En estos días soñé que el gobernador Fortuño se había ido de viaje a España a tratar de persuadir a inversionistas de que hagan negocios en Puerto Rico ahora que el Superintendente de la Policía asegura que se ha reducido la criminalidad. (No estoy seguro de que esta parte del Súper la soñara en ese sueño, o si fue que la leí en el periódico en el sueño de la noche anterior). Pues no bien lo entrevistaban, aquel sueño se me volvió pesadilla, pues un periodista de lo insólito, de los que por aquí andan tirando cascaritas y con agendas escondidas para hacerle daño a nuestro gobernador, le hizo la pregunta: «El puertorriqueño ¿es latinoamericano o estadounidense?». Con la pregunta comenzó mi agitación, que luego aumentó con su respuesta de que el puertorriqueño es «boricua, hispano y americano», o sea, algo así como 3-en-1.
Cuando digo que el sueño se volvió pesadilla es porque seguí soñando que sus palabras llegaron a Puerto Rico y que aquí las malinterpretaron. Sí, porque boricuas somos por ser de Borikén, e hispanos y americanos por pertenecer a tierras conquistadas en América por España. Pero no, aquí lo tergiversaron todo y comenzaron a mezclar la ciudadanía norteamericana impuesta a los puertorriqueños en 1917 con nuestra nacionalidad. Incluso le imputaron a Fortuño haber dicho que «Puerto Rico es Estados Unidos desde 1898», como si él —que es abogado— no supiera que lo dicho por el Tribunal Supremo de Estados Unidos es que, a partir de 1898, «Puerto Rico pertenece a, pero no es parte de» Estados Unidos. Afortunadamente, desperté, aunque un poco sudoroso por la emoción, cuando alguien en el lugar de la entrevista gritó: «¡Pues, que viva Borikén!», y Fortuño, con su puño derecho crispado, respondió: «¡Pues no, que viva el Tea Party!».
Menos mal que fue un sueño.
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