martes, 30 de agosto de 2011

Una estatua herida


Acabo de leer que alguien vandalizó la semana pasada la estatua de nuestra querida escritora Mayra Santos Febres que ubica en la «encendida plazoleta antillana» del Centro de Bellas Artes en Santurce. La Policía no tiene sospechosos «gongo y maraca». Y eso es porque no leen a Mayra «de la Quimbamba». Si lo hicieran, encontrarían más de uno «melao, melaza». No es la primera vez que un personaje decide ajustar cuentas con su autor, y el hecho de que la estatua presentara «cortaduras en el área de la cintura» debe servirle a la Policía para orientar su pesquisa.
Si yo fuera el detective, comenzaría interrogando a algunos de los clientes de Nuestra señora de la noche, pues de seguro encontraría a algún envidioso de sus «meneos cachondos que el gongo cuaja». Y tendría que investigar el material de la estatua para asegurarme de que los tajos no fueron Sobre piel y papel, ni que Mayra fue confundida con Sirena Selena [la que va] vestida de pena. Sería incisivo al interrogar a los sospechosos varones, pues, no habiéndose especificado el día de la semana en que se vandalizó la estatua, pudo haber sido miércoles. Pudiera encontrarse una buena pista en Cualquier miércoles soy tuya. Hay hombres que son así, se confunden ante la más leve insinuación del «caderamen masa con masa», y terminan atolondrados por el despecho «suda que sangra».
Sin embargo, pensándolo bien, mi sospechoso es un amigo que hace unos días terminó de leer el último libro de Mayra, Tratado de medicina natural para hombres melancólicos. Lo que me dijo acerca del libro, se lo diría a Mayra únicamente, y siempre que sea al oído.

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