A don Berna lo conocí de niño cuando solía comprarle blonnies al salir de la escuela. Colocaba su silla plegadiza detrás del pequeño carro de madera lleno de un surtido de dulces y de canecas de maví. Me llamaba la atención que nunca se quitaba sus enormes gafas oscuras, y que, además, tenía una sonrisa prendida al rostro que jamás se le borraba. Movía su cabeza y torso de lado a lado a un ritmo lento pero constante, sin conocer el cansancio.
Lo que me sorprendía más era que algunas personas le pagaran con billetes de distinto valor y él, con solo palpar su superficie, supiera perfectamente el cambio que debía darles. En casa, yo le pedía a papi que me prestara billetes de uno y de cinco y, luego, cerrando los ojos, trataba en vano de distinguir el monto de cada uno frotándolos entre las yemas de mis dedos, tal y como lo hacía don Berna. Pero nunca lo logré. Ahora que recuerdo a don Berna, he vuelto a preguntarme: ¿Y cómo lo hacía?
Hiram:
ResponderEliminarPatria, tía ciega y paralítica de mi padre, tenía esa misma habilidad. De niño, la puse a prueba, tratando de engañarla al devolverle dinero de lo que me daba para que le hiciera algún mandado, pero ella se daba cuenta.
Se fue a la tumba con el secreto. Y yo me volví más o menos decente...