lunes, 23 de octubre de 2023

«Solo defiendo culpables»

Publicado originalmente el 23 de octubre de 2023 en la revista «Ley y Foro» del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico.

 https://tecnocaapr.org/solo-defiendo-culpables-sanchismos/


Estando un día en la oficina vino a verme una persona a quien el tribunal le había concedido diez días para que consiguiera un abogado. Quería contratarme, me dijo, porque me había visto por televisión. Le dije que no creyera en todo lo que viera en la televisión. Sin embargo, no le pregunté de qué se le acusaba ni nada. Ni siquiera le pregunté su nombre. Siempre que alguien viene a verme solo hago una pregunta, y dependiendo de la contestación, entonces decido si debo hacerle otras.

—De entrada, debo hacerle una sola pregunta —le dije.

—Dígame, licenciado.

—¿Es usted culpable o inocente?

Desde su perplejidad me respondió:

—¿Es eso importante? Es que toda la vida he escuchado decir, especialmente en las series de Netflix, que los abogados defienden a todo el mundo, sin importar si son culpables o no, pues para eso la Constitución reconoce el derecho de asistencia de abogado, aunque el acusado sea un vil delincuente o no lo pueda pagar.

—Bueno, de los honorarios hablaremos más tarde —le dije, mientras extraía del closet a mis espaldas mi maletín con la tabla de tarifas, por si acaso—. Ahora insisto en que me diga si es culpable o inocente, porque yo solamente defiendo a culpables.

—¿Co… co… cómo?

—La explicación es sencilla y demostrativa de mi brillantez e inteligencia. Fíjese bien. Si usted es inocente y sale culpable, yo no podría dormir tranquilo, pero si es culpable y sale culpable dormiría como un bebé. Así que, como abogado, aspiro a dormir siempre como un bebé.

—Pero, es que yo soy inocente.

—Ah, pues en ese caso puedo referirlo a otro abogado de los que no les importa eso como a mí. Es más, lo puedo referir a un primo —bueno, creo que primo tercero— que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.

   

sábado, 19 de agosto de 2023

No sabía que tuviera prosopagnosia

No sabía que tuviera prosopagnosia, pero un día me encontré de frente en la calle a mi novia de hace siete años y no la reconocí. No es que ella hubiese engordado o adelgazado; mucho menos que se hubiese sometido a alguna cirugía que hubiese salido mal y le hubiera deformado el rostro. «Soy yo, ¿no me reconoces?». A esas preguntas de «¿no me reconoces?» o «¿no te acuerdas de mí?» les había temido siempre porque, de ordinario, mi respuesta era invariable: «La verdad es que no, perdona». Y lo de «perdona» era un gesto de cortesía, de buenos modales, porque si no recordaba ese rostro no se debía a un deliberado propósito de olvidarlo, sino a un defecto de mis neuronas para generar una imagen correcta, igual que el defecto de mi páncreas para producir insulina. Pero olvidar la cara de una novia de muchos años era imperdonable.

Como era cierto que no la reconocía, eludí mi triste situación como pude. «¡Cómo no iba a reconocerte! Pensé que eras tú quien no me reconocías». Ella se limitó a sonreír y decirme: «Sabes que el primer amor nunca se olvida». Como no supe qué contestar simplemente le dije: «Debo seguir porque mi mujer me espera».

En efecto, esa misma tarde, cuando llegué a mi casa, allí estaba esperándome la misma mujer, mi novia de siete años. Se limitó a darme un beso de piquito y decirme: «La verdad es que no has mejorado de tu prosopagnosia».

 

miércoles, 5 de julio de 2023

«Ivan+Hayley 23» y la literatura de inodoros


En aquel tiempo, cuando se podía entrar tranquilamente a un servicio sanitario público —lo que los españoles llaman «váter» y los norteamericanos «restroom»— uno podía entretenerse leyendo los grafitis inscritos con «magic markers» en las paredes del lugar, que no dejaba de ser una manifestación literaria de la vulgaridad. Eran variopintos, desde simples mensajes eróticos con palabras extremadamente soeces, dibujos mal hechos de partes pudendas de ambos sexos, corazones atravesados por una flecha y dos iniciales vinculadas con la conjunción «y», hasta intentos de poesía como, por ejemplo, «Mea feliz / mea contento / pero cabrón / méate dentro»; o aquella inolvidable: «En este santo lugar / donde viene tanta gente / se mea el más cobarde / y se caga el más valiente». No puedo decir si lo mismo ocurría en los servicios sanitarios de las mujeres, pues a los varones no nos era permitido entrar a estos. Sin embargo, por mucho tiempo tuve intenciones de recopilar todo ese grafiti y publicarlo con el título «Literatura de inodoros», pero desistí. Naturalmente, no puedo afirmar que habría sido un bestseller o superventas, pero ahí vamos.

¿Y por qué esto vino hoy a mi memoria? Porque un tal Ivan Dimitrov, búlgaro residente en el Reino Unido, andaba turisteando con su novia Hayley Bracey por la capital romana y se le ocurrió perpetuar su paso por el Coliseo de Roma inscribiendo sobre uno de sus muros «Ivan+Hayley 23», que, ni más ni menos, podría pertenecer fácilmente al género de literatura de inodoros. Así, como si el tal Ivan Dimitrov estuviera en los inodoros públicos del Coliseo de San Juan —el Roberto Clemente, por supuesto— donde la gente escribe en las paredes de sus baños lo que les da la gana y no pasa nada. Como la osadía del turista búlgaro fue grabada por otro turista que subió el video a las redes y se volvió viral, él se enteró de que la policía italiana lo buscaba y que su acto podría ser castigado con cinco años de prisión y multa de $2,700 a $16,300.

Del susto, les explicó a los Carabinieri y le envió una carta de disculpa al ayuntamiento de Roma expresando su arrepentimiento y expresando, como justificación para su conducta, que fue después de escribir el grafiti que se enteró «de la antigüedad del monumento». O sea, vino con el cuento de que él no sabía que el Coliseo romano —donde mismo echaban a los cristianos a los leones— tiene dos mil años y es patrimonio de la humanidad. De modo que, aunque yo no sé en qué parará el asunto o si los romanos se tragarán el cuento de su supuesta ignorancia histórica, al menos espero que si Ivan Dimitrov tiene que ir a la cárcel, que no sea tanto por lo de escribir el grafiti, sino por bruto.

miércoles, 21 de junio de 2023

¿Pérez o Niemmerson?

Publicada originalmente el 21 de junio de 2023 en la revista «Ley y Foro» digital del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico. https://tecnocaapr.org/sanchismos/


Me desperté una mañana esdrújula, de esas en que todo pasa en el antepenúltimo instante. La había escogido la noche antes, al acostarme, luego de invertir casi media hora mirando en el clóset los días que tenía disponibles para usar al dirigirme a mi bufete. En el clóset tenía días llanos, agudos y esdrújulos, y de estos había variantes de sobra, de tres a diez sílabas. Naturalmente, no quería aventurarme más allá de los de tres sílabas, pues sabía por experiencia que si me excedía de ese número, de seguro, el día se me complicaría.

Ya desde la antepenúltima esquina podía escuchar las consignas: «¡Abajo las reglas machistas de gramática!», «¡Cárcel para los escritores!», «¡Destierren a la RAE pal carajo!». Al acercarme me di cuenta de que era un piquete frente a mi oficina y pude girar a la izquierda —que es la dirección en la que me siento más cómodo girando— para rodear la manzana. Me estacioné lejos, caminé como cincuenta metros y entré subrepticiamente por la puerta trasera de mi despacho. No me atreví a encender la luz, para no ser visto, e inmediatamente vibró mi celular. Entonces, decidí entrar al clóset para contestar sin ser oído. Era una llamada por WhatsApp.

—Sí, dígame… 

«I’m calling from Florida, do you go to court in Orlando?».

Por el acento yaucano que tenía le pregunté si hablaba español y me respondió que sí, que había ido a la misma escuela que Abel Nazario y era boricua en la diáspora.

—Claro que postulo en Orlando, pasé la reválida y… —Afuera continuaban los gritos y consignas que yo escuchaba con cierto antepenúltimo temor—. Bueno, en fin, ¿cuál es su problema?

«Que mi nombre es Michelle Pérez y, al casarme aquí, me cambiaron el apellido por el de Peter, mi marido. Ahora soy Michelle Niemmerson y no me permiten llevar el apellido de mi papá, como es en Puerto Rico. Quiero presentar una demanda contra Ron DeSantis para obligarlo a reconocer que las mujeres en la Florida no debemos perder nuestra personalidad por el hecho de casarnos».

Miré a mi alrededor y descolgué una cara llana o aguda —ahora no recuerdo bien— que allí guardo para situaciones como esta. Entonces, encendí la cámara de WhatsApp y le dije:

—Pero ¿no se siente contenta con el hecho de estar en el país de la inclusividad?, ¿donde hay menos machismo? —No la dejé contestar, simplemente añadí—: Creo que no es conveniente demandar a un gobernador pudiéndose demandar el reconocimiento de la igual dignidad de las personas de otro modo.

«¿Cómo cuál?».

—Hay que demandar a su marido para que el tribunal lo obligue a utilizar el apellido suyo, Pérez, de modo que ahora sería Peter Pérez, casado con Michelle Niemmerson. ¿Ve qué fácil?

«¿Y usted me llevaría el caso?».

Ahora tengo mucho trabajo y no podría hacerlo, pero tengo un primo en Orlando, bueno, creo que primo tercero, que antes era juez, y que siempre le han gustado las causas perdidas. 

sábado, 10 de junio de 2023

El cenicero de mi carro

Llevaba siempre en el cenicero de mi carro un par de dólares sueltos para cuando me cogiese una luz roja tener algo que echarle al vaso plástico del deambulante que se me acercaba de inmediato. No es que yo tuviera que hacer muchas luces rojas camino a la oficina en la mañana, sino que casi siempre ese semáforo conspiraba con aquel necesitado para que yo tuviese que detenerme y atender a su mirada de súplica. Era la mirada de uno que trabajaba al calor del aire libre del eterno verano del trópico sin poder hacer otra cosa con su día, a otro que viajaba cómodamente en el eterno friito del aire acondicionado de su automóvil sabiendo que tenía opciones lucrativas en las que invertir su vida.

Había veces que el hombre tenía la mala suerte de que el semáforo me cogiera cruzando en verde, ante lo cual yo simplemente aprendí a decirle adiós con la mano, si daba la casualidad de que estuviese mirando los carros pasar. Pero cuando la luz verde me hacía pasar dos días consecutivos por el lado del hombre sin poder detenerme ante el semáforo, pasaba el resto del día desconcentrado y con un sentimiento de culpa indescifrable. Incluso, a veces intentaba reducir la marcha para que me tocara el semáforo en rojo, pero los de atrás se impacientaban y comenzaban a tocarme bocina para que me apresurara, no fuera a ser que nos cogiera a todos la luz roja.

Hoy, sin embargo, he tenido que cambiar de ruta, pues ayer, cuando me detuve ante la luz roja, el hombre se me acercó con un dispositivo electrónico manual, de los que usan los restaurantes para cobrar las cuentas con las tarjetas de crédito en la mesa. «Ya no acepto efectivo —me dijo—. Como están las cosas, hoy día es un riesgo grave andar con dinero encima». «Y yo no cargo con tarjetas de crédito», y continué la marcha. Tuve que mentirle ante la verdadera razón para no entregarle mi tarjeta: que saliera corriendo con ella entre la densidad del tráfico de la Ponce de León.

Así que ya no tendré más remedio que usar la Muñoz Rivera y otras rutas alternas en busca de una intersección con semáforo en la que pueda haber un deambulante que acepte alguno de los billetes que llevo en el cenicero del carro. Sé que es el único modo de recuperar mi concentración y deshacerme del sentimiento de culpa indescifrable que desde ayer me embarga.

 

jueves, 8 de junio de 2023

El burro no es burro na


 

No había reparado en que Mundi era mellá —le falta el colmillo derecho— ni sabía que era tuerta —perdió la visión por un ojo—. Tampoco que caminaba de medio lado, como si estuviera a punto de caer de su lado izquierdo. Aun así, aquí la despidieron con la misma cobertura mediática que como recibieron a Dayanara Torres cuando ganó el certamen de Miss Universo o a Madison Anderson cuando ganó el de La Casa de los Famosos. ¿Qué hay que hacer para que el traslado de una elefanta a un parque conservacionista de Estados Unidos cause tanta conmoción y hasta lagrimeo, si total va para un sitio donde sus días serán más llevaderos y placenteros que los de su época nefasta en el zoológico de Mayagüez?

Sin embargo, lo que me llamó más la atención no fue Mundi, fue el burro que la siguió, el que iba detrás de ella no por alguna atracción sexual interespecial, sino porque advirtió que no valía la pena quedarse en la isla, que aquí las cosas no mejorarían, y que cuando la Junta de Control Fiscal también se vaya, aquí volveremos a las viejas prácticas de gastar más de lo que tenemos, a legislar los barrilitos, a aprobar leyes sin la debida provisión de fondos, y a vivir del fiao cuando consigamos que alguien nos fíe algo. Porque después de todo, resulta que el burro no es burro na; los burros somos nosotros que no aprendemos de nuestros errores.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Impactante socavón se traga dos autos en la carretera



Estaba viendo las noticias por internet cuando de pronto me llamó la atención el titular «Impactante socavón se traga dos autos en la carretera». Pensé que, finalmente, se había cumplido mi profecía de que los hoyos en las carreteras de Puerto Rico no se conformarían con simplemente desbaratar los sistemas de suspensión de nuestros automóviles, sino que por la magnitud y osadía con las que se presentaban en nuestro diario transitar terminarían engulléndonos con todo y vehículo.

Antes de seguir leyendo, llamé por teléfono a mi hija para asegurarme de que se encontraba bien porque ella tiene que usar la avenida Winston Churchill todos los días y yo había visto varios hoyos muy orondos que cada día crecían en diámetro y profundidad. Menos mal que ella no había salido de la casa y eso me permitió seguir leyendo la noticia con mayor tranquilidad.

Fue así que pude comprobar que el socavón de la noticia que se había tragado dos autos había sido en una carretera de California (para los que dicen que todo lo de allá es mejor) y que, de momento, nos habíamos librado de mi predicción. De todos modos, siempre que salgo ahora a la calle, llevo en mi automóvil una escalera plegadiza, varias linternas, comida para tres días y suficiente cuerda para facilitar mi rescate en caso de que me pase como a Jonás y un hoyo de los muchos que hay aquí le dé por bostezar y me trague por completo en la carretera.

miércoles, 19 de abril de 2023

¿Colegio de Abogades?

Cuento CENSURADO por el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico:

A continuación reproduzco el cuento que fue publicado en la revista digital «Ley y Foro» del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico, que fue retirado de sus páginas durante una semana (18 a 24 de abril de 2023) porque este no le agradó a algunas personas allegadas al Colegio. Para los que no lo han podido leer, este es el cuento:

 

¿Colegio de Abogades?

Hiram Sánchez Martínez

Ayer vino a verme une abogadx o abogad@ o… no sé cómo decirlo. Ah, bueno, sí: abogade. Diría que por fuera se veía como une más de nosotres. A pesar de ser abogade no se sentía incluide en el título que aparece en el frontispicio de nuestro edificio: Colegio de Abogados y Abogadas. No puede ser, me dijo, que con tanto aspaviento que han formado las compañeras feministas del país hayan transado por simplemente añadir al nombre del Colegio una palabra en género femenino.

Nada más decir estas palabras ya intuía que a le compeñere abogade algo comenzaba a patinarle. Y me puse en guardia. Así que tomé un lápiz y comencé a darle vueltas entre mis dedos. 

Como colegiade, añadió, intereso que usted me represente para llevar un pleito contra el presidente y la Junta de Gobierno del Colegio. Yo le seguí dando vueltas al lápiz mientras le miraba con cara de incredulidad —que es un tipo de cara que se ha puesto de moda últimamente (por eso tengo tipos a escoger en el clóset)— y le escuchaba con la misma atención con la que un cura oiría en confesión a un pecador empedernido.

¿Y qué estaríamos alegando?, le pregunté. Pues que «abogado» y «abogada» no agotan las posibilidades de género, licenciado. ¿No lo ve así? Yo no soy ni masculino ni femenino, sino todo lo contrario. Si este colegio es solo de abogados y abogadas, entonces me han dejado fuera, ¡y yo quiero estar dentro, coño!

No sabía qué decirle. ¿Y qué propone? —fue lo que se me ocurrió de momento—; si no es Colegio de Abogados y Abogadas ¿de qué sería? 

Se me quedó mirando con cara de no-lo-puedo-creer y casi me grita: ¡Colegio de Abogades, coño! ¡¿Qué si no?!

Como ya estaba un poco exaltade, intenté tranquilizarle. Vamos a hacer una cosa —le dije—, antes de pensar en tribunales deme la oportunidad de hablar con el presidente, que para cosas como esta es que fue elegido.

¡Ja!, le va a decir que les abogades no somos nenes chiquites, que tenemos que amoldarnos al estado de cosas, que para cambiar eso tendríamos que hacer un poco más de ruido, pues les polítiques son muy sensitives a eso.

Ante el temor de desconocer lo que el presidente me diría —porque no soy clarividente—, desistí de ir a verlo. En cambio, estoy ante mi clóset, hurgando entre las distintas caras que tengo allí enganchadas para situaciones como estas, y determinar cuál me pongo para darle a mi cliente la noticia de que no intereso llevar su caso, pero que tengo un primo —bueno, creo que primo tercero—, que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.

 

lunes, 23 de enero de 2023

Lo importante es que se entienda

¡Hello! Te llamaba para decirte que te envié un e-mail… Exacto… sí, sí… qué bueno que lo viste. Porque es que dos más tres es igual a cinco, pero quería explicarte que puedes ponerlo en el orden que quieras, primero el dos y después el tres, el orden no importa porque esa suma siempre dará a cinco, aunque, bueno, para evitar confusión podrías empezar escribiendo cinco para entonces decir que es el resultado de dos más tres o de tres más dos, quizás poniendo una nota al calce que aclare que también se pueden invertir los términos y que eso no afectaría el resultado… sí, sí, eso es por si acaso… Lo importante es que se sepa que el dos puede ir lo mismo delante que detrás del tres y que se sepa en todo momento que entre el dos y el tres, o del tres y el dos, haya un signo de suma o la palabra «más», da igual… a menos que con el signo sea más evidente que se trata de una operación aritmética… tú sabes, es que a veces la gente se confunde, no lee bien y podría terminar interpretando que lo que dijimos es dos más cinco es igual a tres… de eso no te quepa duda… Pero ¿entendiste lo que te quise decir? Lo importante es que siempre lo del cinco sea lo correcto, pero dejo a tu discreción la forma en que lo expreses… por eso… eso mismo… que el lector lo tenga claro… que no se confunda… no, no, yo sé que tú lo tienes claro, es que te digo esto pensando en el lector… el dos y el tres tú los pones en el orden que quieras porque lo importante es que… ¡Hello!… ¡Hello!… Parece que se cortó la llamada.
 

viernes, 13 de enero de 2023

Mi maestra de quinto grado


En quinto grado teníamos una maestra de Inglés que todos detestábamos. Caminaba entre las filas de pupitres cotejando nuestras libretas abiertas para asegurarse de que hubiéramos hecho la asignación. Un día en que Rosita no la había hecho, le dio un cocotazo sobre la diadema que le hizo sangrar el cuero cabelludo. Solamente permitió que otra estudiante la acompañara al baño para que se limpiara la sangre y continuó la clase como si nada. Al estudiante que no contestara correctamente alguna de sus preguntas le decía: “So alcornoque”, o motes degradantes parecidos, para enfatizar su torpeza o falta de inteligencia, con el evidente propósito de humillarlo y menoscabar su autoestima. Aun así, a ninguno de nosotros —y menos a alguno de los afectados directamente— se nos ocurrió presentarnos a clase con un cuchillo en el bulto para darle una puñalada pensando que con eso le dábamos su merecido. Obviamente, con odiarla nos parecía suficiente.

Pero hay niños de armas tomar. Por ejemplo, en 2011, un estudiante de diez años de una escuela de Sao Paulo, Brasil, llevó un revólver .38 al salón de clases, le disparó a la maestra (que afortunadamente sobrevivió) y luego se pegó un tiro en la cabeza. Él no sobrevivió. Hace unos días, en el estado de Virginia, Estados Unidos, un niño de seis años echó en su bulto la pistola que su madre guardaba en algún lugar accesible a él y, al llegar al salón, sin mediar palabra, así sin ton ni son, le pegó un tiro a su maestra, quien se encuentra hospitalizada, pero estable. En vista de que este niño no se suicidó, ahora las autoridades tendrán que bregar con él, aun cuando estas no saben cómo hacerlo. 

Como en Puerto Rico a los niños de escuela elemental no les ha dado (todavía) con llevar armas al salón de clases para “ajustar cuentas” con alguna maestra que detesten, no nos hemos tenido que plantear cómo manejaríamos la situación del niño que no haya cumplido trece años de edad y le dispare o apuñale a su maestra o maestro. 

La pregunta que me hago es cómo el Departamento de la Familia hubiera manejado un caso como el de Rosita si esta, al otro día del cocotazo que la hizo sangrar, se hubiera presentado al salón con un arma en el bulto y hubiera apuñalado a nuestra maestra de quinto grado. En fin, que lo mejor es no pensar en lo peor.

 

martes, 10 de enero de 2023

Los cuadros de la sala

De vez en cuando, al pasar junto a los cuadros de la sala, le doy un toquecito a alguno de ellos en una de las esquinas para sacarlos de la perfecta alineación que tienen en la pared. No es que tenga un tic nervioso, sino una mujer a quien las imperfecciones en la ubicación de los cuadros la molestan y yo me entretengo molestándola. 

     Algo pasa con el alambre de la colgadura que hace que este cuadro se deslice hacia uno de los lados, me dice. Pero mujer, eso ni se nota, le digo para tranquilizarla un poco, mientras ella vuelve a darle un toquecito en la dirección contraria a la que yo le he dado antes. Entonces se aleja unos cuantos pies para mirarlo y asegurarse de que el cuadro ha regresado a su posición original.

     Podrían ser los terremotos del sur, le digo a veces, o un descuido de la señora de la limpieza, le digo otras, para no aceptar que he sido yo que le ha estado jugando esa broma por un tiempo. Supongo que ella no me cree capaz de hacer lo que hago cuando no me me está viendo. De hecho, no me cree capaz de tantas otras cosas. Por ejemplo, sospecho que no me ha creído cuando le he dicho que no pienso morirme antes que ella para evitarle el sufrimiento de mi partida. Y, a juzgar por la mirada que me ha dado, es evidente que ella prefiere su sufrimiento al mío.

sábado, 7 de enero de 2023

¡Ay, Mario!

No me gusta meterme en la vida de nadie aunque ese nadie sea un alguien, pero la relación entre Mario Vargas Llosa e Isabel Preysler siempre me pareció demasiado frívola para un escritor que no necesitaba asomarse a la vida del jet set para comprobar esa frivolidad. Quizás, su vida junto a Patricia Llosa —que, además, era su prima con quien había tenido sus tres hijos— no era tan flamboyant ni glamorosa, pero, de seguro, era más parecida a una familia que lo que ha sido con la ex de Julio Iglesias, Carlos Falcó y Miguel Boyer. Ahora Mariito, cansado ya de las portadas de ¡Hola! y la riada de paparazzi que los seguía a todas partes, está lamiéndose la herida en un cuento publicado en 2020 («Los vientos») en el que muchos parecen advertir su remordimiento por haber dejado a Patricia por Isabel y su pedirle perdón por tal abandono. Nada, que «nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde». 

martes, 3 de enero de 2023

Mucha mierda en el teatro

En una reunión de amigos salió a relucir el tema del teatro, el ballet y la ópera. No hice nada más que decir que a mí no me gustaba la ópera para que me saltaran encima a juzgarme por mi alegada falta de cultura. Estaban sorprendidos de que, según ellos, un lector y también escritor —que para más señas era, además, miembro del gremio de los letrados— no gozara de la sensibilidad que todos creían suponer como parte de un presupuesto necesario para llamarse «culto». ¿Acaso no seré el único sincero en este grupo por admitir públicamente esta verdad?, les dije cuando me permitieron hablar. Porque creo que la de ustedes es una visión clasista del arte y la cultura. Entonces —añadí—, les preguntaré a cuántos de ustedes les gusta ir al hipódromo a ver las carreras de caballos. Hicieron una mueca de desdén y me miraron como si hubiera perdido la cordura. A ninguno le gustaba ir al hipódromo (les oculté que a mí tampoco). ¿Los hace eso menos cultos a ustedes? —cuestioné—, porque al fin y al cabo es una actividad humana que, para aquellos que suelen ir, tiene un valor similar de entretenimiento al que tiene la ópera y el teatro para ustedes.

A mí me gusta más el cine, aclaré. Desde siglos antes de Cristo el ser humano ha estado asistiendo al teatro, pero no fue sino hasta fines del siglo xix que se inventó el cine. Creo que si hubiese sido al revés y el cine hubiera nacido primero que el teatro, el teatro no existiría o, de existir, no sería del modo en que lo conocemos hoy. Nada que ver con los Lope de Vega, William Shakespeare, Esquilo, Sófocles, Eurípides o Aristófanes, por solo mencionar algunos. Y nuestros ascendientes españoles no habrían tenido la oportunidad de inventarse la frase que utilizan en España para desearle éxito a los actores teatrales: «¡Mucha mierda, mucha mierda!».

lunes, 2 de enero de 2023

¿Cómo las reconoceremos?

 


De solo mirar la foto parecería que la joven mujer, muy seria ella, sentada de frente junto al escaño del legislador surcoreano Lee Yong-ju es su secretaria o una de sus ayudantes, o simplemente una pasante. Sin embargo, si nos fijamos bien, no podría ser ninguna de las tres cosas, pues no tiene en sus manos ni en su regazo alguna libreta, bolígrafo o cartapacio. De hecho, sus manos parecen flotar sobre sus rodillas, pero una observación meticulosa nos da la impresión de que está tratando de separarlas para que quien está tomando la foto —que es como decir «el alter ego nuestro»— pueda captar lo que se ve al fondo de los muslos. En el fondo es una frívola imitación de lo que quiso hacer Sharon Stone con aquel famoso cruce-descruce-y-cruce de piernas en la famosa escena del filme Basic Instinct («Instinto básico»). Ni entonces ni ahora nada de lo que nos imaginamos se nos ha mostrado. 

Ese aspecto juvenil que tiene la mujer nos hace recordar a la Chilindrina, el personaje del Chavo del Ocho, con una pollina sobre la frente y las gafas que casi le cubren la cara, pero sin los rabitos a cada lado ni el pelo achiotado y largo sobre sus hombros. La mujer tiene una mirada penetrante, como de enfado; viste un traje pastel de tres cuartos de manga con ruedo a mitad de muslo y unos zapatos puntiagudos stilettos. En esto no se parece a la Chilindrina.

De hecho, de solo mirar la foto sabemos que debe ser alguien más, alguien que no está muy contenta de estar donde está («¿Qué hago aquí?»). Sin embargo, cuando leemos la información que acompaña la foto caemos en cuenta de que ella no es «alguien», sino «algo»: una muñeca sexual de tamaño real. La foto nos muestra el momento en que, en 2019, el legislador Lee Yong-ju presentó para inspección parlamentaria en la Asamblea Legislativa de Corea del Sur una de las muñecas que la aduana del país confiscaba citando una cláusula de una ley que prohibía la importación de bienes que perjudicaran «las bellas tradiciones y la moral pública del país». No sé el efecto que produjo entonces la muñeca de la foto en los demás legisladores, pero la cuestión es que el parlamento surcoreano acaba de derogar (diciembre de 2022) esa prohibición.

Como no sé de leyes, llamé a un amigo que tiene un primo que es legislador para saber, solo por curiosidad, si en Puerto Rico está prohibida la importación de esas muñecas. Poco tiempo después me llamó para decirme que, según le dijo el primo, no estaban prohibidas, que él mismo estaba casado con una y que por eso hoy día hasta salen por televisión; que me fije bien en sus zapatos stilettos, sus trajes cortos y sus boquitas pintadas. Ah, y que una ya tiene hasta su propio programa, nunca repite la misma ropa y siempre critica cómo visten los demás.

Nada, que hay que estar pendiente, y que por eso tendré que revisarle hasta los zapatos a mi mujer.