Cuando leí que la
mujer había rebajado cien libras de peso en un
año al enterarse de que su marido le era infiel, no me quedó otra que enfadarme
con ella. La mujer se había dedicado a comer de más toda su vida al punto de
que, con muy baja estatura, llegó a pesar 260 libras a los 22 años de edad. La
nota de prensa no aporta gran cosa sobre las circunstancias del caso, pero sí
las fotos del «antes» y del «después». La foto de la izquierda muestra a una mujer
muy gruesa —¿han visto el cuerpo de una ballena?— inflada de grasa por todas
partes. La foto de la derecha, muestra a una mujer delgada, toda curvas —¿han
visto a Jennifer López en bikini?— de lo más sexy.
Y para que no me acusen de
machista diré que igualmente me hubiera enfadado si la noticia se hubiera referido a un hombre gordo y
barrigón que rebajó cien libras cuando se enteró de que su mujer le pegaba
cuernos.
Digo que la noticia me
produjo enfado porque no fue sino hasta que ella se enteró de las aventuritas
del marido que decidió ponerse en «la línea». Ya podía imaginarme al hombre
suplicándole que se sirviera menos cantidad de comida a la hora de almorzar o
cenar, o que renunciara a algunos postres, o que dejara «el picoteo» entre las
comidas, y ella «¡que no, que no te metas conmigo en cuanto a lo que como, no,
señor!, ¡que no quiero que me presiones!, ¡que como lo que me dé la gana, coño,
y eso no debe importarte!». Y ella —o él, si fuera el caso— jartándose como si
la comida se fuera a acabar mañana.
Y para mí eso de rebajar de
peso porque tu cónyuge te pegue cuernos, es adelgazar por la razón
equivocada. El peso de una persona —sea hombre o sea mujer— es un aspecto
importante de la salud física y emocional, seamos casados o solteros, por lo
que debemos cuidarnos de engordar o enflaquecer fuera de los límites
médicamente recomendados. No debemos ser esclavos de la gula que, para más
señas, es uno de los pecados capitales. O sea, que el sobrepeso por exceso de
comida no solamente hace daño al cuerpo, sino también al alma y a las
relaciones matrimoniales.
Supongo que lo que se ha
querido insinuar con esta noticia de la mujer puesta a dieta es que ella, con
rebajar, buscaba tener un aspecto sexualmente atractivo para una de dos cosas:
o para «recuperar» a la pareja «perdida» o como medio de comunicarle al marido «¡Mira lo que te has
perdido ahora, pa’ que sufras!». (Lo de mejorar la salud, aunque laudable, no parece haber sido la
verdadera razón ya que ella verbalizó con toda candidez que se trataba de una
respuesta a la infidelidad de él).
Claro, no hay que darle un
aplauso de pie al marido tramposo. Pegar cuernos no es un método ingenioso,
sino más bien burdo para conseguir que el cónyuge se ponga a dieta. Sin
embargo, yo, por si las moscas, llevo tres días haciendo ayuno, push-ups y sentadillas, no vaya a ser
que mi mujer, que lleva meses señalándome la panza que he desarrollado y diciéndome
que debo rebajarla, haya leído esta noticia y «coja escuela».
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