miércoles, 21 de junio de 2023

¿Pérez o Niemmerson?

Publicada originalmente el 21 de junio de 2023 en la revista «Ley y Foro» digital del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico. https://tecnocaapr.org/sanchismos/


Me desperté una mañana esdrújula, de esas en que todo pasa en el antepenúltimo instante. La había escogido la noche antes, al acostarme, luego de invertir casi media hora mirando en el clóset los días que tenía disponibles para usar al dirigirme a mi bufete. En el clóset tenía días llanos, agudos y esdrújulos, y de estos había variantes de sobra, de tres a diez sílabas. Naturalmente, no quería aventurarme más allá de los de tres sílabas, pues sabía por experiencia que si me excedía de ese número, de seguro, el día se me complicaría.

Ya desde la antepenúltima esquina podía escuchar las consignas: «¡Abajo las reglas machistas de gramática!», «¡Cárcel para los escritores!», «¡Destierren a la RAE pal carajo!». Al acercarme me di cuenta de que era un piquete frente a mi oficina y pude girar a la izquierda —que es la dirección en la que me siento más cómodo girando— para rodear la manzana. Me estacioné lejos, caminé como cincuenta metros y entré subrepticiamente por la puerta trasera de mi despacho. No me atreví a encender la luz, para no ser visto, e inmediatamente vibró mi celular. Entonces, decidí entrar al clóset para contestar sin ser oído. Era una llamada por WhatsApp.

—Sí, dígame… 

«I’m calling from Florida, do you go to court in Orlando?».

Por el acento yaucano que tenía le pregunté si hablaba español y me respondió que sí, que había ido a la misma escuela que Abel Nazario y era boricua en la diáspora.

—Claro que postulo en Orlando, pasé la reválida y… —Afuera continuaban los gritos y consignas que yo escuchaba con cierto antepenúltimo temor—. Bueno, en fin, ¿cuál es su problema?

«Que mi nombre es Michelle Pérez y, al casarme aquí, me cambiaron el apellido por el de Peter, mi marido. Ahora soy Michelle Niemmerson y no me permiten llevar el apellido de mi papá, como es en Puerto Rico. Quiero presentar una demanda contra Ron DeSantis para obligarlo a reconocer que las mujeres en la Florida no debemos perder nuestra personalidad por el hecho de casarnos».

Miré a mi alrededor y descolgué una cara llana o aguda —ahora no recuerdo bien— que allí guardo para situaciones como esta. Entonces, encendí la cámara de WhatsApp y le dije:

—Pero ¿no se siente contenta con el hecho de estar en el país de la inclusividad?, ¿donde hay menos machismo? —No la dejé contestar, simplemente añadí—: Creo que no es conveniente demandar a un gobernador pudiéndose demandar el reconocimiento de la igual dignidad de las personas de otro modo.

«¿Cómo cuál?».

—Hay que demandar a su marido para que el tribunal lo obligue a utilizar el apellido suyo, Pérez, de modo que ahora sería Peter Pérez, casado con Michelle Niemmerson. ¿Ve qué fácil?

«¿Y usted me llevaría el caso?».

Ahora tengo mucho trabajo y no podría hacerlo, pero tengo un primo en Orlando, bueno, creo que primo tercero, que antes era juez, y que siempre le han gustado las causas perdidas. 

sábado, 10 de junio de 2023

El cenicero de mi carro

Llevaba siempre en el cenicero de mi carro un par de dólares sueltos para cuando me cogiese una luz roja tener algo que echarle al vaso plástico del deambulante que se me acercaba de inmediato. No es que yo tuviera que hacer muchas luces rojas camino a la oficina en la mañana, sino que casi siempre ese semáforo conspiraba con aquel necesitado para que yo tuviese que detenerme y atender a su mirada de súplica. Era la mirada de uno que trabajaba al calor del aire libre del eterno verano del trópico sin poder hacer otra cosa con su día, a otro que viajaba cómodamente en el eterno friito del aire acondicionado de su automóvil sabiendo que tenía opciones lucrativas en las que invertir su vida.

Había veces que el hombre tenía la mala suerte de que el semáforo me cogiera cruzando en verde, ante lo cual yo simplemente aprendí a decirle adiós con la mano, si daba la casualidad de que estuviese mirando los carros pasar. Pero cuando la luz verde me hacía pasar dos días consecutivos por el lado del hombre sin poder detenerme ante el semáforo, pasaba el resto del día desconcentrado y con un sentimiento de culpa indescifrable. Incluso, a veces intentaba reducir la marcha para que me tocara el semáforo en rojo, pero los de atrás se impacientaban y comenzaban a tocarme bocina para que me apresurara, no fuera a ser que nos cogiera a todos la luz roja.

Hoy, sin embargo, he tenido que cambiar de ruta, pues ayer, cuando me detuve ante la luz roja, el hombre se me acercó con un dispositivo electrónico manual, de los que usan los restaurantes para cobrar las cuentas con las tarjetas de crédito en la mesa. «Ya no acepto efectivo —me dijo—. Como están las cosas, hoy día es un riesgo grave andar con dinero encima». «Y yo no cargo con tarjetas de crédito», y continué la marcha. Tuve que mentirle ante la verdadera razón para no entregarle mi tarjeta: que saliera corriendo con ella entre la densidad del tráfico de la Ponce de León.

Así que ya no tendré más remedio que usar la Muñoz Rivera y otras rutas alternas en busca de una intersección con semáforo en la que pueda haber un deambulante que acepte alguno de los billetes que llevo en el cenicero del carro. Sé que es el único modo de recuperar mi concentración y deshacerme del sentimiento de culpa indescifrable que desde ayer me embarga.

 

jueves, 8 de junio de 2023

El burro no es burro na


 

No había reparado en que Mundi era mellá —le falta el colmillo derecho— ni sabía que era tuerta —perdió la visión por un ojo—. Tampoco que caminaba de medio lado, como si estuviera a punto de caer de su lado izquierdo. Aun así, aquí la despidieron con la misma cobertura mediática que como recibieron a Dayanara Torres cuando ganó el certamen de Miss Universo o a Madison Anderson cuando ganó el de La Casa de los Famosos. ¿Qué hay que hacer para que el traslado de una elefanta a un parque conservacionista de Estados Unidos cause tanta conmoción y hasta lagrimeo, si total va para un sitio donde sus días serán más llevaderos y placenteros que los de su época nefasta en el zoológico de Mayagüez?

Sin embargo, lo que me llamó más la atención no fue Mundi, fue el burro que la siguió, el que iba detrás de ella no por alguna atracción sexual interespecial, sino porque advirtió que no valía la pena quedarse en la isla, que aquí las cosas no mejorarían, y que cuando la Junta de Control Fiscal también se vaya, aquí volveremos a las viejas prácticas de gastar más de lo que tenemos, a legislar los barrilitos, a aprobar leyes sin la debida provisión de fondos, y a vivir del fiao cuando consigamos que alguien nos fíe algo. Porque después de todo, resulta que el burro no es burro na; los burros somos nosotros que no aprendemos de nuestros errores.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Impactante socavón se traga dos autos en la carretera



Estaba viendo las noticias por internet cuando de pronto me llamó la atención el titular «Impactante socavón se traga dos autos en la carretera». Pensé que, finalmente, se había cumplido mi profecía de que los hoyos en las carreteras de Puerto Rico no se conformarían con simplemente desbaratar los sistemas de suspensión de nuestros automóviles, sino que por la magnitud y osadía con las que se presentaban en nuestro diario transitar terminarían engulléndonos con todo y vehículo.

Antes de seguir leyendo, llamé por teléfono a mi hija para asegurarme de que se encontraba bien porque ella tiene que usar la avenida Winston Churchill todos los días y yo había visto varios hoyos muy orondos que cada día crecían en diámetro y profundidad. Menos mal que ella no había salido de la casa y eso me permitió seguir leyendo la noticia con mayor tranquilidad.

Fue así que pude comprobar que el socavón de la noticia que se había tragado dos autos había sido en una carretera de California (para los que dicen que todo lo de allá es mejor) y que, de momento, nos habíamos librado de mi predicción. De todos modos, siempre que salgo ahora a la calle, llevo en mi automóvil una escalera plegadiza, varias linternas, comida para tres días y suficiente cuerda para facilitar mi rescate en caso de que me pase como a Jonás y un hoyo de los muchos que hay aquí le dé por bostezar y me trague por completo en la carretera.

miércoles, 19 de abril de 2023

¿Colegio de Abogades?

Cuento CENSURADO por el Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico:

A continuación reproduzco el cuento que fue publicado en la revista digital «Ley y Foro» del Colegio de Abogados y Abogadas de Puerto Rico, que fue retirado de sus páginas durante una semana (18 a 24 de abril de 2023) porque este no le agradó a algunas personas allegadas al Colegio. Para los que no lo han podido leer, este es el cuento:

 

¿Colegio de Abogades?

Hiram Sánchez Martínez

Ayer vino a verme une abogadx o abogad@ o… no sé cómo decirlo. Ah, bueno, sí: abogade. Diría que por fuera se veía como une más de nosotres. A pesar de ser abogade no se sentía incluide en el título que aparece en el frontispicio de nuestro edificio: Colegio de Abogados y Abogadas. No puede ser, me dijo, que con tanto aspaviento que han formado las compañeras feministas del país hayan transado por simplemente añadir al nombre del Colegio una palabra en género femenino.

Nada más decir estas palabras ya intuía que a le compeñere abogade algo comenzaba a patinarle. Y me puse en guardia. Así que tomé un lápiz y comencé a darle vueltas entre mis dedos. 

Como colegiade, añadió, intereso que usted me represente para llevar un pleito contra el presidente y la Junta de Gobierno del Colegio. Yo le seguí dando vueltas al lápiz mientras le miraba con cara de incredulidad —que es un tipo de cara que se ha puesto de moda últimamente (por eso tengo tipos a escoger en el clóset)— y le escuchaba con la misma atención con la que un cura oiría en confesión a un pecador empedernido.

¿Y qué estaríamos alegando?, le pregunté. Pues que «abogado» y «abogada» no agotan las posibilidades de género, licenciado. ¿No lo ve así? Yo no soy ni masculino ni femenino, sino todo lo contrario. Si este colegio es solo de abogados y abogadas, entonces me han dejado fuera, ¡y yo quiero estar dentro, coño!

No sabía qué decirle. ¿Y qué propone? —fue lo que se me ocurrió de momento—; si no es Colegio de Abogados y Abogadas ¿de qué sería? 

Se me quedó mirando con cara de no-lo-puedo-creer y casi me grita: ¡Colegio de Abogades, coño! ¡¿Qué si no?!

Como ya estaba un poco exaltade, intenté tranquilizarle. Vamos a hacer una cosa —le dije—, antes de pensar en tribunales deme la oportunidad de hablar con el presidente, que para cosas como esta es que fue elegido.

¡Ja!, le va a decir que les abogades no somos nenes chiquites, que tenemos que amoldarnos al estado de cosas, que para cambiar eso tendríamos que hacer un poco más de ruido, pues les polítiques son muy sensitives a eso.

Ante el temor de desconocer lo que el presidente me diría —porque no soy clarividente—, desistí de ir a verlo. En cambio, estoy ante mi clóset, hurgando entre las distintas caras que tengo allí enganchadas para situaciones como estas, y determinar cuál me pongo para darle a mi cliente la noticia de que no intereso llevar su caso, pero que tengo un primo —bueno, creo que primo tercero—, que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.

 

lunes, 23 de enero de 2023

Lo importante es que se entienda

¡Hello! Te llamaba para decirte que te envié un e-mail… Exacto… sí, sí… qué bueno que lo viste. Porque es que dos más tres es igual a cinco, pero quería explicarte que puedes ponerlo en el orden que quieras, primero el dos y después el tres, el orden no importa porque esa suma siempre dará a cinco, aunque, bueno, para evitar confusión podrías empezar escribiendo cinco para entonces decir que es el resultado de dos más tres o de tres más dos, quizás poniendo una nota al calce que aclare que también se pueden invertir los términos y que eso no afectaría el resultado… sí, sí, eso es por si acaso… Lo importante es que se sepa que el dos puede ir lo mismo delante que detrás del tres y que se sepa en todo momento que entre el dos y el tres, o del tres y el dos, haya un signo de suma o la palabra «más», da igual… a menos que con el signo sea más evidente que se trata de una operación aritmética… tú sabes, es que a veces la gente se confunde, no lee bien y podría terminar interpretando que lo que dijimos es dos más cinco es igual a tres… de eso no te quepa duda… Pero ¿entendiste lo que te quise decir? Lo importante es que siempre lo del cinco sea lo correcto, pero dejo a tu discreción la forma en que lo expreses… por eso… eso mismo… que el lector lo tenga claro… que no se confunda… no, no, yo sé que tú lo tienes claro, es que te digo esto pensando en el lector… el dos y el tres tú los pones en el orden que quieras porque lo importante es que… ¡Hello!… ¡Hello!… Parece que se cortó la llamada.
 

viernes, 13 de enero de 2023

Mi maestra de quinto grado


En quinto grado teníamos una maestra de Inglés que todos detestábamos. Caminaba entre las filas de pupitres cotejando nuestras libretas abiertas para asegurarse de que hubiéramos hecho la asignación. Un día en que Rosita no la había hecho, le dio un cocotazo sobre la diadema que le hizo sangrar el cuero cabelludo. Solamente permitió que otra estudiante la acompañara al baño para que se limpiara la sangre y continuó la clase como si nada. Al estudiante que no contestara correctamente alguna de sus preguntas le decía: “So alcornoque”, o motes degradantes parecidos, para enfatizar su torpeza o falta de inteligencia, con el evidente propósito de humillarlo y menoscabar su autoestima. Aun así, a ninguno de nosotros —y menos a alguno de los afectados directamente— se nos ocurrió presentarnos a clase con un cuchillo en el bulto para darle una puñalada pensando que con eso le dábamos su merecido. Obviamente, con odiarla nos parecía suficiente.

Pero hay niños de armas tomar. Por ejemplo, en 2011, un estudiante de diez años de una escuela de Sao Paulo, Brasil, llevó un revólver .38 al salón de clases, le disparó a la maestra (que afortunadamente sobrevivió) y luego se pegó un tiro en la cabeza. Él no sobrevivió. Hace unos días, en el estado de Virginia, Estados Unidos, un niño de seis años echó en su bulto la pistola que su madre guardaba en algún lugar accesible a él y, al llegar al salón, sin mediar palabra, así sin ton ni son, le pegó un tiro a su maestra, quien se encuentra hospitalizada, pero estable. En vista de que este niño no se suicidó, ahora las autoridades tendrán que bregar con él, aun cuando estas no saben cómo hacerlo. 

Como en Puerto Rico a los niños de escuela elemental no les ha dado (todavía) con llevar armas al salón de clases para “ajustar cuentas” con alguna maestra que detesten, no nos hemos tenido que plantear cómo manejaríamos la situación del niño que no haya cumplido trece años de edad y le dispare o apuñale a su maestra o maestro. 

La pregunta que me hago es cómo el Departamento de la Familia hubiera manejado un caso como el de Rosita si esta, al otro día del cocotazo que la hizo sangrar, se hubiera presentado al salón con un arma en el bulto y hubiera apuñalado a nuestra maestra de quinto grado. En fin, que lo mejor es no pensar en lo peor.