miércoles, 27 de abril de 2011

27 de abril

Ese día conocí a Estelita (aclaro que distinta a «la de la cara bonita, a la que le gusta pecar»), y me enamoré de ella. Quedamos en que nos veríamos esa misma noche, frente a la biblioteca Lázaro, a las siete y media. Llegué como a las siete y diez, y me aposté a la entrada para asegurarme de que ella no entraría sin que yo la viera. Pero, dieron las siete y media y, luego, las ocho menos cuarto. A las ocho, vino la decepción.
Burlado, entré a la biblioteca, sólo con mi pesadumbre y un libro de lecturas sobre la Rusia bolchevique. Ocupé una mesa redonda de cuatro sillas vacías. Mi agobio por el desplante no permitía concentrarme; leía un párrafo y levantaba la vista, leía otro y repetía la acción. Hasta que noté que en la mesa de enfrente, también redonda y de cuatro sillas, había una pareja que supuse de novios, que ocupaban dos; ambos leían. Ella, una muchacha muy bonita, me quedaba de frente; él, en la silla contigua, de perfil.
Habrían pasado alrededor de veinte minutos cuando me percaté de que los novios, a pesar de estar sentados una junto al otro, no hablaban entre ellos. Y fue entonces cuando me planteé la posibilidad de que no fueran novios. Decidí averiguarlo.
Tomé mi libro, me levanté, caminé hasta su mesa, me dirigí a ella y le hice la pregunta cuya contestación ya conocía:
—¿Está ocupada esta silla? —mientras le señalaba la más cercana a ella.
—No —me respondió, mientras su novio me daba una mirada con algo de indiferencia.
—¿Entonces me puedo sentar?
—Claro —dijo ella.
Durante los próximos quince minutos yo me quedé observándola de reojo y me encantaron más sus facciones. Aunque en el fondo dudaba de que el tipo que ahora me quedaba de frente fuera su novio, debía ser cauteloso; porque hay novios así de lejanos. Sin embargo, decidí que no me iba a pasar lo mismo que con Estelita; no esta vez. Así que me la jugué fría y le pregunté quedamente:
—¿Son ustedes novios?
Al contestarme, puso una expresión un tanto enigmática. 
No es éste el momento de narrar el resto de la historia. Eso ocurrió el 27 de abril de 1971, hace hoy 40 años. Pero, todos los años, en esta misma fecha, me alegro tanto de que Estelita me hubiera dejado plantado esa noche. ¿Verdad, Iris?

domingo, 24 de abril de 2011

¡Que venga el primer exhibit!

Para los que no lo sepan, la cláusula constitucional de separación de Iglesia y Estado es el resultado de siglos de experiencia del ser humano y del desarrollo del pensamiento político a partir del Renacimiento. En la constitución de Estados Unidos —de donde proviene la nuestra— esa cláusula tuvo el propósito principalísimo de proteger a las distintas iglesias de la indebida intromisión del Estado en sus asuntos de fe (los fundadores de esa nación venían de una tradición de persecuciones y torturas «oficiales»). Nunca tuvo el propósito de evitar que los ciudadanos «creyentes» opinaran sobre los asuntos del Estado. Traigo este asunto a colación porque leo, en el periódico de hoy, que dos ateos confesos están «irritados» por las ceremonias y cultos que las iglesias y sus feligreses celebran en esta Semana Santa, con la sanción jurídica del Estado (declaración del Viernes Santo como feriado oficial).
Aunque este no es el lugar para discusiones filosóficas ni jurídicas sobre la cláusula constitucional de separación de Iglesia y Estado, diré que la jurisprudencia del Tribunal Supremo de Estados Unidos nunca ha propuesto que los fundadores de su nación intentaron establecer un Estado absolutamente laico y ateo («In God we trust», ¿lo han leído en el billete de a peso, el mismo que tiene la imagen de Jorge Washington?).
Reconozco que los actuales funcionarios —particularmente los que pertenecen al partido gobernante— son muy dados a reaccionar a los lineamentos que imponen ciertos grupos militantes del protestantismo fundamentalista, y que moldean sus ejecutorias legislativa, ejecutiva y judicial para complacer a estas facciones de orantes emperejilados. Ha sido evidente que, más que para servir al bien común, las decisiones de los funcionarios son para agradar a estos sectores de votantes «entregaos» que, por alguna razón, aquellos perciben como de superior fuerza electoral que la que tiene la mayoría de los electores no fundamentalistas del país. (Hago mutis de la aritmética de suma y resta de los votos).
Los organismos del Estado existen para velar por que se respete la dignidad del ser humano y para garantizar todos los derechos naturales que de ella se derivan. Si terrible es que un sector de creyentes quiera imponerle sus creencias a los demás creyentes y no creyentes del país, peor es que los no creyentes pretendan imponer el ideario ateo a todos los miembros de la sociedad. Esto ya lo trataron Lenin y Stalin en Rusia y fracasaron; y sus imitadores caribeños —dos hermanos consanguíneos— han podido ser testigos del mismo fracaso.
En fin, que en vez de estos dos ateos estar despotricando contra los demás ciudadanos por creer «las fantasías», según dicen, de las doctrinas cristianas, y al gobierno por estar patrocinándolas con el feriado del Viernes Santo, me gustaría escuchar sus argumentos científicos e históricos a favor de «la otra fantasía», la de que todo cuanto vemos se hizo solo, y que los seres humanos somos (lo mismo que una mascota) únicamente carne y neuronas, pero no espíritu. 
¡Que venga el primer exhibit!

sábado, 23 de abril de 2011

Mi esposa, no mi mujer

Hoy cumple años mi esposa, no mi mujer. Comienzo con esta aclaración porque algunos amigos que leen este blog, me preguntan que si mi esposa no se molesta con que continuamente haga referencia a ella en lo que escribo, en particular porque, a veces, utilizo situaciones que pudieran ser mortificantes para cualquier mujer.  Siempre les digo lo mismo: pierdan cuidado, «mi mujer» es un personaje y, como tal, puedo imputarle cualquier tipo de conducta producto de mi imaginación o inspirada por otras mujeres.
Mi esposa, en cambio, es la que tiene nombre propio —Iris Mercedes Barreto Saavedra—, la de Quebradillas, la que me ha acompañado por casi cuarenta años a marcha variable, a distintos ritmos, pero siempre con muy buen aire y semblante. Es a quien le permito que interrumpa mi escritura, o mis lecturas, para requerirme que vaya a la cocina a fregar los trastes que he dejado sin lavar. A «mi mujer» —el personaje— no le permitiría una cosa como esa y la denunciaría inmediatamente ante ustedes, mis lectores.
A pesar de todo, para que vean, ayer por la tarde mi mujer me pidió el carro prestado y se lo presté. Luego, cuando mi esposa se enteró, vino a reclamarme el mismo privilegio: «A ti no —le dije—, a ti no porque siempre que te lo presto llega con una ralladura nueva». Cuando me fui a acostar, todavía podía escucharlas discutiendo (a mi esposa con mi mujer) por esos celos del carro y cosas así, claro está. Sin embargo, yo me hice el distraído, pues sé que, a su manera, ellas se entienden.
Así que, a Iris, mi esposa: ¡Feliz cumpleaños! (Y ojalá que mi mujer no se entere, pues no recuerdo la fecha del suyo).

viernes, 22 de abril de 2011

Cuestión entre Miguel Bosé y yo

Las cartas sobre la mesa: lo que narro hoy no es producto de mi imaginación; realmente ocurrió.
El año pasado, cuando iba con mi esposa y mi hija de 27 años hacia Italia, hicimos escala en el aeropuerto Barajas de Madrid. Mientras veíamos los monitores para asegurarnos de que nuestro vuelo no hubiera sufrido alguna demora ni que hubiese variado la puerta de abordaje, se detuvo al lado nuestro un individuo alto que llamó inmediatamente la atención de mi hija (casi tan alta —5’ 11”— como él). De inmediato ella bisbiseó a mi oído: «Este es Miguel Bosé». Y, en efecto, lo era. En ese momento no había ninguna otra persona en el lugar.
Ella, que tenía su cámara en la mano, me la entregó y le preguntó: «¿Permite que mi papá nos tome una foto?». El hombre permaneció leyendo la pizarra electrónica y, sin siquiera mirarla, giró sobre sus talones y dio unos pasos hasta los monitores del frente. Aunque yo sabía que Miguel Bosé la había escuchado perfectamente, no me rendí y le dije a ella: «Vamos, pregúntale otra vez». Y otra vez sufrió ella el mismo desplante. Al ver la cara de desaliento que puso —de las que ponía de niña cuando yo le negaba algún permiso—, pronuncié para mis adentros toda clase de imprecaciones contra él, de las mismas de que es capaz un puertorriqueño en…fogonado. Eso sí, mientras él se alejaba dije por lo bajo: «Soberbio parejero».
Hoy El Nuevo Día me da la razón. El titular es: «Al descubierto sus pecados: La ropa sucia se lava en casa, pero estos artistas no han tenido reparo en gritar a los cuatro vientos sus vicios capitales». Bajo el pecado capital de «Soberbia», y justo al lado de una foto suya, aparece el siguiente texto:
Casi cualquiera se ofendería de ser tildado de soberbio; menos Miguel Bosé, quien además disfruta ser considerado como tal: «Me gusta que me llamen soberbio, primero porque lo soy y lo llevo muy bien, y porque lo resuelvo con mucha ironía, por eso no me molesta. No es un pecado capital la soberbia. Es la capital de los pecados».
Como dicen los abogados: A admisión de parte, relevo de prueba. Ahora, Miguel Bosé, haciendo alarde una vez más de su impúdica franqueza publicitaria (ya antes había dicho a los cuatro vientos que sólo le gustaban los hombres), admite que es soberbio y que lo disfruta. Pues qué bueno que me lo haya aclarado, qué bueno que mi hija y yo sepamos que su parejería no fue nada personal, y que se trató ciertamente de la manifestación casual de un defecto de su carácter. Yo, que también tengo mis defectos, me complaceré en no volver a comprar sus discos y en no pagar cinco centavos por asistir a alguno de sus conciertos futuros en Puerto Rico.
Ah, la foto. Pues mientras él se hacía el desentendido mirando la pantalla de información, mi hija se colocó junto a él y yo oprimí el obturador. ¿El resultado? La foto de una mujer hermosísima sonriendo junto a un «soberbio parejero» de perfil. Aquí la tienen:

jueves, 21 de abril de 2011

El lavatorio del humilde

Hoy es Jueves Santo y por televisión se muestra un ritual antiquísimo: a Benedicto XVI enjugando el agua vertida previamente sobre los pies de doce hombres sentados junto al altar mayor, y luego besándoselos. Para no entrar en una porfía con los que no creen en el origen, permanencia y necesidad del rito, bastará decir que es un gesto simbólico de humildad en recordación de lo que hizo Jesús en la última cena pascual. Y alrededor del mundo los demás obispos, presbíteros y diáconos emulan esta seña de sumisión para que no se olvide que mejor que ser servido es servir. Parte trascendental de la doctrina cristiana, ¿no?
Pues, ojalá el gobernador Fortuño «coja escuela» y aproveche este ejemplo de humildad y, en espíritu de obediencia cristiana a la voluntad del pueblo, realice su propio lavatorio. Me lo imagino rodilla en tierra —entre Rivera Shatz a un lado, quien le sostiene la palangana, y Jennifer González, al otro, que le sujeta una toalla azul y blanca—, vertiéndole agua en los pies a Alexis Massol (de Casa Pueblo), a Papo Christian (del Residencial Manuel A. Pérez), a Jorge Oyola (líder de la Comunidad Especial Los Filtros), a Arturo Ríos (líder estudiantil en huelga de la UPR), al congresista Luis Gutiérrez y a otros siete (ponga usted los nombres). En el primer banco del templo me imagino sentados al Súper de la Policía, al coronel Sergio Rubín y a una escuadra de la Fuerza de Choque, quienes se han pasado toda la tarde ensayando sus papeles de soldadesca romana para la procesión de mañana, Viernes Santo.
Me levantaré del banco y me iré antes de que se me ocurra imaginarme al Gobernador besándole los pies a Luis Gutiérrez.

viernes, 15 de abril de 2011

Fortuño... el riquitillo

El Gobernador Luis Fortuño y su esposa Luz Eufemia Vela acaban de revelarle al país que en 2010 se ganaron $407,045, es decir, $33,920 mensuales. Con unos ingresos familiares como esos, podrá imaginarse cómo él pudo despedir a 30,000 padres y madres de familia, la mayoría de los cuales ganaban en un año mucho menos de lo que él y su mujer se ganan en un mes. Así, mientras los despedidores de empleados públicos viven en la opulencia y duermen todos los días a pata ancha (en casa y cama ajena, pagadas por nosotros, claro está), los despedidos tienen que sortear a solas su desgracia, las muchas noches de desvelo y sus desesperanzas a granel . Lo «inveraz» de todo esto es que Fortuño se crea con derecho, y con la posibilidad, de ser electo otra vez. ¿Será que está peleando en la misma categoría de Hollie Dunaway, la de peso paja? Habrá que ver.