La primera vez que puse atención a su nombre fue un día de vientos templados en que se subió a la corona de la Estatua de la Libertad en Nueva York y desplegó una bandera de Puerto Rico para denunciar la presencia de la marina de guerra de Estados Unidos en Vieques. Para esa época, el nombre de Tito Kayak no significaba mucho para mí, como tampoco, probablemente, para la inmensa mayoría de los puertorriqueños. Sin embargo, a partir de entonces sus hazañas —llevadas a cabo con la misma intrepidez que las del Hombre Araña— se hicieron notorias, y pronto abarcaron otros lugares incómodos del mundo: Escocia, la sede de Naciones Unidas e Israel, por ejemplo. Y es que Alberto de Jesús Mercado —su nombre de pila— ha dedicado los últimos años de su vida a denunciar con valor indomable los actos de injusticia social. Esto es lo que, al fin y al cabo, lo lleva a su peculiar forma de expresión de subirse a las estructuras más elevadas para desplegar desde allí sus mensajes de protesta.
Pues, esta madrugada, cuando el tráfico de las horas tempranas de la capital comenzaba a espesarse rápidamente en la Baldorioty de Castro, Tito Kayak volvió por sus fueros y se subió enmascarado a un poste del alumbrado público a denunciar, ante la visita de mañana del Presidente de Estados Unidos a Puerto Rico, lo que ciertamente constituye una grave injusticia: la reclusión por más de treinta años del patriota puertorriqueño Oscar López Rivera, en una cárcel del gobierno de Estados Unidos. Desde lo alto, desdobló una bandera en la que podía leerse: «30 years is too much, free Oscar López» [«30 años es demasiado, liberen a Oscar López»].
Tres horas después, al bajarse del poste, el gobierno lo arresta, arría la bandera-denuncia y anuncia que lo acusará del delito de obstruir la justicia. De seguro, será absuelto porque lo que hizo Tito Kayak es un ejercicio legítimo del derecho a la libre expresión que garantiza la Constitución de Puerto Rico y que reconoce la Declaración Universal de los Derechos del Ser Humano. Lo dicho por la Policía —que Tito Kayak trató de impedir «su rescate» tirando patadas al aire— no es más que un pretexto para censurar el contenido del mensaje y desalentar el ejercicio de su derecho.
Eso sí, las fuerzas represivas del Estado habrán logrado su cometido inmediato de impedir que el presidente Obama le dé un vistazo a la bandera-denuncia, pero no que el mundo sepa que en Puerto Rico quedan hombres y mujeres que no se colocan boca abajo ante el decayente imperio que ha usurpado nuestra soberanía. Ni siquiera aunque ese imperio esté representado mañana en nuestro suelo por el presidente más simpático que ha habido desde la presidencia de John F. Kennedy. ¡Queremos libertad, no simpatías!
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