lunes, 18 de octubre de 2021

Norberto González: Un luchador incansable del mundo del libro

Por: Hiram Sánchez Martínez

 

El Nuevo Día, lunes, 18 de octubre de 2021, p. 33

Versión digital: https://www.elnuevodia.com/opinion/punto-de-vista/norberto-gonzalez-luchador-incansable-del-mundo-del-libro/

 

 

Tres días antes de él morir, llegué ese viernes temprano a su librería a llevar varios ejemplares de «Ató con cintas sus desnudos huesos» que Ana Cecilia, su hermana, me había solicitado. Me extrañó muchísimo ver su oficina —justo al lado de la de ella y sin puerta— en la penumbra que causan las luces apagadas. ¿Norberto no ha venido a trabajar hoy?, le pregunté sin imaginar que me respondería que él estaba hospitalizado por un incidente cardiovascular que había sufrido y le mantenía en la Unidad de Cuidado Intensivo de un hospital de Santurce. Hablamos un rato sobre la dedicación de Norberto a su trabajo, sobre el esfuerzo físico y mental que requería llevar el timón de sus tres librerías —Río Piedras, Plaza Las Américas y Cayey— y la conveniencia para su salud de que bajara la intensidad de los esfuerzos que le ponía a todo. Pero Ana Cecilia, que siendo su mano derecha seguramente le aconsejaba «bajar las revoluciones» en el trabajo, estaba resignada al modo de ser de su hermano mayor, acostumbrado desde siempre al mucho trabajar y poco descansar.

A Norberto González lo conocí cuando comprendí lo difícil que era para un escritor puertorriqueño desconocido en el mundo de la literatura publicar sus libros por cuenta propia. Créanme que lo intenté con mis primeros libros, pero editar, imprimir, distribuir y cobrar los libros propios no se me daba bien, así que alguien me sugirió que fuera donde él. Resultó ser un buen consejo. Norberto no me hizo preguntas, solo me dijo envíame el libro. Y me publicó «Antonia, tu nombre es una historia». Este libro dio pie a dos cosas. Primero: un día me llevó al segundo piso de la librería, convertido en almacén, pero que había sido el hosdaje de estudiantes en cuyo balcón Antonia Martínez Lagares había recibido un balazo mortal de parte de un miembro de la Fuerza de Choque el 4 de marzo de 1970, y me dijo: Voy a despejar este espacio —correspondiente a lo que era la sala— y a restaurar el balcón, para montar aquí algo sencillo en recordación de Antonia. Me emocionó su iniciativa. Y, segundo, cuando le propuse que colocáramos una tarja en la pared de la calle que identificara el lugar donde Antonia había sido herida fatalmente, inmediatamente me dijo: Hazla que yo la pago y tengo quien la coloque.

Habiendo estrechado más nuestra relación, otro día le expresé que quizás él debía tener una junta editorial para seleccionar los libros que publicaría porque, a mi juicio, había algunos que no tenían la calidad literaria que cabría esperar de un sello como el de su editorial Publicaciones Gaviota. No titubeó en su inmediata reacción: No, porque yo creo que todo escritor puertorriqueño que lo interese, debe tener la misma oportunidad de publicar. ¡Muy buena lección!

Norberto, aunque no se crea, podía hacer negocios como en los tiempos de antes. Un día le señalé, con respecto a alguno de los libros que me publicó, que no teníamos un contrato escrito. Contigo, con arrancarme un pelo del bigote es suficiente, y se sonrió. Tenía razón, porque ambos teníamos la misma edad, ambos veníamos de un pueblo pequeño de la isla y ambos sabíamos el valor de la palabra empeñada.

Estas son solo algunas anécdotas de mi relación con él. En algún momento, cuando me hizo su historia, esta me fascinó. Sin embargo, no le dio tiempo de contarla en un libro, como le sugerí hacer. Él era plomero de oficio por cuenta propia, pero hace muchos años, como un favor a su hermano fue a sustituirlo en unas vacaciones a la casa editora para la que este trabajaba. Resultó ser tan buen empleado y le gustó tanto ese trabajo, que el patrono lo retuvo. Allí aprendió el negocio de la distribución y venta de libros. Norberto González fue un hombre sencillo, humilde, llano y amistoso, que hizo todo lo que pudo por promover la literatura, y a quien muchos agradecemos por su ayuda y por su dedicación al mundo del libro. ¡Hasta siempre, estimado amigo!

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