Leo una noticia en El Mundo
de España de que se habría de subastar en Nueva York una carta de amor que le
escribió Ernest Hemingway a Marlene Dietrich. Nada singular, particularmente
conforme a lo acostumbrado en ese mundo de la cotidianidad de las subastas de
cosas pertenecientes a los famosos. Muchas veces son, sin lugar a dudas,
chucherías sin ningún valor intrínseco que no sea el que le brinda el solo
hecho de haber pertenecido o tocado a determinada persona y el afán desmesurado
de mucha gente por la veneración de lo insólito.
Mas lo que realmente atrajo
mi atención no fue la foto de la carta manuscrita de Hemingway, sino la parte
de la noticia que informa de que Marlene Dietrich había asegurado sus piernas
por un millón de dólares ¡en 1934! después de dejar la Alemania nazi. De
inmediato supuse: «¡Debieron ser dos piernas del carajo!», pero al deslizar con
el mouse el contenido de la pantalla
hacia abajo, me topé con la foto de las dos piernas muy delgadas —para mi
gusto, por supuesto— de la Dietrich. Entonces, pensé que, en vez de la carta
del autor de El viejo y el mar, lo
que debió haberse subastado fue una de las piernas momificada de la Dietrich,
del mismo modo que un comerciante de Texas, no hace tanto, puso a la venta el
dedo pistolero de Pancho Villa por $9,500. De seguro, los admiradores de las patiflacas
habrían pagado mejor esa pierna de la famosa actriz, que lo que habría pagado
la compañía aseguradora en 1934 por «su pérdida», si ella hubiera «metido la
pata» y se la hubiera atrofiado al punto de que quedara obligada a caminar
renqueando por el escenario. Y para que sepan a lo que me refiero, vean más
adelante las costosas piernas. Como pueden ver, las que «están del carajo» no
son las piernas, sino los que estuvieron dispuestos a pagar por ellas un millón
de dólares en 1934.
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