sábado, 21 de enero de 2017

¡Para que aprendas!

Siempre había creído que a los juegos de baloncesto se iba a ver jugar baloncesto, especialmente si uno de los equipos contendores era el nuestro. Pues acabo de ver en YouTube el fiasco que pasó un joven por utilizar un juego de la Liga Profesional de Baloncesto en España para otra cosa.
En innegable connivencia con alguno de los que tenían que ver con el espectáculo, el arrojado joven hizo que durante el tiempo muerto, a mitad del partido, lo llamaran a él y a su novia al centro de la cancha. Ella creía que los convocaban para alguna competición de tiradas libres al canasto, como suele suceder en este tipo de espectáculo, hasta que nota, asombrada, que el joven se apodera del micrófono, extrae un pequeño estuche del abrigo colocado sobre el tabloncillo y, tras arrodillarse frente a ella —ahora con el estuche abierto mostrando una sortija de compromiso—, le propone matrimonio con palabras inaudibles para los que vemos el video.
Ella sostiene con su mano derecha el balón y con la izquierda hace movimientos de lado a lado que solo pueden interpretarse como su respuesta: «¡No, no, no!». La joven mujer pone rostro de estupor matizado por una sonrisa sosa, indefinida. Luego le da la espalda al novio osado y se retira a pasos moderados del lugar, dejándolo plantado ante la mirada de incredulidad de los miles de espectadores que abarrotan y hacen estruendo en el recinto deportivo.
No sé qué le hizo suponer que ella tenía ganas de casarse con él, o siquiera de casarse. Es más, probablemente ella lo quiere y todas esas cosas, pero no se encuentra preparada. No sabemos si ya eran pareja, es decir, si ya vivían en concubinato y la idea de «legalizar» la unión la asustó, o que «conociendo de antemano el material» ella no estaba en las de escalar esa relación. O sencillamente ella pensó que la decisión de casarse no era algo que debiera tomarse a la ligera y menos entre el bullicio, el alcohol y el ambiente festivo de una cancha de baloncesto. ¿Habría tenido el mismo resultado si la propuesta de matrimonio hubiese sido hecha en una cena para dos, a la luz de un candil aromatizado, mantel y un buen vino tinto? No, no, no. A mí la insensatez y audacia de él no me conmueven. De hecho, no me parecen nada de románticas. Solo me hacen recordar lo que de niño me decían cuando incurría en conducta temeraria: «¡Bueno está que te pase, para que aprendas!».


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