[Cuento]
No lo aprendió en casa; tuvo que haber sido en la
calle. De buenas a primeras, mi hija se había convertido en ecologista y
defensora de los animales. De hecho, tenía a Karla Capalli como a una especie
de directora espiritual, y era de las que se encadenaba semidesnuda, junto a
ella, frente a los circos que llegaban a la ciudad, para protestar contra el
maltrato de los animales. Pero, nunca pensé que esa afición por la fauna la
llevara a denunciarme, y de qué manera. Es verdad que ella me había apercibido
de que lo haría si yo insistía, pero también es cierto que no la creía capaz de
hacerlo. Hasta que, esa mañana, lo hizo. Los vigilantes de Recursos Naturales
irrumpieron en mi casa, luego de tumbar la puerta, y me sorprendieron in
fraganti. No me dio tiempo de deshacerme de los cuerpos del delito ni del arma
empleada. Por eso fue que me pillaron de pie, mientras yo me aprestaba,
agitando el pote en el aire, para una segunda rociada a sus
cuerpos negros que yacían en el suelo boca arriba, sacudiendo aún sus
extremidades.
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