domingo, 15 de mayo de 2011

De piña no me gustan (Cuento)

[Cuento]

Como si no fuera suficiente que mi mujer llevara tres días insistiendo en que le comprara un gato, se aparecen a la puerta dos niñas Escuchas. No traen las usuales cajitas de galletitas de piña o de coco, sino un gatito de Angora con ojos de distinto color y un pelambre abultado y lustroso. Les pregunto qué quieren, aunque me lo imagino y acierto:
—No me gustan los gatos —les respondo, y vuelvo inmediatamente la cabeza para asegurarme de que mi mujer nada escucha.
Ellas sospechan de mi zozobra y adoptan la actitud del ave carroñera ante su presa moribunda. Una de las niñas comienza a elevar el volumen de su voz con el propósito evidente de que mi mujer se entere de la propuesta de venta que me hacen. La otra contorsiona su cuerpecito hacia un lado para adentrar su mirada por el pequeño espacio que he dejado bajo el quicio de la puerta; sé que ansía la aparición de mi mujer que, de seguro, habrá de antojarse del dichoso gato.
No veo más remedio que preguntarle cuánto vale, al mismo tiempo que agito mis manos suavemente en señal de que bajen la voz. Ellas lo cogen al vuelo y con destreza de comerciante viejo afirman:
—Noventa dólares.
—¿Quéeee? ¿Tanto?
La más lista me aclara:
—Cincuenta dólares por bajar la voz, más cuarenta que vale el gatito.
Me llevo la mano en forma de «Y» a mi quijada, y tras un instante de reflexión les propongo:
—¿Qué tal si sólo les compro su silencio y ustedes retienen el gato?
Ambas se miran, hacen risueñas el gesto universal de aceptación y, tomando el dinero, se despiden. En eso, y mientras las niñas se alejan, mi mujer se me acerca y, al ver mis manos vacías, pregunta:
—¿Y no que le diste dinero?
—Sí, para que mañana me traigan galletas de coco; sabes que las de piña no me gustan.

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