La prensa lleva tantas semanas como cuantas lleva el general Emilio Díaz Colón en el cargo de superintendente de la Policía, preguntándose por qué este permanece callado con respecto a los crímenes que más conmocionan al país y, además, ausente de las operaciones policíacas de madrugada en las que el superintendente anterior nos tenía acostumbrados a verlo participar. Él se ha defendido como ha podido con argumentos que considera irrefutables, como, por ejemplo, que su trabajo es más bien de escritorio y que, para hacer el trabajo «sucio», el Cuerpo de la Policía tiene oficiales muy bien adiestrados. Sus argumentos me hicieron recordar a los del entonces (1989) superintendente, Ismael Betancourt Lebrón, quien, a un reclamo similar, respondió que él no iba a cambiar su chaqueta de abogado por el chaleco azul marino con la palabra «SUPERINTENDENTE» en la espalda.
Y es que su predecesor, el abogado, exfiscal y, hoy día, juez de apelaciones, Carlos López Feliciano, nos acostumbró a ver al superintendente de la Policía fuera de su oficina, visitando por sorpresa los cuarteles de la isla en la madrugada, y participando al lado de sus oficiales en las grandes operaciones policíacas para darle apoyo moral a sus hombres y asegurarse de que se hiciera el trabajo con rigor, pero con pulcritud y observancia de los derechos de todas las partes. Fue quizás por eso que aquel exgobernador que le nombraban «El caballo» —no tanto porque fuera bruto, sino más por sus resoplidos al hablar— le pusiera el mote de «Rambito», en evidente alusión a la bravura del personaje «Rambo», veterano de Vietnam, que protagonizaba Sylvester Stallone.
Hoy, sin embargo, he descubierto la verdadera razón del mutismo y la ausencia del superintendente Emilio Díaz Colón de las operaciones policíacas en la calle. Yo había olvidado que él es ingeniero y que, por consiguiente, su formación no es en las leyes ni en la conducta humana. Lo acabo de ver en el noticiario de las cinco, inmiscuido en y dando explicaciones de distancias y polvos fugitivos con respecto a la implosión que destruirá con quintales de dinamita los edificios conocidos por Las Gladiolas en Hato Rey. Ubicado en la calle, con los edificios de fondo, lucía frente a las cámaras como todo un ingeniero de construcción —en este caso de destrucción—, dando los pormenores del evento explosivo (¿implosivo?) que habrá de ocurrir mañana. Hablaba de la escenografía de la masacre con dinamita, de cómo los cuerpos de acero y hormigón caerán abatidos por los dinamiteros, y lo que deberá hacer la gente para proteger su integridad corporal y su vida. Hablaba con una leve sonrisa, con la misma que ponen los peces que vuelven al agua luego de estar a punto de asfixiarse en el exterior.
Así que, si queremos ver más a menudo al superintendente Díaz Colón hablando y gesticulando como todo un general, más vale que nos inventemos otras implosiones como la de mañana. A ver si a alguien se le ocurre sugerir con cuál podría seguirse.
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