Ese día conocí a Estelita (aclaro que distinta a «la de la cara bonita, a la que le gusta pecar»), y me enamoré de ella. Quedamos en que nos veríamos esa misma noche, frente a la biblioteca Lázaro, a las siete y media. Llegué como a las siete y diez, y me aposté a la entrada para asegurarme de que ella no entraría sin que yo la viera. Pero, dieron las siete y media y, luego, las ocho menos cuarto. A las ocho, vino la decepción.
Burlado, entré a la biblioteca, sólo con mi pesadumbre y un libro de lecturas sobre la Rusia bolchevique. Ocupé una mesa redonda de cuatro sillas vacías. Mi agobio por el desplante no permitía concentrarme; leía un párrafo y levantaba la vista, leía otro y repetía la acción. Hasta que noté que en la mesa de enfrente, también redonda y de cuatro sillas, había una pareja que supuse de novios, que ocupaban dos; ambos leían. Ella, una muchacha muy bonita, me quedaba de frente; él, en la silla contigua, de perfil.
Habrían pasado alrededor de veinte minutos cuando me percaté de que los novios, a pesar de estar sentados una junto al otro, no hablaban entre ellos. Y fue entonces cuando me planteé la posibilidad de que no fueran novios. Decidí averiguarlo.
Tomé mi libro, me levanté, caminé hasta su mesa, me dirigí a ella y le hice la pregunta cuya contestación ya conocía:
—¿Está ocupada esta silla? —mientras le señalaba la más cercana a ella.
—No —me respondió, mientras su novio me daba una mirada con algo de indiferencia.
—¿Entonces me puedo sentar?
—Claro —dijo ella.
Durante los próximos quince minutos yo me quedé observándola de reojo y me encantaron más sus facciones. Aunque en el fondo dudaba de que el tipo que ahora me quedaba de frente fuera su novio, debía ser cauteloso; porque hay novios así de lejanos. Sin embargo, decidí que no me iba a pasar lo mismo que con Estelita; no esta vez. Así que me la jugué fría y le pregunté quedamente:
—¿Son ustedes novios?
Al contestarme, puso una expresión un tanto enigmática.
No es éste el momento de narrar el resto de la historia. Eso ocurrió el 27 de abril de 1971, hace hoy 40 años. Pero, todos los años, en esta misma fecha, me alegro tanto de que Estelita me hubiera dejado plantado esa noche. ¿Verdad, Iris?