Me gusta esta hora del día porque es la que me representa mejor. A esta hora ya he vivido los primeros dos momentos del acertijo de la Esfinge: el de la mañana y el del mediodía. Y cuando enfoco la vista que aún me queda hacia el horizonte del Mar Caribe perfectamente lineal y rojizo, acosado por el sol que se escabulle más allá de los cocoteros de Boquerón, el alma se me humedece de alegría. Es la única parte de mí que no tiene arrugas, que no se nota asediada por Chronos, la que espera pacientemente lo que le depara el final de cada día.
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