jueves, 3 de junio de 2021

Betances y su casamiento con su sobrina muerta


Hace unos días (en mi cuenta de Facebook) prometí a aquellos lectores que de un modo u otro me habían expresado su curiosidad por saber acerca de la historicidad del episodio del casamiento «post mortem» y la conducta observada por el Dr. Ramón Emeterio Betances con su sobrina muerta (que aparece en uno de los capítulos de mi novela «Ató con cintas sus desnudos huesos») que me expresaría al respecto. Según la leyenda, el Dr. Betances obtuvo una dispensa del papa para casarse con su sobrina María del Carmen Henry Betances, «Lita», pero trece días antes de la boda ella falleció de fiebre tifoidea. Por estar los dos en Francia, él hizo embalsamar el cadáver «y celebró sus bodas con la muerta». Luego, se trasladó a Puerto Rico. Trajo consigo su ataúd y lo depositó en una cripta en el cementerio de Mayagüez, donde la visitaba todas las tardes, le llevaba flores y abría el sarcófago para contemplar «a su hermosa Lita».

Esta historia apareció contada por la escritora Mara Daisy Cruz en un artículo que publicó en la revista «Letras Nuevas», año 2 (2008), págs. 24-25, que leí mientras me preparaba para construir mi novela. Me pareció que esa historia reforzaba la idea del poema-bolero «Boda negra» en cuanto a lo poderoso que puede ser un sentimiento que perdura más allá de la muerte, independientemente de la raza, color, credo o estatus social de quien lo siente; sentimiento al que muchos llamarían «desajuste emocional», para no llamarle «amor desquiciado».

Sobre si este episodio —del «amor después de la muerte» que le tuvo Betances a su sobrina— es historia o leyenda, solo puedo decirles que pudiera ser una combinación de hechos reales y ficción mezclados en el imaginario popular. Lo digo porque a raíz de la muerte de Lita, Betances escribió el cuento «La virgen de Borinquen» en que un amante termina loco al tener que vivir sin su amada muerta. En el cuento expresa: «…una noche se hallaron ambos... ¡como en una tumba!».

Más aún, en Mayagüez, comenzó a hablarse de las visitas diarias de Betances al cementerio. Él mismo lo admitiría en la carta que hace llegar a sus amigos Lamire en Francia: «He sembrado flores, como en Mennecy, y es allí [en el cementerio] donde me paso, cada vez que puedo, las horas de la tarde». Carta de Betances a Pierre y Marguerite Lamire, 10 de marzo de 1860.

Posteriormente, descubrí que Cayetano Coll y Toste —en «La novia de Betances»— y Elma Beatriz Rosado —en «La virgen de Borinquen, Betances y el anillo nupcial»— escribieron sobre la misma anécdota del patriota y su sobrina. Naturalmente, al utilizar el material de Mara Daisy Cruz —y valiéndome de mi licencia literaria— hice los acomodos que me parecieron necesarios en los datos que proporcionaba su artículo, pero solo para fines dramáticos y mi modo de contar las cosas. A Mara Daisy le doy las gracias por haberme puesto en contacto con la anécdota y haber fomentado en mi la búsqueda de otros pormenores. Además, por su predilección por esta canción del Trío Los Condes, que es también de mi misma predilección.