La foto es la de un niño risueño de siete años que acudió a ver el juego de la serie final de la NBA en el cual el equipo Mavericks de Dallas ganó el título de campeón ante los Heat de Miami. El calce dice: «El jovencito boricua causó sensación en Miami». ¿Y por qué? La nota de prensa relata que el niño, atrapado en su lealtad a dos de los jugadores de los equipos enfrentados, Dirk Nowitzki —de Dallas— y LeBron James —de Miami—, resolvió el dilema cortando por la mitad dos camisetas —una de cada equipo— y luego cosiendo las mitades opuestas para formar una sola camiseta. De este modo, si se le veía de frente, en el híbrido blanco (de los Heat) y azul (de los Mavs) podía leerse: «HELAS» —de [HE]at y Dal[LAS]— y los números 4 (de Nowitzki) y 6 (de James). En la espalda: «NOWes», de [NOW]itzki y Jam[ES].
Debo suponer que la costura de esta camiseta híbrida debió tener el visto bueno del padre y de la madre del niño, quienes, presumo, deben padecer del mismo síndrome que el de la inmensa mayoría de los puertorriqueños: el síndrome del corazón partío. Este es el de las dos ciudadanías, los dos idiomas, las dos banderas, los dos himnos y las dos tantas cosas que por más de 100 años no nos han permitido ser plenamente lo que realmente somos: puertorriqueños, hispanohablantes, sandungueros, es decir, miembros de una nación única e irrepetible, la de un solo corazón que late a un solo ritmo, no a dos.
La mayoría de los puertorriqueños, afectada como está por el síndrome del corazón partío, no podrá, sin embargo, resolver su problema existencial con una tijera y aguja con hilo. No tendremos la opción que tuvo el niño. No suscitaremos la simpatía por nuestro vestido curioso, no seremos admirados al mostrarle al mundo la «innovación» de nuestra doble vida, la que pretende estar al mismo tiempo con Dios y con El Diablo. Aunque parezcamos un pueblo en plena puericia.
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