sábado, 19 de agosto de 2023

No sabía que tuviera prosopagnosia

No sabía que tuviera prosopagnosia, pero un día me encontré de frente en la calle a mi novia de siete años y no la reconocí. No es que ella hubiese engordado o adelgazado; mucho menos que se hubiese sometido a alguna cirugía que hubiese salido mal y le hubiera deformado el rostro. «Soy yo, ¿no me reconoces?». A esas preguntas de «¿no me reconoces?» o «¿no te acuerdas de mí?» les había temido siempre porque, de ordinario, mi respuesta era invariable: «La verdad es que no, perdona». Y lo de «perdona» era un gesto de cortesía, de buenos modales, porque si no recordaba ese rostro no se debía a un deliberado propósito de olvidarlo, sino a un defecto de mis neuronas para generar una imagen correcta, igual que el defecto de mi páncreas para producir insulina. Pero olvidar la cara de una novia de muchos años era imperdonable.

Como era cierto que no la reconocía, eludí mi triste situación como pude. «¡Cómo no iba a reconocerte! Pensé que eras tú quien no me reconocías». Ella se limitó a sonreír y decirme: «Sabes que el primer amor nunca se olvida». Como no supe qué contestar simplemente le dije: «Debo seguir porque mi mujer me espera».

En efecto, esa misma tarde, cuando llegué a mi casa, allí estaba esperándome la misma mujer, mi novia de siete años. Se limitó a darme un beso de piquito y decirme: «La verdad es que no has mejorado de tu prosopagnosia».

miércoles, 5 de julio de 2023

«Ivan+Hayley 23» y la literatura de inodoros


En aquel tiempo, cuando se podía entrar tranquilamente a un servicio sanitario público —lo que los españoles llaman «váter» y los norteamericanos «restroom»— uno podía entretenerse leyendo los grafitis inscritos con «magic markers» en las paredes del lugar, que no dejaba de ser una manifestación literaria de la vulgaridad. Eran variopintos, desde simples mensajes eróticos con palabras extremadamente soeces, dibujos mal hechos de partes pudendas de ambos sexos, corazones atravesados por una flecha y dos iniciales vinculadas con la conjunción «y», hasta intentos de poesía como, por ejemplo, «Mea feliz / mea contento / pero cabrón / méate dentro»; o aquella inolvidable: «En este santo lugar / donde viene tanta gente / se mea el más cobarde / y se caga el más valiente». No puedo decir si lo mismo ocurría en los servicios sanitarios de las mujeres, pues a los varones no nos era permitido entrar a estos. Sin embargo, por mucho tiempo tuve intenciones de recopilar todo ese grafiti y publicarlo con el título «Literatura de inodoros», pero desistí. Naturalmente, no puedo afirmar que habría sido un bestseller o superventas, pero ahí vamos.

¿Y por qué esto vino hoy a mi memoria? Porque un tal Ivan Dimitrov, búlgaro residente en el Reino Unido, andaba turisteando con su novia Hayley Bracey por la capital romana y se le ocurrió perpetuar su paso por el Coliseo de Roma inscribiendo sobre uno de sus muros «Ivan+Hayley 23», que, ni más ni menos, podría pertenecer fácilmente al género de literatura de inodoros. Así, como si el tal Ivan Dimitrov estuviera en los inodoros públicos del Coliseo de San Juan —el Roberto Clemente, por supuesto— donde la gente escribe en las paredes de sus baños lo que les da la gana y no pasa nada. Como la osadía del turista búlgaro fue grabada por otro turista que subió el video a las redes y se volvió viral, él se enteró de que la policía italiana lo buscaba y que su acto podría ser castigado con cinco años de prisión y multa de $2,700 a $16,300.

Del susto, les explicó a los Carabinieri y le envió una carta de disculpa al ayuntamiento de Roma expresando su arrepentimiento y expresando, como justificación para su conducta, que fue después de escribir el grafiti que se enteró «de la antigüedad del monumento». O sea, vino con el cuento de que él no sabía que el Coliseo romano —donde mismo echaban a los cristianos a los leones— tiene dos mil años y es patrimonio de la humanidad. De modo que, aunque yo no sé en qué parará el asunto o si los romanos se tragarán el cuento de su supuesta ignorancia histórica, al menos espero que si Ivan Dimitrov tiene que ir a la cárcel, que no sea tanto por lo de escribir el grafiti, sino por bruto.

miércoles, 21 de junio de 2023

¿Pérez o Niemmerson?

Publicada originalmente el 21 de junio de 2023 en la revista «Ley y Foro» digital del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico. https://tecnocaapr.org/sanchismos/


Me desperté una mañana esdrújula, de esas en que todo pasa en el antepenúltimo instante. La había escogido la noche antes, al acostarme, luego de invertir casi media hora mirando en el clóset los días que tenía disponibles para usar al dirigirme a mi bufete. En el clóset tenía días llanos, agudos y esdrújulos, y de estos había variantes de sobra, de tres a diez sílabas. Naturalmente, no quería aventurarme más allá de los de tres sílabas, pues sabía por experiencia que si me excedía de ese número, de seguro, el día se me complicaría.

Ya desde la antepenúltima esquina podía escuchar las consignas: «¡Abajo las reglas machistas de gramática!», «¡Cárcel para los escritores!», «¡Destierren a la RAE pal carajo!». Al acercarme me di cuenta de que era un piquete frente a mi oficina y pude girar a la izquierda —que es la dirección en la que me siento más cómodo girando— para rodear la manzana. Me estacioné lejos, caminé como cincuenta metros y entré subrepticiamente por la puerta trasera de mi despacho. No me atreví a encender la luz, para no ser visto, e inmediatamente vibró mi celular. Entonces, decidí entrar al clóset para contestar sin ser oído. Era una llamada por WhatsApp.

—Sí, dígame… 

«I’m calling from Florida, do you go to court in Orlando?».

Por el acento yaucano que tenía le pregunté si hablaba español y me respondió que sí, que había ido a la misma escuela que Abel Nazario y era boricua en la diáspora.

—Claro que postulo en Orlando, pasé la reválida y… —Afuera continuaban los gritos y consignas que yo escuchaba con cierto antepenúltimo temor—. Bueno, en fin, ¿cuál es su problema?

«Que mi nombre es Michelle Pérez y, al casarme aquí, me cambiaron el apellido por el de Peter, mi marido. Ahora soy Michelle Niemmerson y no me permiten llevar el apellido de mi papá, como es en Puerto Rico. Quiero presentar una demanda contra Ron DeSantis para obligarlo a reconocer que las mujeres en la Florida no debemos perder nuestra personalidad por el hecho de casarnos».

Miré a mi alrededor y descolgué una cara llana o aguda —ahora no recuerdo bien— que allí guardo para situaciones como esta. Entonces, encendí la cámara de WhatsApp y le dije:

—Pero ¿no se siente contenta con el hecho de estar en el país de la inclusividad?, ¿donde hay menos machismo? —No la dejé contestar, simplemente añadí—: Creo que no es conveniente demandar a un gobernador pudiéndose demandar el reconocimiento de la igual dignidad de las personas de otro modo.

«¿Cómo cuál?».

—Hay que demandar a su marido para que el tribunal lo obligue a utilizar el apellido suyo, Pérez, de modo que ahora sería Peter Pérez, casado con Michelle Niemmerson. ¿Ve qué fácil?

«¿Y usted me llevaría el caso?».

Ahora tengo mucho trabajo y no podría hacerlo, pero tengo un primo en Orlando, bueno, creo que primo tercero, que antes era juez, y que siempre le han gustado las causas perdidas. 

sábado, 10 de junio de 2023

El cenicero de mi carro

Llevaba siempre en el cenicero de mi carro un par de dólares sueltos para cuando me cogiese una luz roja tener algo que echarle al vaso plástico del deambulante que se me acercaba de inmediato. No es que yo tuviera que hacer muchas luces rojas camino a la oficina en la mañana, sino que casi siempre ese semáforo conspiraba con aquel necesitado para que yo tuviese que detenerme y atender a su mirada de súplica. Era la mirada de uno que trabajaba al calor del aire libre del eterno verano del trópico sin poder hacer otra cosa con su día, a otro que viajaba cómodamente en el eterno friito del aire acondicionado de su automóvil sabiendo que tenía opciones lucrativas en las que invertir su vida.

Había veces que el hombre tenía la mala suerte de que el semáforo me cogiera cruzando en verde, ante lo cual yo simplemente aprendí a decirle adiós con la mano, si daba la casualidad de que estuviese mirando los carros pasar. Pero cuando la luz verde me hacía pasar dos días consecutivos por el lado del hombre sin poder detenerme ante el semáforo, pasaba el resto del día desconcentrado y con un sentimiento de culpa indescifrable. Incluso, a veces intentaba reducir la marcha para que me tocara el semáforo en rojo, pero los de atrás se impacientaban y comenzaban a tocarme bocina para que me apresurara, no fuera a ser que nos cogiera a todos la luz roja.

Hoy, sin embargo, he tenido que cambiar de ruta, pues ayer, cuando me detuve ante la luz roja, el hombre se me acercó con un dispositivo electrónico manual, de los que usan los restaurantes para cobrar las cuentas con las tarjetas de crédito en la mesa. «Ya no acepto efectivo —me dijo—. Como están las cosas, hoy día es un riesgo grave andar con dinero encima». «Y yo no cargo con tarjetas de crédito», y continué la marcha. Tuve que mentirle ante la verdadera razón para no entregarle mi tarjeta: que saliera corriendo con ella entre la densidad del tráfico de la Ponce de León.

Así que ya no tendré más remedio que usar la Muñoz Rivera y otras rutas alternas en busca de una intersección con semáforo en la que pueda haber un deambulante que acepte alguno de los billetes que llevo en el cenicero del carro. Sé que es el único modo de recuperar mi concentración y deshacerme del sentimiento de culpa indescifrable que desde ayer me embarga.

 

jueves, 8 de junio de 2023

El burro no es burro na


 

No había reparado en que Mundi era mellá —le falta el colmillo derecho— ni sabía que era tuerta —perdió la visión por un ojo—. Tampoco que caminaba de medio lado, como si estuviera a punto de caer de su lado izquierdo. Aun así, aquí la despidieron con la misma cobertura mediática que como recibieron a Dayanara Torres cuando ganó el certamen de Miss Universo o a Madison Anderson cuando ganó el de La Casa de los Famosos. ¿Qué hay que hacer para que el traslado de una elefanta a un parque conservacionista de Estados Unidos cause tanta conmoción y hasta lagrimeo, si total va para un sitio donde sus días serán más llevaderos y placenteros que los de su época nefasta en el zoológico de Mayagüez?

Sin embargo, lo que me llamó más la atención no fue Mundi, fue el burro que la siguió, el que iba detrás de ella no por alguna atracción sexual interespecial, sino porque advirtió que no valía la pena quedarse en la isla, que aquí las cosas no mejorarían, y que cuando la Junta de Control Fiscal también se vaya, aquí volveremos a las viejas prácticas de gastar más de lo que tenemos, a legislar los barrilitos, a aprobar leyes sin la debida provisión de fondos, y a vivir del fiao cuando consigamos que alguien nos fíe algo. Porque después de todo, resulta que el burro no es burro na; los burros somos nosotros que no aprendemos de nuestros errores.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Impactante socavón se traga dos autos en la carretera



Estaba viendo las noticias por internet cuando de pronto me llamó la atención el titular «Impactante socavón se traga dos autos en la carretera». Pensé que, finalmente, se había cumplido mi profecía de que los hoyos en las carreteras de Puerto Rico no se conformarían con simplemente desbaratar los sistemas de suspensión de nuestros automóviles, sino que por la magnitud y osadía con las que se presentaban en nuestro diario transitar terminarían engulléndonos con todo y vehículo.

Antes de seguir leyendo, llamé por teléfono a mi hija para asegurarme de que se encontraba bien porque ella tiene que usar la avenida Winston Churchill todos los días y yo había visto varios hoyos muy orondos que cada día crecían en diámetro y profundidad. Menos mal que ella no había salido de la casa y eso me permitió seguir leyendo la noticia con mayor tranquilidad.

Fue así que pude comprobar que el socavón de la noticia que se había tragado dos autos había sido en una carretera de California (para los que dicen que todo lo de allá es mejor) y que, de momento, nos habíamos librado de mi predicción. De todos modos, siempre que salgo ahora a la calle, llevo en mi automóvil una escalera plegadiza, varias linternas, comida para tres días y suficiente cuerda para facilitar mi rescate en caso de que me pase como a Jonás y un hoyo de los muchos que hay aquí le dé por bostezar y me trague por completo en la carretera.

miércoles, 19 de abril de 2023

¿Colegio de Abogades?

Cuento CENSURADO por el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico:

A continuación reproduzco el cuento que fue publicado en la revista digital «Ley y Foro» del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico, que fue retirado de sus páginas durante una semana (18 a 24 de abril de 2023) porque este no le agradó a algunas personas allegadas al Colegio. Para los que no lo han podido leer, este es el cuento:

 

¿Colegio de Abogades?

Hiram Sánchez Martínez

Ayer vino a verme une abogadx o abogad@ o… no sé cómo decirlo. Ah, bueno, sí: abogade. Diría que por fuera se veía como une más de nosotres. A pesar de ser abogade no se sentía incluide en el título que aparece en el frontispicio de nuestro edificio: Colegio de Abogados y Abogadas. No puede ser, me dijo, que con tanto aspaviento que han formado las compañeras feministas del país hayan transado por simplemente añadir al nombre del Colegio una palabra en género femenino.

Nada más decir estas palabras ya intuía que a le compeñere abogade algo comenzaba a patinarle. Y me puse en guardia. Así que tomé un lápiz y comencé a darle vueltas entre mis dedos. 

Como colegiade, añadió, intereso que usted me represente para llevar un pleito contra el presidente y la Junta de Gobierno del Colegio. Yo le seguí dando vueltas al lápiz mientras le miraba con cara de incredulidad —que es un tipo de cara que se ha puesto de moda últimamente (por eso tengo tipos a escoger en el clóset)— y le escuchaba con la misma atención con la que un cura oiría en confesión a un pecador empedernido.

¿Y qué estaríamos alegando?, le pregunté. Pues que «abogado» y «abogada» no agotan las posibilidades de género, licenciado. ¿No lo ve así? Yo no soy ni masculino ni femenino, sino todo lo contrario. Si este colegio es solo de abogados y abogadas, entonces me han dejado fuera, ¡y yo quiero estar dentro, coño!

No sabía qué decirle. ¿Y qué propone? —fue lo que se me ocurrió de momento—; si no es Colegio de Abogados y Abogadas ¿de qué sería? 

Se me quedó mirando con cara de no-lo-puedo-creer y casi me grita: ¡Colegio de Abogades, coño! ¡¿Qué si no?!

Como ya estaba un poco exaltade, intenté tranquilizarle. Vamos a hacer una cosa —le dije—, antes de pensar en tribunales deme la oportunidad de hablar con el presidente, que para cosas como esta es que fue elegido.

¡Ja!, le va a decir que les abogades no somos nenes chiquites, que tenemos que amoldarnos al estado de cosas, que para cambiar eso tendríamos que hacer un poco más de ruido, pues les polítiques son muy sensitives a eso.

Ante el temor de desconocer lo que el presidente me diría —porque no soy clarividente—, desistí de ir a verlo. En cambio, estoy ante mi clóset, hurgando entre las distintas caras que tengo allí enganchadas para situaciones como estas, y determinar cuál me pongo para darle a mi cliente la noticia de que no intereso llevar su caso, pero que tengo un primo —bueno, creo que primo tercero—, que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.