Hoy día el que un
hombre sea baleado frente a su
casa, como acabo de leer en un periódico digital, no debe ser noticia que
sorprenda a nadie en Puerto Rico. Pero que el hombre, agricultor para más
señas, abandone el mundo de los vivos dejando atrás 42 hijos
procreados en siete mujeres, es un hecho insólito, al menos para mí que apenas
puedo mantener a dos. No quiero juzgar el caso particular del ser humano objeto
de esta noticia, sino aproximarme al hecho genérico, sociológico, de que un
hombre se dedique a procrear sin ton ni son.
Y que no me vengan con lo del
mandato bíblico del «creced, multiplicaos y poblad la faz de la tierra» porque
eso fue pensado como ejercicio de paternidad responsable y no como
exhibicionismo machista, y mucho menos como ejercicio de costumbres perrunas.
Como están las cosas, una vocación para una reproducción tan prolífica debe
conllevar la suficiencia de recursos económicos para la manutención apropiada y
oportuna de la prole, sin que tenga la madre que acudir cada rato al tribunal
o a Asume para obligarlo a pagar.
A lo mejor el hombre de la noticia cumplió bien y fielmente su responsabilidad
paterno-filial, no lo dice la noticia, pero la realidad es que el país está
atiborrado de algunos a quienes nada importa el bienestar de sus hijos con tal
de ellos mismos pasarla bien y poder comer cada día o tener con qué beber, jugar al Pega-3, la
Loto o a los caballos. Y cuando se está en esta última categoría, andar por ahí
teniendo un hijo en cada esquina es una atrocidad de marca mayor. Podríamos echarlo a chiste, pero no le es.
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