En aquel tiempo, cuando se podía entrar tranquilamente a un servicio sanitario público —lo que los españoles llaman «váter» y los norteamericanos «restroom»— uno podía entretenerse leyendo los grafitis inscritos con «magic markers» en las paredes del lugar, que no dejaba de ser una manifestación literaria de la vulgaridad. Eran variopintos, desde simples mensajes eróticos con palabras extremadamente soeces, dibujos mal hechos de partes pudendas de ambos sexos, corazones atravesados por una flecha y dos iniciales vinculadas con la conjunción «y», hasta intentos de poesía como, por ejemplo, «Mea feliz / mea contento / pero cabrón / méate dentro»; o aquella inolvidable: «En este santo lugar / donde viene tanta gente / se mea el más cobarde / y se caga el más valiente». No puedo decir si lo mismo ocurría en los servicios sanitarios de las mujeres, pues a los varones no nos era permitido entrar a estos. Sin embargo, por mucho tiempo tuve intenciones de recopilar todo ese grafiti y publicarlo con el título «Literatura de inodoros», pero desistí. Naturalmente, no puedo afirmar que habría sido un bestseller o superventas, pero ahí vamos.
¿Y por qué esto vino hoy a mi memoria? Porque un tal Ivan Dimitrov, búlgaro residente en el Reino Unido, andaba turisteando con su novia Hayley Bracey por la capital romana y se le ocurrió perpetuar su paso por el Coliseo de Roma inscribiendo sobre uno de sus muros «Ivan+Hayley 23», que, ni más ni menos, podría pertenecer fácilmente al género de literatura de inodoros. Así, como si el tal Ivan Dimitrov estuviera en los inodoros públicos del Coliseo de San Juan —el Roberto Clemente, por supuesto— donde la gente escribe en las paredes de sus baños lo que les da la gana y no pasa nada. Como la osadía del turista búlgaro fue grabada por otro turista que subió el video a las redes y se volvió viral, él se enteró de que la policía italiana lo buscaba y que su acto podría ser castigado con cinco años de prisión y multa de $2,700 a $16,300.
Del susto, les explicó a los Carabinieri y le envió una carta de disculpa al ayuntamiento de Roma expresando su arrepentimiento y expresando, como justificación para su conducta, que fue después de escribir el grafiti que se enteró «de la antigüedad del monumento». O sea, vino con el cuento de que él no sabía que el Coliseo romano —donde mismo echaban a los cristianos a los leones— tiene dos mil años y es patrimonio de la humanidad. De modo que, aunque yo no sé en qué parará el asunto o si los romanos se tragarán el cuento de su supuesta ignorancia histórica, al menos espero que si Ivan Dimitrov tiene que ir a la cárcel, que no sea tanto por lo de escribir el grafiti, sino por bruto.
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