanto a Fortuño porque es cute, ha sufrido su mala influencia.
     Ahora solo me resta esperar por que Julian Assange salga de los líos que tiene con la justicia británica y publique en Wikileaks los nombres de los indultados de Fortuño, junto al nombre del novio de mi hija. ¡Qué más puedo hacer! 

sábado, 22 de enero de 2011

¿Boricua, hispano y americano?

     En estos días soñé que el gobernador Fortuño se había ido de viaje a España a tratar de persuadir a inversionistas de que hagan negocios en Puerto Rico ahora que el Superintendente de la Policía asegura que se ha reducido la criminalidad. (No estoy seguro de que esta parte del Súper la soñara en ese sueño, o si fue que la leí en el periódico en el sueño de la noche anterior). Pues no bien lo entrevistaban, aquel sueño se me volvió pesadilla, pues un periodista de lo insólito, de los que por aquí andan tirando cascaritas y con agendas escondidas para hacerle daño a nuestro gobernador, le hizo la pregunta: «El puertorriqueño ¿es latinoamericano o estadounidense?». Con la pregunta comenzó mi agitación, que luego aumentó con su respuesta de que el puertorriqueño es «boricua, hispano y americano», o sea, algo así como 3-en-1.

     Cuando digo que el sueño se volvió pesadilla es porque seguí soñando que sus palabras llegaron a Puerto Rico y que aquí las malinterpretaron. Sí, porque boricuas somos por ser de Borikén, e hispanos y americanos por pertenecer a tierras conquistadas en América por España. Pero no, aquí lo tergiversaron todo y comenzaron a mezclar la ciudadanía norteamericana impuesta a los puertorriqueños en 1917 con nuestra nacionalidad. Incluso le imputaron a Fortuño haber dicho que «Puerto Rico es Estados Unidos desde 1898», como si él —que es abogado— no supiera que lo dicho por el Tribunal Supremo de Estados Unidos es que, a partir de 1898, «Puerto Rico pertenece a, pero no es parte de» Estados Unidos. Afortunadamente, desperté, aunque un poco sudoroso por la emoción, cuando alguien en el lugar de la entrevista gritó: «¡Pues, que viva Borikén!», y Fortuño, con su puño derecho crispado, respondió: «¡Pues no, que viva el Tea Party!».

     Menos mal que fue un sueño.

martes, 18 de enero de 2011

Banderas a asta y media

     Sesenta y cinco asesinatos en diecisiete días de lo que va del año, y el Súper de la Policía dijo ayer que, aun así, esta cifra es menor que la correspondiente a esta misma fecha del año pasado. Esta vez no le tembló la voz ni la quijada como suele suceder cuando habla de los estudiantes universitarios en huelga. Sí tenía la mirada de un arriero acorralado. Pero José Figueroa Sancha dijo más, dijo que hay una merma en los delitos de robo, violación, agresión agravada, escalamiento, apropiación ilegal y hurto de automóviles. Sería por eso que yo dormí tan plácidamente anoche. De hecho, soñé que el gobernador se había ido para España a buscar inversionistas para Puerto Rico ante este escenario de sana convivencia.
     Para acoger noticias tan alentadoras como las de ayer, el gobernador debería ordenar que se le añada media medida a las astas de las banderas del país. De manera que, cuando la noticia sea infausta, él pueda ordenar que las banderas del país se arríen a media asta —como lo hizo estos días cuando murió Johnny, «El men»— y que cuando las noticias sean tan positivas como las del Súper —¡solo cuatro asesinatos al día!—, el gobernador pueda ordenar que ondeen a asta y media.
     En fin, que Figueroa Sancha ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

sábado, 15 de enero de 2011

Cuento escrito con renglones torcidos 1

[Cuento]


El hijo muerto es el tuyo

                                                  Hiram Sánchez Martínez



     La mujer se quedó dormida junto al recién nacido y, en una rotación involuntaria de su cuerpo, lo aplastó. No lo supo hasta que, aún dormida, la dolorosa hinchazón de sus tetas la despertó. Echando de menos el llanto frágil de su hijo en la madrugada, se percató de que el bebé no respiraba y su cuerpo estaba yerto. Al ver que nada podía hacer para revivirlo, tomó el cadáver y, atravesando la sombra espesa de aquella casa de lenocinio, lo llevó sigilosamente a la habitación contigua donde descansaba la otra recién parida de dos días. Le colocó el niño muerto en su regazo y volvió a la habitación con el bebé que no era suyo. Luego, lo atosigó de su néctar de calostro para que no llorase.

     Al comenzar a clarear, Karen se disponía a amamantar a su hijo cuando notó la inusual quietud del bebé y la frialdad de su cuerpo. Entonces lo miró. No creyendo lo que veían sus ojos, encendió una lámpara y entendió perfectamente lo sucedido. Sin esperar a que nadie de la casa despertase, llegó hasta la puerta de la habitación de la otra meretriz, y la llamó con palabras urgentes y golpes contundentes de sus nudillos:
     —¡Judit, Judit, devuélveme a mi hijo! ¡Quiero a mi hijo!
     La luz se hizo en las tinieblas de las habitaciones aledañas y las mujeres comenzaron a salir de su somnolencia, desprovistas a esta hora de los abalorios de su oficio, y envueltas en una mezcla atiborrada de olores rancios.
     —¿Qué sucede mujer, qué te han hecho? —preguntó la matrona.
     Karen relató su historia. Judit, sin embargo, negó la imputación y alegó que el hijo vivo era el de ella y no pensaba cedérselo a Judit que, según Karen, era evidente que estaba fuera de quicio. Judit sostuvo al hijo vivo apretado contra su pecho mientras él succionaba con fruición uno de los pezones de su madre putativa. Karen intentó rescatarlo de brazos de la usurpadora pero Judit, en una reacción de prestidigitadora, lo alejó en seguida y lo condujo a su habitación.
     La matrona, que igual que las demás meretrices del local no podía distinguir cuál era el hijo de cuál, les ordenó que se presentaran esa misma mañana al palacio del rey para dirimir la controversia.
     Cuando llegaron, las hicieron pasar donde el paje de bolsa, pero éste, al escuchar la naturaleza del pleito que traían ante su amo, y sabiendo que un año antes el rey había resuelto personalmente una disputa de esta misma índole, consultó el asunto con el ministro de justicia.
     —Una sentencia como la dictada el año pasado está reservada al rey. Pásenlo a su jurisdicción.
     Menos de dos horas después, la mujeres se encontraban en la presencia del rey. De no ser por su indumentaria, ninguna de las dos lo hubiese reconocido como su señor. Era joven, de barba bien cuidada y sin canas, y su voz sobresalía no por su autoridad, sino más bien por su ternura.
     Escuchadas las versiones de las dos mujeres, dijo el rey:
     —¿A quién de ustedes debo creer? Una de ustedes dice: «Éste es mi hijo », y la otra replica: «No, no es de ella, sino mío». Las testigos no pueden identificar a la verdadera madre pues, para colmo, por lo reciente del nacimiento los dos niños se parecen. Díganme ustedes mismas qué quieren que haga, pues si no se ponen de acuerdo, yo decidiré.
     Las dos mujeres se miraron perplejas. ¿Para qué, sino para que él decidiera, habían acudido ante él? Y casi al unísono comenzaron nuevamente a decir: «El vivo es el mío, el hijo muerto es el tuyo». Entonces el rey las interrumpió y, mirando al paje de armas, le ordenó, esta vez con una voz seca de autoridad desprovista de todo trazo de blandura:
     —¡Tráeme una espada!
     Cuando la tuvo en sus manos, la entregó a uno de los guardias y le dijo:
    —Parte en dos al niño vivo, y entrégale una mitad a cada una.
  Entonces, ambas mujeres enmudecieron de pavor y contemplaron atónitas cómo el guardia tomó al bebé por los tobillos, lo alzó en el aire y, de un solo golpe de espada, lo dividió en dos.

© 2011 Hiram Sánchez Martínez

jueves, 13 de enero de 2011

De "Cuentos inveraces para ser creídos"

[Cuento]

El viaje de las letras

Hiram  Sánchez Martínez



Todas abordaron el mismo vuelo de Iberia que las conduciría de San Juan a Madrid. Viajaban en primera clase, no por la abundancia de sus recursos, sino por la cortesía de un centro cultural de la Isla que quería reconocerles sus aportaciones a la riqueza de la lengua. La primera en abordar el Airbus 340 fue doña Eñe, de timbre fañoso y una tilde ondulada a manera de pamela tropical adecuada a un viaje como éste. Había acudido temprano al aeropuerto y se había colocado cerca de la puerta de abordaje para cuando llamaran el vuelo. No lucía cansada como la señora Hache, pero la duración de un viaje de siete horas le causaba bastante ansiedad.
A la señorita Diéresis no la dejaron abordar el avión sola y se vio obligada a viajar con la señora U. Siempre le pasaba lo mismo. «Sin la U no soy nadie», se quejaba, a sabiendas de que nadie podría consolarla. Por fortuna, la U y la Diéresis eran tan unidas que podían viajar en un mismo asiento y con un mismo pasaporte sin que nadie percibiera que esta Ü era distinta de su hermana U.
Las siamesas Ce y Hache ocuparon un asiento doble y, de hecho, tuvieron que pagar una tarifa aumentada. Tan acostumbradas estaban a esa existencia acoplada que llegaron a sentirse una sola letra, a quienes todos se referían como doña Che. Se creían la Binidad del idioma español. Aunque juntas han mantenido la representación de un fonema útil, la Academia se ha encargado de bajarle los humos de la cabeza y les ha retirado el escaño que ostentaron por siglos en el diccionario. Simplemente la han remitido a los dominios de doña Ce, donde hoy vive sin la vistosidad de los blasones que su abolengo demanda.
La señora Hache lucía cansada, más bien triste. Había perdido la voz. Era la única muda del grupo. Quizás por eso celebraba la mutación de las siamesas Ce y Hache, aunque éstas se creyeran un regalo de Dios a los hispanohablantes.
El Airbus se despidió del Caribe temprano en la noche y se internó en un océano de absoluta oscuridad viajando siempre hacia el noreste. Por siete horas se desplazó serenamente sobre las aguas que una vez permitieron a Colón hacer la misma travesía, pero empujado por el viento. Solo alguna que otra sacudida esporádica perturbaba el sueño de pasajeras tan exclusivas que ansiaban pisar el suelo del que una vez salieron.
A pesar de sus existencias centenarias y su dispersión por el mundo, las letras nunca se concibieron fuera de ellas mismas. Aunque siempre convivieron juntas en los mismos espacios labiales, dentales, paladares y velares que les dieron vida, y en los libros y diccionarios que las acogieron, nunca tuvieron la necesidad de concertar esfuerzos para sobreponerse a estos ataques inusitados a su supervivencia. Ahora, en viaje a Madrid, apenas pueden contener la emoción. Desde Puerto Rico, acaban de presenciar cómo la Comunidad Económica Europea había propuesto el destierro de doña Eñe de los teclados de sus ordenadores (por razones puramente de mercadeo, ¿qué si no?) y cómo la reacción oportuna y la actuación categórica de los ciudadanos, las Cortes y la Real Academia Española habían derrotado esa proposición descabellada, por no decir, vulgar y ofensiva. Su misión era recabar el apoyo de la Real Academia y de otros sectores interesados.
Llegaron a Madrid a media mañana. En el aeropuerto de Barajas confrontaron la primera dificultad. El funcionario de Inmigración no entendía por qué ellas alegaban ser ciudadanas de Puerto Rico, pero su pasaporte era de otro país y estaba escrito en inglés. Doña Eñe, con su voz fañosa de soprano, trató de razonar con él lo mejor que pudo. En una conversación de algunos minutos que suscitó incomodidad y desespero entre los que aguardaban detrás de ella en la fila, comenzó sus explicaciones con el segundo viaje de Colón. Cuando llegó a la Guerra Hispanoamericana, le endilgó el reproche que como funcionario de España se merecía por el traspaso hecho a los invasores, sin consultar a nadie, y eso fue suficiente para que el hombre respingara impaciente y apartara a doña Eñe de la fila para que otro funcionario viniera a hacerse cargo de la situación. Las demás letras exigieron el mismo trato, y a éste no le quedó más remedio que conducirlas juntas al área de interrogatorios.
El superior de Inmigración tuvo que escuchar la lección de historia de doña Eñe, esta vez con la participación de las demás letras, que intervenían para suplir datos, rectificar fechas o simplemente insertar algunos reproches de los que el funcionario no se hacía cargo. Al cabo de un rato, el hombre desapareció por más de una hora. A su regreso, les explicó que solo podrían ingresar al país con el pasaporte norteamericano: doña Ce, doña Hache, doña Che y doña Ü (era evidente que doña Diéresis, coronando a doña U, había burlado una vez más a Inmigración). El superior les explicó que la Embajada de Estados Unidos en Madrid no reconocía como ciudadana suya a doña Eñe, por lo que el Gobierno Español se vería forzado a regresarla en el próximo vuelo de Iberia o de American Airlines. Según la Embajada, la expedición del pasaporte de doña Eñe había sido un error burocrático y que el único modo de convalidarlo sería que ella fuera conducida directamente desde Barajas a la Embajada, donde doña Eñe estaría obligada a renunciar oficialmente al uso de la tilde. La Embajada no objetaría que ella usara su pasaporte como «dona Ene». Las otras letras que viajaban con ella no tendrían problemas porque también eran letras del inglés, aunque a veces se pronunciaran distinto en español.
Doña Eñe escuchó con mucha paciencia las explicaciones del superior. Entonces, pidió la oportunidad de reunirse a solas con sus demás compañeras de viaje quienes, a pesar del aletargamiento y el cansancio del pasaje transatlántico, se mantenían atentas al desarrollo de este extraño incidente. Luego de conferenciar entre ellas, doña Eñe le suplicó al funcionario que le permitiera hacer una llamada telefónica.
—Usted no está arrestada, no tiene derecho a un abogado ni a ninguna llamada telefónica.
—Nuestro interés es conversar con algún representante de la Real Academia.
El hombre no halló que una cortesía como ésa pudiera lesionar algún interés jurídico de España o de Estados Unidos, y en cuestión de minutos había alguien al habla con doña Eñe. Solamente podía escucharse lo que ésta argumentaba:
—Somos letras puertorriqueñas. Gracias, gracias, pero no todos los ciudadanos españoles comparten esta bienvenida… Sí, sí, claro, claro. Voy al grano. Ya los españoles pasaron por esto. La Academia desempeñó un papel preponderante en evitar que se suprimiera de los teclados de las computadoras vendidas en España la tilde de la letra eñe y que se incorporara al uso del lenguaje de la Internet. Ustedes ganaron la batalla, pero nosotros la estamos perdiendo. Ya han desaparecido de nuestros teclados la eñe, la diéresis y los signos iniciales de interrogación y exclamación… ¡Pues, claro que el Instituto de Cultura lo sabe!... ¿Perdón, la qué?... ¿La Academia Puertorriqueña? Suponemos que sí, también… Bueno, por supuesto que sí, que es una batalla nuestra, pero… ¿Cómo que no pueden?... ¡Aló, aló, aló…!  ¡CooÑÑÑoooo!




Tomado del libro Cuentos inveraces para ser creídosLetra 2 Editores, © 2009 Editorial Letra 2, Inc., www.letra2editores.com. Reproducido con permiso de la editorial.