sábado, 10 de diciembre de 2016

El reto del maniquí

No hace tanto la diversión en las redes sociales era exhibir fotos de personas, principalmente jóvenes, yaciendo con su cuerpo horizontal boca abajo sobre los objetos o lugares más raros que puedan imaginarse. A esa «diversión» le llamaron planking (del sustantivo plank, que en español significa «tablón de madera»).
Poco tiempo después, cansados ya de fotografiarse en el acto de imitar con sus cuerpos los tablones de madera, iniciaron otra diversión: el owling (del sustantivo owl, que en español significa «búho»). Consistía en fotografiarse en la pose de un búho sobre cualquier estructura o superficie. Para ello la persona se ñangotaba (se ponía en cuclillas) y dejaba caer los brazos a lo largo de su cuerpo.
Ahora, para completar la trilogía del exhibicionismo lúdico, los jóvenes —y algunos viejos— del mundo han implantado una nueva moda: la del reto del maniquí o mannequin challenge. A diferencia de las anteriores, esta modalidad envuelve generalmente a más de una persona e, incluso, multitudes. El «reto» consiste en no moverse (como si los sujetos fuesen maniquíes) mientras alguien filma la imagen «congelada» (o «frizada», para que me entiendan los de aquí) de los «maniquíes». Mientras más dramática, incómoda, sugerente, desafiante, original (añada usted su propio adjetivo) más lucido resulta el reto del maniquí.
Y fíjense cómo son las cosas. Los delincuentes no podían quedarse atrás. Según leo, la policía de Huntsville, Alabama, ha arrestado a dos personas por portación ilegal de armas y posesión de drogas luego de que veintidós delincuentes filmaran un reto del maniquí simulando un tiroteo para el cual exhibieron diecinueve armas de fuego de diferentes tipos y calibres. Luego de colocarlo en Facebook, el reto del maniquí se volvió viral (se vio más de cuatro millones de veces) y la policía, al enterarse, fue a darles su premio (en el allanamiento, ¡bingo!, encontraron armas, municiones, chalecos antibalas y marihuana).
Aunque lo de Alabama no me parece realmente ingenioso, sino más bien descarado, lo de Puerto Rico podría ser distinto. Siempre queremos ser los más más. Y, la delincuencia nuestra, tiene pinta de ser más osada y desalmada. Por eso no me sorprendería, dados los tiroteos callejeros de los últimos tiempos, que a los gatilleros de las narcopandillas se les ocurriera filmar su propio reto del maniquí en el que el sujeto que parece muerto chorreando sangre, en el suelo en medio de la Ponce de León, no sea un maniquí y que encima de eso le riamos las gracias con cuatro millones de «Like».


viernes, 9 de diciembre de 2016

Trump y los ovnis


Ya sabía yo que la explicación de los platillos voladores era más sencilla de lo que por tantos años nos habían hecho creer (o no creer, que es lo mismo). Acabo de leerla en un parte de prensa en la Internet. Todo comenzó el 24 de junio de 1947 cuando Kenneth Arnold, un piloto de la fuerza aérea norteamericana, alegó que había visto nueve ovnis durante uno de sus vuelos. Entonces, un hombre de Córdoba, Argentina, le escribió el 12 del mes siguiente al presidente Harry S. Truman para explicarle el origen del fenómeno. «Mientras peleaba con mi mujer —escribió el argentino—, ella me tiró varios platos, con tal fuerza que éstos salieron volando por la ventana y siguieron camino por el mundo». En la carta —que se conserva en el Museo Truman en Washington, D.C.—, el hombre rogaba al presidente que, cuando capturara los platos, se los devolviera porque reponer esas piezas de su vajilla le resultaría muy costoso.
El Presidente —por aquello de que a los locos, o a los que se hacen, no se les contraría— decidió seguirle la corriente con una respuesta que consideró mucho más inaudita: «Le devolveré los platos el día que elijan papa a un argentino». Sospecho que, en este punto, Truman y su secretaria estarían riéndose a mandíbula batiente del infeliz.
Con Truman y el cordobés ya muertos, casi setenta años después los nietos del argentino han amenazado con demandar en una corte federal de Miami al gobierno de Estados Unidos si no les devuelven pronto los platos avistados por Arnold en 1947, ahora que al cardenal de Buenos Aires lo han hecho papa, que no papilla. Y a mí, como estas cosas me entusiasman sobremanera, tengo planeado colocarme junto a la ventana —la de dos hojas que no tiene ni rejas ni escrines— y, entonces, cucar a mi mujer, que tiene mejor brazo que muchos lanzadores de Grandes Ligas, para que me tire con un par de zapatos con sicote que tengo al alcance de su rabieta. La idea es que algún piloto de la fuerza aérea norteamericana atrape los ovnis para yo reclamarlos.
A ver si tengo con Trump mejor suerte que la que tuvo el cordobés con Truman, y comprobar si Trump es loco, como muchos afirman, o es que se hace, como afirma mi mujer.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Réquiem por Fidel

Publicado el sábado, 26 de noviembre de 2016, en 
El Nuevo Día Digital

http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/requiemporfidel-columna-2266575/


Lo que no sabíamos era ni el día ni la hora. Pero la comprobación nos vino esta mañana por todos los medios posibles: digitales, impresos, visuales y auditivos. Fidel Castro murió anoche a las 10:29 en La Habana.
Los discursos de la oficialidad política del mundo entero que he visto durante la mañana de hoy han sido parcos, sin dejar, claro está, de presentar cada cual los matices esperados de conformidad con las inclinaciones ideológicas que a cada uno mueve.
Los tres aborígenes taínos que sumergieron al colonizador Diego Salcedo en las aguas del río Añasco hace quinientos años para comprobar si los españoles eran inmortales o no, tuvieron que esperar menos tiempo que los cubanos de dentro y de fuera de Cuba para averiguar si Fidel lo era. Porque había quien le atribuía propiedades de divinidad o inmortalidad, lo mismo que a Salcedo. Mas el tiempo, el implacable, todo lo revela en su gran esplendor.
A Diego Salcedo se le recuerda por ser el protagonista trágico de esa anécdota histórica. En cambio, a Fidel se le recordará por ser uno de los protagonistas de mayor relevancia en la historia política del siglo XX. Para muchos, Fidel solamente ha sido un dictador brutal; para otros un adalid contumaz de la justicia social. Ambos grupos defenderán sus posiciones inamovibles con rigor y hasta con fanatismo. Otros, los menos, tendrán un juicio ecléctico mediante el cual intentarán conciliar del régimen castrista aquellos elementos que para muchos son irreconciliables.
Los que peinamos canas, aún recordamos con viveza algunas de las efemérides vinculadas a su liderato. En 1961 resistió y derrotó la intentona combinada del exilio cubano y la CIA de derrocarlo mediante la invasión del territorio nacional por Bahía de Cochinos. En 1963 el mundo estuvo en vilo por largos días ante los efectos de su decisión, que le había permitido a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la U.R.S.S.) que instalara misiles nucleares en suelo cubano. El presidente Kennedy ordenó el bloqueo naval de Cuba y el primer ministro soviético, Nikita Kruschev, ordenó a su flota naval intentar traspasar el bloqueo norteamericano. Era el legado de John Wayne aplicado al mundo real. Entre ambos países, EE.UU. y la U.R.S.S., poseían el arsenal de armas nucleares más grande del mundo y la capacidad de aniquilar la mayor parte de la humanidad en una Tercera Guerra Mundial.
Según los servicios de inteligencia cubana, Fidel sobrevivió a más de 600 atentados a su vida. Sobrevivió a la presidencia de nueve presidentes de Estados Unidos y a cuatro papados. Ya de viejo, se cayó de bruces frente a las cámaras de televisión al enredarse en sus propios pies al bajar una escalera y salió ileso. Con cada aparición pública que hacía, veíamos cómo iba perdiendo músculos, peso y pelos en la barba que se volvió ralita, y también la disminución de la potencia de una voz que en otra época pronunciaba discursos de horas y horas y más horas.
Sobrevivió, además, a muchos anuncios anticipados sobre su muerte, que circulaban de vez en cuando en Miami y sacaban por un rato a los cubanos del exilio a bailar en medio de la Calle 8, antes de recibir la noticia de que se trataba de algún rumor malintencionado de no se sabía quién.
Lo creman hoy, para pasear luego sus cenizas en un periplo de nueve días por la isla de Cuba. Los cubanos de la isla tendrán la oportunidad de enjugar su pena, despedirse de sus cenizas y preservar su recuerdo. Y nosotros esperaremos a que la Historia talle la verdadera dimensión de este líder que una vez reclamó que ésta lo absolvería.



¡Tíralo al medio, Bill!

Ya sabíamos que Steve Jobs se compraba un Mercedes Benz idéntico al anterior cada seis meses para lucrar una disposición de las leyes de California que permite transitar sin tablillas —sin placas, por si no me entienden— por sus calles y avenidas a los vehículos nuevos, durante los primeros seis meses siguientes a su compra. De ese modo, Jobs nunca usaba tablillas en sus carros. Por mucho tiempo, la gente de ese estado pensó que Jobs se saltaba la ley a la torera al deambular por ahí todo el tiempo sin tablillas, hasta que finalmente se develó el «misterio» del supuesto «delincuente», que resultó ser simplemente un conductor de bolsillos repletos de cantidades inagotables de billetes de mil.
Ahora, su amigo supérstite Bill Gates, ha dicho en una entrevista con la bbc, que cuando Jobs era el principal directivo de Microsoft utilizaba su reconocida memoria cuasifotográfica para memorizarse las tablillas de sus empleados, para saber en qué momento cada uno de sus empleados llegaba o salía de su oficina. ¡Con lo fácil que hubiera sido que el estacionamiento estuviese un brazo mecánico que se activara con un sello electrónico para su acceso y que una simple pc llevara el registro de las entradas y salidas de sus empleados!
El comentario de Bill Gates nos presenta a Steve Jobs, no como un tipo excéntrico —que por otras circunstancias que no vienen al caso sabemos que lo era—, sino como un supervisor ineficiente que confiaba más en su memoria natural que en la memoria de sus computadoras. Y que no dijera que era para «disimular» el grado de supervisión que ejercía sobre sus empleados para que éstos no se resintieran. En el mundo contemporáneo, no hay razón para suponer que la fuerza laboral no es capaz de entender que su patrono implemente normas razonables para comprobar los horarios de asistencia de sus empleados.
Por otro lado, para quien como Jobs no quiera exponerse a métodos confiables para no ser sorprendido en su faena supervisora, y tampoco tenga una memoria elefantiásica como él, puede valerse del método que empleaba mi vecino, cuando era juez administrador del Centro Judicial de San Juan y recibía quejas de que alguno de sus jueces tenía por costumbre llegar tarde al tribunal: iba al parquin y le tocaba el bonete a su automóvil para comprobar si estaba frío o caliente. Si estaba frío, había llegado temprano; si caliente, acababa de llegar y, por ende, tarde. A veces se entretenía tocando todos los automóviles y tomando nota de los bonetes calientes o tibios. Sin embargo, a mi pobre vecino lo jubilaron por incompetencia mental.
¿A Jobs? A Steve Jobs lo jubiló un cáncer que no pudo curar. Así es la vida.


viernes, 13 de mayo de 2016

El mundo bizarro de la RAE

Pues le tengo noticias a la rae: seguiré utilizando «bizarro» con la acepción que tiene en inglés aunque a la rae le parezca un «calco semántico censurable».
Los que en nuestros años de lectura de los paquines de Superman leímos los correspondientes al mundo bizarro del Hombre de Acero, aprendimos la acepción del vocablo «bizarro» como equivalente de absurdo o irreal, algo extraordinariamente distorsionado. Por tratarse de un paquín hecho en ee.uu. traducido al español, era natural que si se adoptaba «bizarro» como traducción de «bizarre», también se adoptara y adaptara la definición del original en inglés.

De modo que, al menos en Puerto Rico, utilizamos «bizarro» con la tercera acepción que nos llega por vía del inglés y no hay nada de censurable en ello, esté o no esté en el diccionario de la rae. «Riversa» tampoco lo está y es un vocablo correcto aunque solamente se utilice en Puerto Rico. Lo que hace a un vocablo «correcto» o «incorrecto» es su uso generalizado por los hablantes de un lugar aun cuando ese lugar solo mida 100 x 35.

lunes, 11 de abril de 2016

Caso Lorenzo: ¿Juicio o vista?



El niño Lorenzo fue asesinado hace seis años. La teoría del Departamento de Justicia es que lo hizo Luis Rivera Seijo, “El Manco”, un expresidiario a quienes muchos dan por loco y que confesó el crimen días después, tanto al propio Departamento como al FBI.
Los entonces Secretario de Justicia y Fiscal General reaccionaron incrédulos ante esa confesión (creída por el FBI después) y durante los próximos tres años enfilaron la investigación del caso con la mente hecha de que los responsables habían sido otras personas, entre éstas la madre del niño.
Un programa de televisión de mucho rating les hizo coro, y hasta un altarcito con flores y una foto del niño pusieron a la vista de las cámaras, al que añadían un cronómetro progresivo de los días que llevaba el Departamento de Justicia sin esclarecer el caso.
En eso hubo un cambio de administración y de funcionarios. Dos abogados distintos se sentaron en la silla del Secretario de Justicia y otro fiscal de mucha experiencia ocupó el cargo de Fiscal General.
Empero, las expresiones públicas de los nuevos incumbentes se sucedían con mucha cautela y rehusaban comprometerse en cuanto a si el caso estaba esclarecido y cuándo se presentarían acusaciones.
Mientras tanto, la sospecha sobre la madre del niño Lorenzo continuaba cebándose y el morbo se apoderaba de un gran sector de la opinión pública moldeada a imagen y semejanza de lo que se aireaba en los medios.
Y lo mismo que en la novela de Nathaniel Hawthorne en que, para su vergüenza, se le cose al pecho a Hester Prynne, una mujer casada, una letra escarlata –la “A” de “adúltera”– porque ella rehusaba revelar quién era el padre de su hija bastarda, también a la madre del niño Lorenzo le cosieron a su vestido la “A” de “asesina” y hasta le privaron de la custodia de sus dos hijas menores de edad, y a éstas, que nada tenían que ver con la muerte de su hermanito, de la posibilidad de relacionarse con su madre.
Ahora, seis años después, el Departamento de Justicia confiesa su error y sin disculparse aún por aquel desatino, acusa del asesinato del niño Lorenzo a quien había confesado su crimen con corroboración del FBI.
Entonces los que tronaban contra el Departamento de Justicia por no haber esclarecido el caso, han tronado ahora por traerles a otro acusado y no a la madre. Porque eso no les cuadra con su prejuicio y, según ellos, no es a Rivera Seijo a quien le queda bien lo de la letra “A”.
Por eso quizás Justicia conduce la vista preliminar del caso como si se tratara de un juicio, con la anuencia del tribunal que debió evitarlo. Porque la vista preliminar no es un juicio ni un minijuicio.
La ley dispone que esta vista es para establecer nada más que la probabilidad de (1) que se hubiera cometido un delito y (2) que fue el acusado quien lo cometió. No es para establecer si el acusado es culpable fuera de duda razonable. La cantidad y calidad de la prueba no tiene que ser la misma.
Sin embargo, el Departamento de Justicia le está celebrando un juicio a Rivera Seijo, con el beneplácito del tribunal, porque no se quiere correr ningún riesgo de hacer otro papelón, y no puede darse el lujo de que exoneren en esta etapa tan temprana del proceso a quien confesó el crimen desde el principio.
Aunque no debemos culpar de esta vista preliminar agrandada únicamente al Departamento. El tribunal debería velar también por que ésta sea utilizada únicamente para el propósito que fue creada.
Hay que darle el contenido que manda la ley y no uno diseñado a la medida de la notoriedad del caso.


Columna publicada hoy en El Nuevo Día, pág. 35
http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/casolorenzojuicioovista-columna-2185178/


miércoles, 23 de septiembre de 2015

Cambiapapá (Fragmento de "Quería ser como Charles")

Nunca supe su verdadero nombre, sino hasta que hace un par de años su sobrino-nieto, compañero de escuela y buen amigo, me lo reveló. Para aquella época, ella era simplemente Cambiapapá. Su lugar de trabajo estaba anclado en los alrededores de la plaza del mercado, cuando cesaba el trajín de los quioscos y la penumbra de la noche se convertía en el mejor aliado para aquella activi­dad ilícita y pecaminosa.
La vi algunas veces, en las pocas ocasiones en que papi me prestaba el carro, y yo, bajando del Almácigo, utilizaba la ruta del cementerio y del hospital para llegar al pueblo. Entraba por la calle 65 de Infantería, frente al tribunal, y luego pasaba por la parte de abajo de la plaza del mercado. Y entonces la veía. Ella a mí también. Ponía cara de seducción, me guiñaba un ojo, y decía algo así como: «Vamos, papito», que era su forma patética de invitar a un coito apresurado y barato sin ningún otro rendimiento ni compromiso.
Yo la ignoraba y continuaba la marcha. No hacía como otros que simplemente le sacaban el dedo del corazón, o le gritaban «¡Yo no “voy” con putas, so cuero!», o como los que se detenían cien pies más adelante a esperarla y cuando ella estaba llegando entre jadeos, con sus pasos rapiditos y cortos sobre sus tacos altos y afilados, arrancaban chillando gomas y la dejaban plantada, solo para escuchar los gritos de ella de «¡Párate ahí, cabrón, hijoeputa, la crica de tu madre!», mientras ellos se alejaban entre carcajadas de burla.
Cambiapapá era como treinta años mayor que nosotros, usaba escotes impúdicos, minifaldas tubo y llevaba su rostro pintorreteado: mucho rímel en las pestañas, el borde de los párpados debidamente delineados de abundante negro co­mo la Cleopatra de la Taylor, mucho colorete y un lunar pintado en el cachete como la Monroe. Siempre andaba con una carterita de mano en la que —se comentaba— guarda­ba los cosméticos para sus retoques y una yen de dos filos para cortarle la cara al cliente que se propasara o rehusara pagarle. Ella, sin embargo, no necesitaba tajear a nadie, pues, sus servicios —según contaban algunos de mis amigos que sí «habían ido» con ella—, eran accesibles: tres o cinco dólares, los días en que su negocio era bueno, o una cajetilla de cigarrillos o tres pesetas los días flojos.
A veces se juntaban varios de mis amigos en un solo carro para «ir» con ella. En ocasiones eran cinco, pues Cambiapapá decía que ella daba, bastaba y sobraba para todos en un rato. Además, si eran cinco, les hacía precio. Teo, que ponía el carro de cuatro puertas de su hermano, conducía hasta un lugar oscuro y apartado en Barinas y, al llegar, siempre pasaba lo mismo: exigía ser el primero en «ir» con ella al asiento de atrás. No valían las protestas de los otros, especialmente las de Lionel a quien todas las veces le correspondía «ir» último, y se quejaba de que a él le tocara siempre «el lapachero ese que ustedes dejan ahí».
Cambiapapá era vista por algunos como una tabla de salvación, particularmente por los hombres incon­formes de mi pueblo. Desempeñaba cierta «función social», una especie de válvula de escape para la presión que generaba el celibato compulsorio de los menos atractivos para el sexo opuesto, o los que, como los jóvenes experimentadores que conocía, no tenían a su alcance esa ventaja de estar casados. De igual modo, sin embar­go, el que un hombre tuviese que acudir a ella era un «desprestigio social», pues significaba que era un fracasado con las mujeres y que estaba en disposición de pagar el precio de una gonorrea por un gustazo de solo cinco minutos.

Fragmento de mi libro inédito Quería ser como Charles, segundo volumen de mis memorias de adolescencia (siendo el primero Cuesta de los Judíos número 8, memorias de mi infancia).

Aclaración innecesaria: Cambiapapá, de vivir aún, tendría más de noventa años. Es un personaje que pertenece a la memoria colectiva de nuestro pueblo de Yauco.