Todos tenemos nuestras
propias ideas acerca de la justicia,
particularmente de la que le impartimos a aquellos a quienes percibimos como
responsables de nuestros males inmediatos. Pues resulta que un hombre europeo —la
noticia no dice de dónde, pero el video presenta un idioma de un país que no es de lengua
romance— decidió cumplir la sentencia de un juez que ordenó que él y su
compañera se dividieran los bienes habidos durante su concubinato, es decir, la
mitad para cada uno.
El hombre, muy «respetuoso de
la ley», se armó de varias herramientas para cortar metal, plástico, tela y
madera y procedió a «dividir», literalmente, todos sus bienes. De más está
decir que al filo de la sierra y del serrucho eléctrico fue uno por uno y
partió por la mitad ante una cámara que lo grababa —para que no lo acusaran
después de tratarse de un truco de PhotoShop—la
cama, las sillas y taburetes, el televisor led, el tocadiscos, los
discos (tanto los de vinilo como los BlueRays),
¡el automóvil!, y hasta un osito de peluche que de seguro representó en otra
época el amor que uno sentía por el otro, pero que no sobrevivió al encono que
tantas veces se desgaja de esos amores desencajados.
No crean que esa idea me ha
parecido nada de genial, sino por el contrario, carente de sentido y, sobre
todo, muy vulgar. De hecho, la idea es más vieja que el frío. Aparece en el
Antiguo Testamento de donde seguro la tomó. Es el pasaje donde una mujer le
roba el hijo recién nacido a la otra en sustitución del suyo muerto. La víctima
acude donde el rey Salomón para que le haga justicia y ordene a la otra mujer
que le devuelva a su hijo. Entonces Salomón, como no puede determinar cuál de
ellas es la verdadera madre, ordena que el niño sea, a filo de espada, dividido
en dos y que se le entregue la mitad a cada una. Es célebre el resultado de ese
juicio: la verdadera madre, para salvar la vida de su hijo, accede a que se le
entregue el niño a la mujer que se lo robó. Y es así cómo Salomón demuestra «su
sabiduría» al identificar a la verdadera madre y ordena que se le devuelva
el niño.
Pues este «nuevo Salomón» de
la sierra y el serrucho optó por esta misma estrategia y decidió ejecutar la
sentencia del juez de ese modo inusual dividiendo el caudal «ganancial» no como
suele hacerse —los muebles para ti, el carro para mí, la laptop para mí, el televisor para ti, etc.—, sino mediante la
división física de cada artículo. El resultado: que destruyó todos los bienes
sujetos a división. Como decíamos en el campo: «Ahora ni pa’ mí, ni pa’ naiden». La noticia no dice cómo acabó el
asunto, pero mi primo —el que era juez, pues yo de leyes nada sé— me asegura
que el hombre va a acabar preso, con una condena en las costillas. Menos mal
que podrá desempeñar sus destrezas de handyman
en los talleres de la instalación penitenciaria
Y como el juez que lo
sentencie no será el Sabio Salomón, no habrá de ordenar que la sentencia sea
cortada a la mitad. Tendrá que cumplirla enterita y, además, pagar en metálico
el valor de la parte de los bienes destruidos que ella tenía derecho a recibir.
Y tiene suerte si no lo condenara a vivir como medio pollito.
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