En quinto grado teníamos una maestra de Inglés que todos detestábamos. Caminaba entre las filas de pupitres cotejando nuestras libretas abiertas para asegurarse de que hubiéramos hecho la asignación. Un día en que Rosita no la había hecho, le dio un cocotazo sobre la diadema que le hizo sangrar el cuero cabelludo. Solamente permitió que otra estudiante la acompañara al baño para que se limpiara la sangre y continuó la clase como si nada. Al estudiante que no contestara correctamente alguna de sus preguntas le decía: “So alcornoque”, o motes degradantes parecidos, para enfatizar su torpeza o falta de inteligencia, con el evidente propósito de humillarlo y menoscabar su autoestima. Aun así, a ninguno de nosotros —y menos a alguno de los afectados directamente— se nos ocurrió presentarnos a clase con un cuchillo en el bulto para darle una puñalada pensando que con eso le dábamos su merecido. Obviamente, con odiarla nos parecía suficiente.
Pero hay niños de armas tomar. Por ejemplo, en 2011, un estudiante de diez años de una escuela de Sao Paulo, Brasil, llevó un revólver .38 al salón de clases, le disparó a la maestra (que afortunadamente sobrevivió) y luego se pegó un tiro en la cabeza. Él no sobrevivió. Hace unos días, en el estado de Virginia, Estados Unidos, un niño de seis años echó en su bulto la pistola que su madre guardaba en algún lugar accesible a él y, al llegar al salón, sin mediar palabra, así sin ton ni son, le pegó un tiro a su maestra, quien se encuentra hospitalizada, pero estable. En vista de que este niño no se suicidó, ahora las autoridades tendrán que bregar con él, aun cuando estas no saben cómo hacerlo.
Como en Puerto Rico a los niños de escuela elemental no les ha dado (todavía) con llevar armas al salón de clases para “ajustar cuentas” con alguna maestra que detesten, no nos hemos tenido que plantear cómo manejaríamos la situación del niño que no haya cumplido trece años de edad y le dispare o apuñale a su maestra o maestro.
La pregunta que me hago es cómo el Departamento de la Familia hubiera manejado un caso como el de Rosita si esta, al otro día del cocotazo que la hizo sangrar, se hubiera presentado al salón con un arma en el bulto y hubiera apuñalado a nuestra maestra de quinto grado. En fin, que lo mejor es no pensar en lo peor.
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