sábado, 3 de diciembre de 2022

Alexia ¿Putellas?

Comencé a leer en las páginas de El País un artículo sobre Alexia Putellas —quien yo desconocía en ese momento que es la mejor jugadora de futbol del mundo— y ya no pude seguir leyendo por la distracción que me produjo su apellido. Me suele pasar a cada rato que una lectura ordinaria en la que me tropiezo con un nombre raro hace que me desvíe por los vericuetos que siempre conducen al mismo lugar y, sobre todo, a la misma época: a los años de escuela en mi adolescencia. En esa época todo era motivo de gracia, de chiste, de vacilón, y me imaginé lo que habría pasado si, de repente, hubiera llegado a mi escuela una estudiante con ese apellido y, sobre todo, el acoso (bullying) que se habría generado contra ella. Porque de «Putellas» a «Putilla» es un mero resbalón ortográfico.

Es lo mismo que me pasó la primera vez que vi en televisión a una presentadora de noticias llamada Nuria Sebazco en que, de nuevo, otro resbalón ortográfico me hizo pensar en lo mal que lo debió haber pasado en su pueblo de Utuado, si las cosas en su escuela hubieran sido como en la mía en Yauco. Porque en Yauco para describir la falta de hermosura de algo o alguien se dice: «Es más feo o fea que la palabra sobaco”».

De igual modo me pasó cuando, ya yo adulto, conocí al párroco del barrio de mis abuelos, el padre Saliva, pues de inmediato imaginé el acoso por el que debió pasar en la escuela, si es que no se dio a respetar a las trompadas. Y sospecho que si jugaba algún deporte y en alguna ocasión su equipo ganó por alguna jugada espectacular que hizo, no faltaría quien se hiciera el chusco para decir que habían ganado gracias a un «salivazo».

En fin, que me acordé de todo esto porque vi hace un rato en un noticiario de televisión que un diputado español de Esquerra Republicana de Catalunya se llama Gabriel Rufián. Y me imaginé a uno de nuestros maestros —de aquellos que se referían a nosotros por «señor» o «señora», seguido del apellido—, al pasar lista de asistencia y llamar, para corroborar que estaba presente, al «señor Rufián». Y, menos mal, que mi escuela no quedaba en el barrio Matón de Cayey.



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