Ahora resulta que de la época del cautiverio de Babilonia pudiera haber
rastros en las alturas de mi pueblo. Leo en la prensa de hoy que un
puertorriqueño llegado a rabino, Gary Fernández Mercado, establecido en la
península de la Pascua Florida (ee.uu.)
ha descubierto que por sus venas corre sangre de judíos sefardíes. Ha
identificado casi seis mil apellidos —incluso los suyos— de origen
judío-español y judío-portugués en los habitantes actuales de América. Estos vinieron
a las tierras descubiertas por Colón en la última década del siglo xv.
Lo que me llama más la
atención de la noticia es que el rabino Fernández está embarcado en la tarea de
identificar, mediante pruebas de adn,
a 20,000 descendientes de estos sefardíes. Y todo porque el gobierno de Israel
ha prometido concederles a éstos la ciudadanía israelí, lo cual facilitaría que
se cumpliese con la Ley del Retorno o el «Aliyah» a la tierra de Israel. El
rabino Fernández es, además, portavoz de Ezra International, una organización
con sede en la tierra de leche y miel que procura rescatar a los judíos más
pobres dispersos por el mundo, para regresarlos a su país de origen: Israel.
He visto la lista de
apellidos que ha publicado el portal del rabino Fernández y he encontrado una
inmensa cantidad de ellos muy comunes en Puerto Rico, incluyendo varios de los
míos, como son los Sánchez, Martínez, Mercado y Olivera. Con razón mi tío Dimas
Serafín siempre dijo que a nosotros, los Martínez del barrio Collores de Yauco,
se nos tenía por judíos y nos apodaban «los santos de la ceiba». O sea, que
existe la posibilidad de que tuviera razón y mucho más: que los puertorriqueños
seamos más judíos de lo que nos imaginamos.
¿Que qué importancia puede
tener este asunto? Bueno, pues que ahora que el presidente Donald Trump la
tiene cogida con los inmigrantes hispanos y, por consiguiente, ya mismo se le
ocurrirá algo que hacer o decir con respecto a los puertorriqueños, tal vez
quiera hacernos una prueba obligatoria de adn
para establecer nuestra descendencia judía y regresarnos a Israel. Argumentaría
que si resultara que somos descendientes de judíos sefardíes, podríamos obtener
la ciudadanía israelí y, entonces, en vez de mudarnos para Orlando, podríamos comenzar
a ser deportados a Israel.
A lo mejor incluso, nos obligue
a pagarnos el pasaje, y le exigirá al gobierno de Netanyahu que nos consiga
alojamiento gratuito tipo Plan 8, nos subsidie el pago del agua, la luz y un
teléfono celular, nos consiga un plan médico gratis y nos de un chequecito para
hacer la compra y pagar el cable. A lo mejor allá existe el Pega 3 y su
parentela de juegos de azar, y podría asegurarle a los israelíes que, dada
nuestra naturaleza cuasi adictiva al juego, le devolveríamos al fisco hebreo parte
de los beneficios recibidos. Igualito que hacemos aquí. Es más, estoy
convencido de que Trump diría que no notaremos la diferencia entre la vida que
nos damos aquí y la de allá, porque en Israel tampoco nieva. Y tendríamos la
ventaja adicional de que no echaríamos de menos el ruido de los disparos a
cualquier hora del día o la noche, ni el escenario de los cadáveres desper-digados
sobre el pavimento.
Mañana llamo por mi cuenta para
eso del adn y saber a qué atenerme.