Miércoles, miércoles de ceniza. Mi esposa la oye roncar desde el pasillo y se pregunta por qué no se habrá levantado todavía si ya son las siete. A esta hora debía estar en la cocina hirviendo el agua para el café. Entra a la habitación. «Definitivamente está dormida», piensa mi mujer, y la llama quedamente: «Mami, despierta que son las siete». Ella sigue con el concierto de ronquidos y sonidos guturales que solo son compatibles con un sueño profundo. Ensaya una voz menos queda, esta vez unida a una suave sacudida de los hombros. Nada. Le toma la cara entre las manos y repite el suplicatorio: «¡Mami, mami, despierta!». Pero su mami continúa dormida, bajo los efectos de un coma resultante de un evento catastrófico de hemorragia masiva en el cerebro. Y el miércoles sigue siendo miércoles, miércoles de ceniza.
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