Llevo días pensando si al morir deben colocarme en un ataúd y enterrarme para que el proceso de putrefacción natural que afecta a todos los cadáveres tome su curso o si, por el contrario, deben llevarme al crematorio y devolverme luego a casa en una bolsita plástica dentro de una urna cineraria. Cada alternativa tiene sus pros y sus contras.
La del enterramiento —que es una forma de hablar, porque realmente me colocarían en una sepultura de hormigón— tiene la ventaja de que es como si estuviera durmiendo sin la expectativa de despertar. Todavía se podrían ver aunque fuese mi calavera y la ropa que llevaba puesta el día del enterramiento, en caso de que a alguien se le ocurriera exhumarme a los siete o más años. Por otro lado, la desventaja del ataúd es que el servicio fúnebre probablemente sería más costosos y ese gasto, para un ratito únicamente que es lo que duraría el velatorio, estaría mejor empleado si mi mujer y mis hijas pudieran irse de viaje para Europa. La desventaja mayor sería que si al enterrarme en vez de muerto estuviera en estado catatónico, me pasaría como el personaje de tantos cuentos que al despertar vuelve a morirse arañando desde dentro el ataúd tratando de escapar de una muerte segura.
En cambio, la cremación sería una alternativa más económica y, sobre todo, tendría la ventaja de poder seguir viviendo en casa. Conozco muchos casos así. La urna puede colocarse un día en la mesita de la sala o en un estante del family, otro en la encimera de la cocina, otro junto a la vela de olor en el gabinete del baño, y hasta en el cuarto matrimonial. Incluso, a mis hijas podría ocurrírseles sacarme a pasear los fines de semana o ellas asignarse semanas o meses en los que iría de visita a sus casas y me quedaría con ellas en el lugar que me asignasen. La desventaja mayor sería que si, en vez de muerto, estuviera en estado catatónico, al activarse los chorros de flamas por todos lados el calor me despertaría y sabría que estaba llegando al infierno, quizás sin merecerlo. Pero lo peor no sería eso, sería que mi mujer se olvidara que me tiene en el cuarto, cuando un amigo intrépido quisiera refocilarse con ella en nuestro propio lecho y yo no encontrara la manera, como lo haría el ave Fénix, de resurgir de mis cenizas.
¿Ven el porqué de mis dudas?