miércoles, 29 de junio de 2011

Llueve y no escampa (Microrrelato)

[Microrrelato]

Entonces una voz, como del Cielo, le hizo saber que las cosas no podían seguir como iban, por lo que el hombre debía construir un arca antes de que comenzara la lluvia. Y, siguiendo sus instrucciones, el hombre construyó un arca con las dimensiones mandadas, a la que subieron parejas de todas las especies; macho y hembra subieron. Comenzando a llover, el hombre le pidió a sus tres hijos que subieran junto a sus mujeres, pero estos se negaron diciendo que subirían acompañados únicamente de sus novios. El hombre, muy comprensivo, los dejó subir a bordo con ellos, sin las mujeres, y levó anclas. Pero antes de que se cumplieran cuarenta días de lluvia, la mujer del hombre se le acercó a decirle que a ella le había llegado la menopausia.

© 2011 Hiram Sánchez Martínez

martes, 28 de junio de 2011

De solo golpear el suelo

Esta mañana escuché a Inés Quiles decir, en su programa de radio, que ella creía en el sistema político del partido único de Cuba —se refiere al Partido Comunista Cubano— que ha producido una sociedad muy progresista. Al punto de que Cuba exporta médicos a otros países y en donde, de solo golpear el suelo, salen artistas por montones. Bueno, lo que pasa es que para la situación social, política y económica de Cuba hay dos versiones: la versión oficial, que está a la venta desde los estrados ejecutivos, legislativos, judiciales y militares, y la versión de la calle, que es la que vive a diario la gente común y corriente que no posee cargos y empleos gubernamentales. Inés Quiles se ha decantado, evidentemente, por la oficial.
Esos médicos «exportados» a Venezuela, por decir un país, van por dos años «de misiones» como si fueran mormones, católicos o evangélicos. Por esa misión, les pagan doscientos pesos cubanos «convertibles», no a ellos, sino a una cuenta bancaria en Cuba que no podrán tocar mientras dure la misión, y tan solo si regresan a la isla. Y, claro, si la misión se extiende por seis meses, el papel de consentimiento «voluntario» vendrá completado en todas sus partes listo para la firma. El médico cubano que en el ejercicio de su derecho natural de emigrar a otro país —reconocido, además, por la Declaración Universal de los Derechos del Ser Humano— decida quedarse en un tercer país que lo acoja, será castigado por el gobierno cubano con la separación de sus hijos, esposa y parientes, pues no le permitirán reunirse en el exilio. Peor, serán marcados por el desprecio que se les tiene a los «contrarrevolucionarios», a los «gusanos» de «Mayami», a pesar de que su única falta es estar emparentados con una persona que quiso mejorar sus condiciones de vida. Lo mismo que hacen todos los días los médicos puertorriqueños que se van a vivir y trabajar a Estados Unidos.
Porque ¿sabe qué, doña Inés? Si usted o yo decidimos ahora mismo comprar un pasaje e irnos a vivir a un país que nos acoja, ni el presidente de Estados Unidos ni el gobernador de Puerto Rico nos lo pueden impedir. Y podríamos regresar cuando nos diera la gana. Este derecho, querida profesora, no lo puede ejercer ningún ciudadano cubano sin antes pasar por el escrutinio discriminatorio del aparato ideológico del Estado, de si se está «de buenas» con el régimen o no. Hay una excepción, usted dirá, y es que los puertorriqueños no podemos viajar libremente a Cuba. En eso tendría razón, pues las leyes del Congreso de EE.UU. que se nos imponen, no nos lo permiten. Y yo, que quisiera visitar Cuba porque sí, me siento particularmente oprimido por esa ley norteamericana que coarta mi derecho de viajar a ese lugar que, junto al ala de Puerto Rico, es de un pájaro «la otra ala». Y porque padezco tal opresión en un rincón de mi atesorada libertad personal, es que entiendo perfectamente cómo se sienten los cubanos de Cuba que, distinto a usted, no creen en el partido único, los que no pueden expresar su opinión discrepante ni ejercer su derecho de viajar libremente, los que no pueden formar otros partidos que reten las visiones anacrónicas de una ideología fracasada.
El derecho al respeto de la dignidad del ser humano, que le sirve de referente a todos los demás derechos, incluyendo el de expresar libremente lo que se piensa, no debe entregársele a ningún régimen político, ni siquiera a cambio de todos los artistas del mundo que salgan de solo golpear el suelo.

sábado, 25 de junio de 2011

Adiós a Falk

Ayer murió Peter Falk, el actor que le dio una vida creíble, veraz, al detective Columbo, en la serie del mismo nombre que se transmitía cada tres semanas por televisión en la década del 70. Me gustaba la caracterización que hacía del personaje porque, una vez creía tener a «su» sospechoso, lo acosaba con preguntas y visitas hasta que lo desconcertaba. Su «marca de fábrica» eran su ojo derecho de vidrio, la vieja gabardina estrujada que nunca se quitaba aunque hiciera calor, y el destartalado Peugeot que lo acercaba a la escena del crimen en medio de una gran humareda y contraexplosiones del motor. Columbo tenía un estilo apendejado y famoso de preguntar —como el que no quiere la cosa—, y cuando se marchaba y todos creíamos que había terminado el interrogatorio del testigo o de «su» sospechoso, se volvía en el umbral de la puerta y le decía: «Una última pregunta», seguida de la que era, más que una última pregunta de insinuación, una verdadera acusación para descomponer el ánimo del testigo y provocar una subsiguiente conducta errática de su parte.
A la gente le puede gustar —como a mí— Law and Order o CSI, cuyos detectives tienen a su disposición los avances más espectaculares de la ciencia y la tecnología para esclarecer los crímenes; pero Columbo no. Y quizás por esto, porque Columbo tenía disponible solo su ingenio y la capacidad de hacer deducciones magistrales, es que me gustaba tanto su serie. De hecho, más que la del Cisco Kid y Bonanza. ¡Adiós, Peter Falk!

sábado, 18 de junio de 2011

El corazón partío

La foto es la de un niño risueño de siete años que acudió a ver el juego de la serie final de la NBA en el cual el equipo Mavericks de Dallas ganó el título de campeón ante los Heat de Miami. El calce dice: «El jovencito boricua causó sensación en Miami». ¿Y por qué? La nota de prensa relata que el niño, atrapado en su lealtad a dos de los jugadores de los equipos enfrentados, Dirk Nowitzki —de Dallas— y LeBron James —de Miami—, resolvió el dilema cortando por la mitad dos camisetas —una de cada equipo— y luego cosiendo las mitades opuestas para formar una sola camiseta. De este modo, si se le veía de frente, en el híbrido blanco (de los Heat) y azul (de los Mavs) podía leerse: «HELAS» —de [HE]at y Dal[LAS]— y los números 4 (de Nowitzki) y 6 (de James). En la espalda: «NOWes», de [NOW]itzki y Jam[ES].
Debo suponer que la costura de esta camiseta híbrida debió tener el visto bueno del padre y de la madre del niño, quienes, presumo, deben padecer del mismo síndrome que el de la inmensa mayoría de los puertorriqueños: el síndrome del corazón partío. Este es el de las dos ciudadanías, los dos idiomas, las dos banderas, los dos himnos y las dos tantas cosas que por más de 100 años no nos han permitido ser plenamente lo que realmente somos: puertorriqueños, hispanohablantes, sandungueros, es decir, miembros de una nación única e irrepetible, la de un solo corazón que late a un solo ritmo, no a dos.
La mayoría de los puertorriqueños, afectada como está por el síndrome del corazón partío, no podrá, sin embargo, resolver su problema existencial con una tijera y aguja con hilo. No tendremos la opción que tuvo el niño. No suscitaremos la simpatía por nuestro vestido curioso, no seremos admirados al mostrarle al mundo la «innovación» de nuestra doble vida, la que pretende estar al mismo tiempo con Dios y con El Diablo. Aunque parezcamos un pueblo en plena puericia.

lunes, 13 de junio de 2011

Libertad, no simpatías

La primera vez que puse atención a su nombre fue un día de vientos templados en que se subió a la corona de la Estatua de la Libertad en Nueva York y desplegó una bandera de Puerto Rico para denunciar la presencia de la marina de guerra de Estados Unidos en Vieques. Para esa época, el nombre de Tito Kayak no significaba mucho para mí, como tampoco, probablemente, para la inmensa mayoría de los puertorriqueños. Sin embargo, a partir de entonces sus hazañas —llevadas a cabo con la misma intrepidez que las del Hombre Araña— se hicieron notorias, y pronto abarcaron otros lugares incómodos del mundo: Escocia, la sede de Naciones Unidas e Israel, por ejemplo. Y es que Alberto de Jesús Mercado —su nombre de pila— ha dedicado los últimos años de su vida a denunciar con valor indomable los actos de injusticia social. Esto es lo que, al fin y al cabo, lo lleva a su peculiar forma de expresión de subirse a las estructuras más elevadas para desplegar desde allí sus mensajes de protesta.
Pues, esta madrugada, cuando el tráfico de las horas tempranas de la capital comenzaba a espesarse rápidamente en la Baldorioty de Castro, Tito Kayak volvió por sus fueros y se subió enmascarado a un poste del alumbrado público a denunciar, ante la visita de mañana del Presidente de Estados Unidos a Puerto Rico, lo que ciertamente constituye una grave injusticia: la reclusión por más de treinta años del patriota puertorriqueño Oscar López Rivera, en una cárcel del gobierno de Estados Unidos. Desde lo alto, desdobló una bandera en la que podía leerse: «30 years is too much, free Oscar López» [«30 años es demasiado, liberen a Oscar López»].
Tres horas después, al bajarse del poste, el gobierno lo arresta, arría la bandera-denuncia y anuncia que lo acusará del delito de obstruir la justicia. De seguro, será absuelto porque lo que hizo Tito Kayak es un ejercicio legítimo del derecho a la libre expresión que garantiza la Constitución de Puerto Rico y que reconoce la Declaración Universal de los Derechos del Ser Humano. Lo dicho por la Policía —que Tito Kayak trató de impedir «su rescate» tirando patadas al aire— no es más que un pretexto para censurar el contenido del mensaje y desalentar el ejercicio de su derecho.
Eso sí, las fuerzas represivas del Estado habrán logrado su cometido inmediato de impedir que el presidente Obama le dé un vistazo a la bandera-denuncia, pero no que el mundo sepa que en Puerto Rico quedan hombres y mujeres que no se colocan boca abajo ante el decayente imperio que ha usurpado nuestra soberanía. Ni siquiera aunque ese imperio esté representado mañana en nuestro suelo por el presidente más simpático que ha habido desde la presidencia de John F. Kennedy. ¡Queremos libertad, no simpatías!