viernes, 22 de abril de 2011

Cuestión entre Miguel Bosé y yo

Las cartas sobre la mesa: lo que narro hoy no es producto de mi imaginación; realmente ocurrió.
El año pasado, cuando iba con mi esposa y mi hija de 27 años hacia Italia, hicimos escala en el aeropuerto Barajas de Madrid. Mientras veíamos los monitores para asegurarnos de que nuestro vuelo no hubiera sufrido alguna demora ni que hubiese variado la puerta de abordaje, se detuvo al lado nuestro un individuo alto que llamó inmediatamente la atención de mi hija (casi tan alta —5’ 11”— como él). De inmediato ella bisbiseó a mi oído: «Este es Miguel Bosé». Y, en efecto, lo era. En ese momento no había ninguna otra persona en el lugar.
Ella, que tenía su cámara en la mano, me la entregó y le preguntó: «¿Permite que mi papá nos tome una foto?». El hombre permaneció leyendo la pizarra electrónica y, sin siquiera mirarla, giró sobre sus talones y dio unos pasos hasta los monitores del frente. Aunque yo sabía que Miguel Bosé la había escuchado perfectamente, no me rendí y le dije a ella: «Vamos, pregúntale otra vez». Y otra vez sufrió ella el mismo desplante. Al ver la cara de desaliento que puso —de las que ponía de niña cuando yo le negaba algún permiso—, pronuncié para mis adentros toda clase de imprecaciones contra él, de las mismas de que es capaz un puertorriqueño en…fogonado. Eso sí, mientras él se alejaba dije por lo bajo: «Soberbio parejero».
Hoy El Nuevo Día me da la razón. El titular es: «Al descubierto sus pecados: La ropa sucia se lava en casa, pero estos artistas no han tenido reparo en gritar a los cuatro vientos sus vicios capitales». Bajo el pecado capital de «Soberbia», y justo al lado de una foto suya, aparece el siguiente texto:
Casi cualquiera se ofendería de ser tildado de soberbio; menos Miguel Bosé, quien además disfruta ser considerado como tal: «Me gusta que me llamen soberbio, primero porque lo soy y lo llevo muy bien, y porque lo resuelvo con mucha ironía, por eso no me molesta. No es un pecado capital la soberbia. Es la capital de los pecados».
Como dicen los abogados: A admisión de parte, relevo de prueba. Ahora, Miguel Bosé, haciendo alarde una vez más de su impúdica franqueza publicitaria (ya antes había dicho a los cuatro vientos que sólo le gustaban los hombres), admite que es soberbio y que lo disfruta. Pues qué bueno que me lo haya aclarado, qué bueno que mi hija y yo sepamos que su parejería no fue nada personal, y que se trató ciertamente de la manifestación casual de un defecto de su carácter. Yo, que también tengo mis defectos, me complaceré en no volver a comprar sus discos y en no pagar cinco centavos por asistir a alguno de sus conciertos futuros en Puerto Rico.
Ah, la foto. Pues mientras él se hacía el desentendido mirando la pantalla de información, mi hija se colocó junto a él y yo oprimí el obturador. ¿El resultado? La foto de una mujer hermosísima sonriendo junto a un «soberbio parejero» de perfil. Aquí la tienen:

1 comentario:

  1. Hiram:

    Imperdonable, por supuesto. Ser hijo de la hermosísima Lucía Bosé y del famosísimo Dominguín, así como haber alternado desde niño con figuras de la talla de Picasso, no da derecho a tener tan poco don de gentes...aunque quizá lo explique, en parte.

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