viernes, 18 de septiembre de 2020

Fraude contra el PUA: guiso fácil

 Por: Hiram Sánchez Martínez

El Nuevo Día, 18 de septiembre de 2020, p. 36.

Versión electrónica de 17 de septiembre de 2020:

https://www.elnuevodia.com/opinion/punto-de-vista/fondos-del-pua-guiso-facil/

 

Esta vez no estaremos en el medallero de la delincuencia porque se ha descubierto en muchos estados de Estados Unidos un fraude masivo al programa de Ayuda por Desempleo por la Pandemia (PUA en inglés) que va por los millones largos y que tiene a las agencias de ley y orden muy ocupadas y sin dar abasto para investigar y procesar a los responsables. Ellos se llevarán las medallas. Nosotros no estaremos en el medallero. No por no habernos esforzado seriamente para llegar en las primeras posiciones, sino porque ellos tienen mayor población, o han resultado más listos, o lo han hecho a mayor escala. Pero estaremos en la lista, cargaremos con la mancha imborrable de la deshonra con la que queda marcado a veces el rostro de los pueblos.

Hicimos un gran esfuerzo, aunque ninguno nos haga sentir orgullosos: desde menores habilidosos de colegios de renombre —de «buenas familias» y mejores ejemplos para el cultivo de la moral y la ética— hasta confinados en instituciones carcelarias, lugares que deberían ser a prueba de esos tejemanejes con el exterior y no lo son. Sin que nos olvidemos, claro está, de miembros de la Policía —con rango o sin él— que se han aprovechado de la facilidad con que el sistema puede ser burlado para el cobro de beneficios federales. De hecho, creo que hay una muestra representativa de todos nuestros estamentos sociales en esa participación delictiva, por aquello de que en una sociedad democrática y progresista como la nuestra no debería haber discrimen en la provisión de ingenio para el tumbe y la jaibería.

¿Dije progresista? Ha debido ser un lapsus porque ninguna sociedad que adopta el delito como conducta común y corriente de una parte representativa de diversos segmentos poblacionales podría ser tildada de progresista, sino, en todo caso, de retrógada o regresiva. Aunque los delitos no impliquen violencia. Es como si hubiésemos fracasado en lo elemental: en que todas las personas reconozcan desde la niñez el valor de la honradez, que es la base de la confianza mutua que supone la convivencia en paz y armonía; que cada cual sepa los límites de la conducta admisible y aprendan a identificar la línea que nunca debe cruzarse.

Lo mismo que aquí, las prisiones allá han sido terreno fértil para ese tipo de fraude. Ha habido una gran incidencia de reclamaciones fraudulentas al PUA, muchas de las cuales han sido hechas por reos renuentes, pero actuando forzados por el grado extremo de intimidación y violencia que acaece en los entornos carcelarios. Y los que puedan probar eso en su día —tanto allá como acá— tendrán disponible una defensa afirmativa que podría librarlos de responsabilidad penal. Pero ¿y los demás? ¿Y los empleados públicos que sin excusa falsearon información para cualificar para los beneficios? ¿Y los menores, aquellos niños bien que tomaron el robo de fondos públicos como un «juego de tronos», con qué cara se presentarán ante el juez o la jueza?, ¿qué teoría se les ocurrirá invocar para salirse con la suya?

Llegado el momento, y suponiendo que haya convicciones en los delitos o faltas que se imputen, los jueces y juezas tendrán la responsabilidad de diseñar medidas ejemplarizantes adecuadas que hagan entender que el robo de fondos públicos debe ser penalizado firmemente, tanto para desalentar este tipo de comportamiento en los demás ciudadanos, como para facilitar la rehabilitación de los delincuentes así declarados.

Que sepan que no es cuestión de deslumbrarse ante el festín de fondos federales que nos llegan y suponer que sin tener derecho, pero con un poco de ingenio y buena suerte, se pueden apropiar de estos sin mayores riesgos. Porque los que han incurrido en este tipo de conducta delictiva probablemente razonaron igual que hizo el Pedro Navaja de Rubén Blades cuando vio caminando sola por la calle a aquella mujer, y dijo: «Guiso fácil», sin saber que ella le tenía preparada una gran sorpresa, de esas que da la vida.

 

martes, 1 de septiembre de 2020

La presidencia de la CEE: ¿a la tercera la vencida?

 Por: Hiram Sánchez Martínez

El Nuevo Día, 1 de septiembre de 2020, versión digital:

https://www.elnuevodia.com/opinion/punto-de-vista/la-presidencia-de-la-cee-a-la-tercera-la-vencida/

 

Estoy a punto de perder la cuenta del número de querellas de destitución por negligencia e ineptitud que se han presentado contra el presidente de la Comisión Estatal de Elecciones, Juan Ernesto Dávila Rivera. Sabemos que el Tribunal Supremo ya designó el panel de jueces de apelaciones para atenderlas, y que es de suponer que habrán de adjudicarlas en breve plazo, pues el tiempo apremia y la Comisión continúa ardiendo y echando humo. Y el país en ascuas.

No quiero entrar en el debate de si el fracaso del actual presidente de la Comisión se debe a la implementación de un nuevo Código Electoral —algo que otros más ilustrados que yo en temas electorales han estado discutiendo—, sino en la simple opinión de quién mira con asombro cómo se viene abajo una de las instituciones más prestigiosas de Puerto Rico y se pone en riesgo la celebración ordenada de las próximas elecciones generales.

El nuevo Código Electoral de 2020 requiere que el presidente de la Comisión sea un juez en funciones. Reconozco el apego que muchos tienen a la idea de que si se es juez es más probable que quien ocupe el cargo no tema quedar desempleado al cabo de su presidencia y que aproveche sus años de experiencia en neutralidad desde el estrado —la de resolver controversias entre partes muy disímiles a base estrictamente de los hechos y el derecho aplicable, y no de consideraciones extrañas (como la afiliación partidista de alguna de las partes, por ejemplo)—, porque realmente no hay un elemento “mágico” en eso de ser juez. Reconozco que hay otras profesiones capaces de aportar hombres y mujeres capacitados, honrados y virtuosos que podrían desempeñarse con la misma eficacia de objetividad que los jueces en el manejo de los asuntos electorales de la Comisión.

Hasta el cuatrienio pasado, los jueces nombrados a la presidencia de la Comisión descargaron competentemente sus cargos. Ahí están los nombres de Héctor Conty, Aurelio Gracia, Ramón “Raymond” Gómez y Juan R. Melecio. Tanto es así que se menciona la posibilidad de enmendar el Código Electoral para que el presidente pueda ser exjuez, y así poder convencer al exjuez Conty para que regrese a la Comisión como un sacrificio patriótico. Y lo digo porque en este cuatrienio ya se han nombrado dos jueces en propiedad para el cargo y ninguno ha dado pie con bola. El primero, el juez Rafael Ramos Sáenz, fue sorprendido, siendo juez, participando en un chat político que le costó ambos cargos. Fue acusado por diecinueve infracciones a la ley y sentenciado a seis años de cárcel en probatoria.

En cuanto al segundo, el juez Dávila, no se supone que, de haber sido bien hecho, su nombramiento hubiese sido el fiasco que ha resultado ser. Aunque la ley requiere que el presidente de la Comisión sea juez, se nombró a uno que no lo era, que nunca lo había sido. Sus nombramientos de juez y de presidente fueron hechos simultáneamente, solo para cumplir “en el papel” el requisito para un cargo que no cualificaba. Además, el Código Electoral requiere que el presidente sea “de reconocida capacidad profesional” y hoy hemos descubierto su incapacidad declarada por el propio Tribunal Supremo en su reciente opinión sobre las pasadas primarias. Peor aún, la ley requiere que el presidente tenga “conocimiento en los asuntos de naturaleza electoral”, y está fuera de discusión que de eso es lo menos que sabe, según opinión de los que sí saben.

Considero que es hora de sustituir al actual presidente; y que si no se va, hay que “irlo”. Deberíamos enmendar la ley y traer a un funcionario de comprobada competencia. No creo que sea conveniente para el país esa fijación con la idea de que la presidencia de la Comisión deba recaer siempre en un juez en funciones. Estaríamos apostando a aquello de que “a la tercera va la vencida”. ¿Y si nos equivocamos de nuevo?

lunes, 20 de julio de 2020

Algo bueno que ha enseñado a los médicos el Covid-19

Por: Hiram Sánchez Martínez
El Nuevo Día, 20 de julio de 2020, p. 32
Versión electrónica de la misma fecha:


Me dí cuenta de que había comenzado a ponerme viejo la vez que fui al médico por un dolor de garganta y salí con un diagnóstico de diabetes, y en la mano la receta para una pastilla que todavía tomo. Es una condición hereditaria, me dijo, que se manifiesta con la edad. De modo que ahí estaba yo a los cuarenta años, sin saber qué decir, todavía sin canas ni arrugas, comenzando a sentirme como mi abuela y mis tías diabéticas, a quienes yo consideraba ancianas desmejoradas. Después, comenzaron a transcurrir los años y, con cada lustro, a aumentar la frecuencia de mis visitas a los médicos e, igualmente, el diagnóstico de nuevas condiciones acompañadas de la explicación, como para tranquilizarme, de que eran más o menos “normales”, achaques propios del envejecimiento del cuerpo humano.
Al cabo de los años, ya jubilado, mi nueva “normalidad” vino a ser la de acudir con mayor frecuencia a las oficinas de los médicos especialistas, en citas gestionadas con cuatro o seis meses de anticipación, para las que tenía que prepararme mentalmente porque sabía que iría a perder todo el día o gran parte de este, esperando por mi turno en oficinas atestadas de pacientes y en las que muchas veces ni siquiera había sillas suficientes para sentarme.
Es cierto que la Asamblea Legislativa intentó ponerle remedio a ese problema de tanta desconsideración y creó la figura del Procurador del Paciente, quien con su reglamentación requería que se atendiera al paciente por horas-calendario para que este no tuviera que esperar tanto. Pero quien hizo la ley no contaba con la trampa, y muchos médicos —no todos— comenzaron a incluir entre los papeles que le daban a firmar al paciente uno que constituía una renuncia de ese beneficio. Y, nuevamente, las largas esperas quedaron “legalizadas” y el beneficio de la ley para los viejos se convirtió en letra muerta. (Aclaro que tengo dos médicos que siempre lo han hecho bien).
Entonces llegó el Covid-19, con el mismo aviso que dan para los huracanes, y ya no se hizo posible la desconsideración de algunos médicos de tener sus oficinas atestadas de pacientes de mayor edad sin ser atendidos durante largas horas. Fue así como la pandemia logró lo que no quiso hacer nuestro legislador: obligarlos a organizarse seriamente. Por fin  los médicos estiman el tiempo aproximado que tardarán en atender al paciente, conceden cita al número razonable de pacientes que pueden atender por hora —sin citar a pacientes de más—, llaman el día antes para confirmar la cita, y les piden a estos que lleguen solo minutos antes para evitar la aglomeración de pacientes y aminorar la posibilidad de contagio. En sus oficinas han reducido el número de sillas (para guardar la distancia física aconsejada). Pero, sobre todo, los pacientes son atendidos prontamente, que es como debería ser siempre aunque no tuviéramos el Covid-19 deambulando por los alrededores.
También nos hemos beneficiado de la llamada telemedicina que es un instrumento muy útil cuando la presencia física del paciente no es indispensable, generalmente para visitas rutinarias o de seguimiento. La tecnología ha viabilizado este nuevo modelo. El médico envía la orden de exámenes de laboratorios por fax o correo electrónico, los laboratorios reportan los resultados por el mismo medio al paciente, este los envía al médico, el médico los examina junto a todo el récord de su paciente, luego lo llama por teléfono y, a base de la entrevista (consulta), decide si debe verlo personalmente, o si es suficiente renovar su receta, cosa que hace enviándola directamente a la farmacia, donde finalmente el paciente recoge sus medicinas.
En fin que, una vez el coronavirus se haya vuelto tolerable, sería bueno que los propios médicos sean concientes del beneficio de organizar su práctica como al presente. La actual experiencia ha demostrado que esto es posible y que la práctica de la medicina no tiene por qué ser opresiva con las personas que peinamos canas. Ni con nadie más.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Un viaje en el tiempo con «Antonia, tu nombre es una historia»

Campus y ComunidadFIEHS / Por / 

https://insagrado.sagrado.edu/un-viaje-en-el-tiempo-con-antonia-tu-nombre-es-una-historia/



Por Liz Yanira Del Valle Huertas
Colaboradora
La máquina del tiempo. En algo parecido se transformó la Sala de la Facultad durante la presentación del libro Antonia, tu nombre es una historia del jurista y escritor Hiram Sánchez Martínez.
El ex juez, fue invitado por iniciativa de su compueblana (Yauco), la Dra. Amalia Lluch, catedrática de literatura de la Facultad Interdisciplinaria de Estudios Humanísticos y Sociales (FIEHS) quien catalogó la obra como una gran investigación histórica no tan conocida por las nuevas generaciones estudiantiles escrita “de forma sencilla tal y como es su autor”.
Como parte de la actividad, el Prof. Nelson Hernández Román, catedrádico de Historia de FIEHS, presentó una acertada y minuciosa ponencia sobre el valor y la importancia del texto mencionado dentro de su contexto histórico y político de la época.
Antonia es “una robusta narración que explica la época histórica del Puerto Rico de cinco décadas atrás, de las luchas estudiantiles de una generación contestataria, del ambiente político, educativo y policial, y de la vida y trágica muerte de una joven universitaria arecibeña de unos veintiún años en marzo del 1970”.
resaltó Hernández Román.
Según el historiador, la oposición a la Guerra de Vietnam, el rechazo al entonces Servicio Militar Obligatorio y los choques entre las agrupaciones estudiantiles que reclamaban la salida del ROTC (Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reservas) dentro del campus de la UPR/Río Piedras capitalizaban la cobertura mediática local de la época.
“Una generación de jóvenes críticos, reflexivos, enérgicos y rebeldes objetaron y cuestionarion creencias, prácticas y tradiciones de lustros y décadas. La generación del amor, la música y la simbología pacifista sacudió las estructuras de muchas instituciones. Aumentaba una generación joven de ideas liberales y radicales y, por otra parte, el sector asimilista se robustecía electoralmente y su juventud se sentía envalentonada y estaba dispuesta a defender lo que entendía que eran los intereses del gobierno de Estados Unidos”.
explicó Hernández Román.
El incremento de la violencia entre cada uno de los bandos se intensificó precediendo así la trágica muerte de Antonia Martínez Lagares a mano de un oficial de la policía aún no identificado.
Sobre el tema, se presentaron recortes de periódicos, fotografías y un video sobre las luchas universitarias de ese momento las cuales, según el académico, no estaban aisladas de las desarrolladas a nivel mundial.
Luego de brindar detalles sobre el momento en que asesinan a la joven en un balcón del hospedaje de otros compañeros estudiantes que le cobijaron en el momento del caos provocado por la persecusión policiaca, el historiador  resumió el legado de esos acontecimientos entre los que destacó “la conversión de las universidades como centros de desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo, y no meros lugares de reproducción de principios y prácticas del pasado que no necesariamente se adecuan a las transformaciones del tiempo”.
Por su parte, el exjuez Hiram Sánchez Martínez compartió con los presentes su vivencia personal junto a Antonia Martínez Lagares, desde el momento en que le conoció hasta el desgraciado día del infortunio.
Para el escritor, este Verano del 19 le recordó su época, ya que nuevamente los estudiantes han dado la cara por todo un país.


La Dra. Anuchka Ramos Ruíz, directora de FIEHS, agradeció al escritor su presencia y a su vez exhortó a los estudiantes a considerar la relevancia de la investigación y los relatos de la memoria como vías al aporte positivo y transformador de nuestra sociedad.
Ramos Ruíz entregó al jurista unos pasquines realizados por los estudiantes del Programa de Artes Visuales.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Qué es la oscuridad

Mi hija acaba de conocer a un muchacho que se presentó como escritor. Tiene algunos cuentos y poemas publicados en la Internet. Apenas han salido en dos ocasiones. Hoy, al llegar a visitarme, me dice que le resulta extraño que el escritor la textee para formularle preguntas que le resultan un poco raras. Antes le había preguntado cuál brisa le resultaba más agradable, si la del campo o la de la ciudad. Hoy solo quiere saber qué es la oscuridad para ella. ¿Y qué le contestaste? Nada todavía, por eso te pregunto.
Es que esa es una pregunta pendeja, pero no llego a decirle. Hago un silencio que si no es prolongado, lo parecería. ¿Por qué no le das la respuesta de diccionario y simplemente le dices que es la ausencia de luz? Sería muy simple, me responde, a lo mejor está tratando de esclarecer cuán profundo es mi pensamiento; un test de inteligencia.
Pues, mira, a lo mejor es un simple estudiante de un taller de creación literaria a quien el profesor le ha asignado la tarea de escribir un párrafo sobre ese tema sin mencionar la palabra «oscuridad». Si no lo fuera, ándate con cuidado porque entonces podría ser que esté mal de la cabeza.
Se levanta para irse y ya, desde la puerta, se vuelve y me dice: «Y para ti ¿qué es la oscuridad?». Pude haberle respondido que es andar por la vida sin metas ni destino fijo, sin saber a dónde vamos, marchando siempre a tientas y tropezones, pero no, simplemente le digo entre dientes, como para que no me escuche: «La ausencia de luz».

jueves, 29 de agosto de 2019

«Corruptionis abyectae»

El parte de prensa es claro:  los vecinos de Cupey en Río Piedras, hastiados de una invasión del helecho flotante denominado «Salvinia molesta»en el lago Las Curías, el cual impide sus usos recreacional y turístico, optaron por una solución radical: importar desde el estado de Luisiana un insecto para que se lo coma. Se trata del artrópodo picudo «Cyrtobagous salviniae», oriundo del sur de Brasil, pero comprobadamente efectivo en estos litorales.
No pude menos que pensar al leer la noticia «¡Diantre!, ¿por qué no se nos había ocurrido antes traer un insecto para ver si podemos acabar con la otra plaga de amplio alcance que atormenta a todo el país: la de la corrupción gubernamental?». Sabemos que en el Capitolio y en ciertas agencias públicas han estado creciendo unas especies parasitarias del tipo «Corruptionis abyectae», que parecieran pegadas con Crazy Glue a sus escaños y escritorios, y que por la historia reciente —la de los últimos treinta años— se ha dedicado a multiplicar sus fortunas personales a base de prebendas, de la concesión de canonjías, de la aceptación de sobornos y de millonarias mordidas. Si aquella plaga no se le resiste al impulso devorador del artrópodo picudo, a lo mejor, en la misma universidad donde los cupeyanos encontraron el efectivo insecto, pudieran decirnos dónde conseguir otro de tan efectivo impacto contra el «Corruptionis abyectae».

domingo, 13 de enero de 2019

Texas mom strikes again

Un chamaquito de catorce años de un pueblo de Texas quiso darse una trilla del caráh en el BMW nuevo de su madre y, aprovechando que ella estaba trabajando fuera, se lo llevó del garaje sin permiso. La madre no lo notó porque el manganzón desconectó el Wi-Fi para no ser detectado por el sistema de seguridad de la casa que servía, entre otras cosas, para alertarla en su celular sobre posibles escalamientos, ya que recibía avisos cuando alguna puerta de la casa se abría.
Con lo que el jovencito no contaba era con que la mamá de su mejor amigo, a quien él fue a recoger para continuar de juerga en el BM nuevo, llamaría a Lisa Martínez —que es el nombre de la madre del teenager y latina, de seguro— para avisarle de lo que sucedía.
De inmediato, doña Lisa abandonó su lugar de trabajo y comenzó la búsqueda del hijo hasta que lo encontró transitando felizmente por una vía principal. Entonces, se le pareó, le ordenó que se detuviera en el paseo, se bajó del carro empuñando una correa gruesa y larga de cuero, abrió la puerta del conductor y allí mismo, a la vista de todos, le entró a correazos. Luego colgó la grabación de «la pela» que le dio al muchacho en las redes sociales y, ya en su casa, le removió de sus goznes la puerta del cuarto de su hijo y le «confiscó» todos sus aparatos electrónicos. Castigos sin fecha de expiración, que es como Dios manda para casos tan extremos como este.
Como podrán imaginar, las redes no tardaron en explotar (esto es lo que trae la masificación de la comunicación por Internet) y todos comenzaron a opinar a favor y en contra de lo que esa madre había hecho para ponerle vergüenza a su hijo. Unos decían que eso era maltrato de menores y que debía enviársele a ella a prisión. Otros la aplaudían, y algunos hasta fueron más lejos al criticarla por ser tan blandengue porque debió haberle llamado a la policía para que acusaran al menor de robo vehicular. Yo, por mi parte, me mantuve en las gradas leyendo esta gran porfía y recordando cuando nuestro padre —a mis hermanos y a mí— nos daba «cuatro correazos bien dados» a mitad de espalda, mientras nos mantenía de rodillas en el balcón de la casa, de frente a la calle, para que los transeúntes y pasajeros de quienes pasaran frente a la casa nos vieran y nos diera «vergüenza».
De modo que, después de todo, Lisa Martínez fue más generosa que mi padre, pues no sacó a su hijo al pórtico de la casa hincado de rodillas para, así, dar otro espectáculo humillante ante el vecindario. Total que ni imaginarme puedo el castigo que me habría impuesto mi padre de yo haberme «robado» su viejo Studebaker, que se estaba cayendo en cantos de moho, para darme una trillita del caráh por el barrio.