jueves, 13 de octubre de 2011

Noticias raras y comentarios insulsos


El otro día uno de mis lectores me preguntó que si yo me pasaba todo el día buscando noticias raras en la Internet para luego comentarlas. (También acotó que hacía tiempo que no traía a cuento el personaje de «mi mujer» y que si eso se debía a que mi esposa me lo había prohibido). Una cosa a la vez.
No, no pierdo el tiempo navegando por la Internet; tengo asuntos más importantes que hacer. Eso sí, diariamente visito las páginas de algunos periódicos de aquí y del extranjero. Sé que hay gente que no lee la prensa; dos ejemplos importantes, por la notoriedad de sus nombres, lo han sido Jorge Luis Borges y Roberto Bolaños (no Chespirito, sino el autor de Los detectives salvajes). Pero yo no he llegado aún a tanta indiferencia. De hecho, muchos de mis comentarios son sobre asuntos políticos o gubernamentales de sobrada relevancia y revestidos de gran seriedad. Así que muchos de los temas los veo en las versiones digitales de los periódicos por casualidad. Otras veces se presentan de modo más fácil, pues este tipo de noticia insulsa que se presta para comentarios livianos está justo allí en la página de apertura de Yahoo, donde tengo una de mis cuentas de correo electrónico, y resulta casi imposible no verlas. Aclarado el asunto de de dónde obtengo mis temas triviales, paso a lo segundo.
No, mi esposa no me ha prohibido escribir sobre «mi mujer» ni sobre ningún otro tema. Ella le deja eso a los gobiernos —algunos de nuestro propio vecindario geográfico— que suponen que su legitimidad y permanencia en el poder depende de que la gente no exprese sus opiniones, de que no critique sus acciones, de que no se sepa lo que hacen mal. Además, yo me comporto como «un buen padre de familia», al decir de los abogados, y modero mi expresión si sospecho que ella pudiera sentirse aludida de algún modo. Por ejemplo, yo no hubiera escrito la entrada sobre la noche de bodas de doña Cayetana, la duquesa de Alba, si mi esposa tuviera 85 años y luciera tan…

miércoles, 12 de octubre de 2011

No con el techo de cristal, sino con los bolsillos de cristal

Hay que ver la que se ha formado ante una modificación de la ley electoral que eximirá a los candidatos a cargos públicos de tener que divulgar sus planillas de contribución sobre ingresos como condición para su postulación. Uno esperaría que los defensores de una medida antipopular como esa fueran los novoprogresistas y no los populares —los del Partido Popular— que siempre han querido distanciarse de los estilos de clóset oscuro y blindajes opacos que caracterizan a su adversario principal. Pues ahora resulta que, ante la reacción airada de la gente, algunos legisladores populares han negado que fueran conscientes de que se estaba aprobando esa enmienda entre el «paquete» que contenía el proyecto de ley, y que votaron «sí», como el papagayo, porque su portavoz Héctor Ferrer se los pidió.
Esta mañana, mientras me enteraba de este brutum fulmen, escuchaba una entrevista que le hacían a Héctor Ferrer, a quien, por sus contestaciones solamente, no habría reconocido. Pero el locutor tuvo la cortesía de hacernos saber el nombre del entrevistado y sólo por eso advertí que se trataba del candidato a Comisionado Residente en Washington por el Partido Popular, y no de un portavoz del PNP. El fundamento de la enmienda que defendía era, según él, la intimidad del candidato o aspirante a candidato. No hay razón, afirmaba, para que un candidato no tenga los mismos derechos —como el de privacidad— que tienen los demás ciudadanos al amparo de la ley y la Constitución. Después de todo, añadió con aire filosófico, «la moral no se legisla». Y para que no cupiera duda de que la divulgación de las planillas debe ser cosa voluntaria y que eso es lo mejor que puede pasarle al país, dijo —como para rematar— que él se proponía revelar las suyas. ¡Miren qué mogolla!
Para empezar, el aspirante a un puesto público no tiene por qué exigir tanto «secreteo» ni «intimidad» en sus finanzas, pues a cambio —tratándose de un legislador—, le vamos a pagar un sueldazo con fondos nuestros que no podría ganar de otro modo, más dietas o bonificaciones diarias por el simple hecho de ir a trabajar, y un subsidio mensual de ensueño para la compra y mantenimiento de un automóvil de lujo. (No incluyo los almuerzos y cenas de cachete, u otras amenidades porque no tengo la prueba). De modo que quien quiera mantener en secreto sus finanzas puede optar por no aspirar a un cargo pagado con fondos públicos. De hecho, el Pueblo de Puerto Rico no los necesita; es preferible que se queden echando barriga en la intimidad de su hogar o en cualquier otro sitio, menos en el Capitolio. El país necesita servidores públicos honrados que no tengan nada que esconder, o como decía Tierno Galván, con los bolsillos de cristal.