Mi hija acaba de conocer a un muchacho que se presentó como escritor. Tiene algunos cuentos y poemas publicados en la Internet. Apenas han salido en dos ocasiones. Hoy, al llegar a visitarme, me dice que le resulta extraño que el escritor la textee para formularle preguntas que le resultan un poco raras. Antes le había preguntado cuál brisa le resultaba más agradable, si la del campo o la de la ciudad. Hoy solo quiere saber qué es la oscuridad para ella. ¿Y qué le contestaste? Nada todavía, por eso te pregunto.
Es que esa es una pregunta pendeja, pero no llego a decirle. Hago un silencio que si no es prolongado, lo parecería. ¿Por qué no le das la respuesta de diccionario y simplemente le dices que es la ausencia de luz? Sería muy simple, me responde, a lo mejor está tratando de esclarecer cuán profundo es mi pensamiento; un test de inteligencia.
Pues, mira, a lo mejor es un simple estudiante de un taller de creación literaria a quien el profesor le ha asignado la tarea de escribir un párrafo sobre ese tema sin mencionar la palabra «oscuridad». Si no lo fuera, ándate con cuidado porque entonces podría ser que esté mal de la cabeza.
Se levanta para irse y ya, desde la puerta, se vuelve y me dice: «Y para ti ¿qué es la oscuridad?». Pude haberle respondido que es andar por la vida sin metas ni destino fijo, sin saber a dónde vamos, marchando siempre a tientas y tropezones, pero no, simplemente le digo entre dientes, como para que no me escuche: «La ausencia de luz».