sábado, 15 de enero de 2011

Cuento escrito con renglones torcidos 1

[Cuento]


El hijo muerto es el tuyo

                                                  Hiram Sánchez Martínez



     La mujer se quedó dormida junto al recién nacido y, en una rotación involuntaria de su cuerpo, lo aplastó. No lo supo hasta que, aún dormida, la dolorosa hinchazón de sus tetas la despertó. Echando de menos el llanto frágil de su hijo en la madrugada, se percató de que el bebé no respiraba y su cuerpo estaba yerto. Al ver que nada podía hacer para revivirlo, tomó el cadáver y, atravesando la sombra espesa de aquella casa de lenocinio, lo llevó sigilosamente a la habitación contigua donde descansaba la otra recién parida de dos días. Le colocó el niño muerto en su regazo y volvió a la habitación con el bebé que no era suyo. Luego, lo atosigó de su néctar de calostro para que no llorase.

     Al comenzar a clarear, Karen se disponía a amamantar a su hijo cuando notó la inusual quietud del bebé y la frialdad de su cuerpo. Entonces lo miró. No creyendo lo que veían sus ojos, encendió una lámpara y entendió perfectamente lo sucedido. Sin esperar a que nadie de la casa despertase, llegó hasta la puerta de la habitación de la otra meretriz, y la llamó con palabras urgentes y golpes contundentes de sus nudillos:
     —¡Judit, Judit, devuélveme a mi hijo! ¡Quiero a mi hijo!
     La luz se hizo en las tinieblas de las habitaciones aledañas y las mujeres comenzaron a salir de su somnolencia, desprovistas a esta hora de los abalorios de su oficio, y envueltas en una mezcla atiborrada de olores rancios.
     —¿Qué sucede mujer, qué te han hecho? —preguntó la matrona.
     Karen relató su historia. Judit, sin embargo, negó la imputación y alegó que el hijo vivo era el de ella y no pensaba cedérselo a Judit que, según Karen, era evidente que estaba fuera de quicio. Judit sostuvo al hijo vivo apretado contra su pecho mientras él succionaba con fruición uno de los pezones de su madre putativa. Karen intentó rescatarlo de brazos de la usurpadora pero Judit, en una reacción de prestidigitadora, lo alejó en seguida y lo condujo a su habitación.
     La matrona, que igual que las demás meretrices del local no podía distinguir cuál era el hijo de cuál, les ordenó que se presentaran esa misma mañana al palacio del rey para dirimir la controversia.
     Cuando llegaron, las hicieron pasar donde el paje de bolsa, pero éste, al escuchar la naturaleza del pleito que traían ante su amo, y sabiendo que un año antes el rey había resuelto personalmente una disputa de esta misma índole, consultó el asunto con el ministro de justicia.
     —Una sentencia como la dictada el año pasado está reservada al rey. Pásenlo a su jurisdicción.
     Menos de dos horas después, la mujeres se encontraban en la presencia del rey. De no ser por su indumentaria, ninguna de las dos lo hubiese reconocido como su señor. Era joven, de barba bien cuidada y sin canas, y su voz sobresalía no por su autoridad, sino más bien por su ternura.
     Escuchadas las versiones de las dos mujeres, dijo el rey:
     —¿A quién de ustedes debo creer? Una de ustedes dice: «Éste es mi hijo », y la otra replica: «No, no es de ella, sino mío». Las testigos no pueden identificar a la verdadera madre pues, para colmo, por lo reciente del nacimiento los dos niños se parecen. Díganme ustedes mismas qué quieren que haga, pues si no se ponen de acuerdo, yo decidiré.
     Las dos mujeres se miraron perplejas. ¿Para qué, sino para que él decidiera, habían acudido ante él? Y casi al unísono comenzaron nuevamente a decir: «El vivo es el mío, el hijo muerto es el tuyo». Entonces el rey las interrumpió y, mirando al paje de armas, le ordenó, esta vez con una voz seca de autoridad desprovista de todo trazo de blandura:
     —¡Tráeme una espada!
     Cuando la tuvo en sus manos, la entregó a uno de los guardias y le dijo:
    —Parte en dos al niño vivo, y entrégale una mitad a cada una.
  Entonces, ambas mujeres enmudecieron de pavor y contemplaron atónitas cómo el guardia tomó al bebé por los tobillos, lo alzó en el aire y, de un solo golpe de espada, lo dividió en dos.

© 2011 Hiram Sánchez Martínez

2 comentarios:

  1. Hiram:

    Celebro este anticipo de lo que supongo será una nueva colección de tus cuentos. Me gusta, sobre todo, el tono irónico o la «negrura» del golpe de efecto. Ahí tienen tus lectores - y los que aún no lo son - una muestra de tu maestría narrativa.

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  2. Pues... respeto muchísimo el talento del juez. Pero este cuento, inspirado en las Sagradas Escrituras y la sabiduría de Salómón, no lo compraría por nada del mundo, aunque sea una joya en la narración... Prefiero la narración original.

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