jueves, 2 de mayo de 2024

Un 29 de febrero perdido

  

Un día entró a mi despacho una persona que quería hacerme una consulta. Luego de los buenos días, me preguntó:

—¿Tiene usted aprobados los cursos del Tribunal Supremo?

—Sí —le respondí con evidente extrañeza—, ¿por qué?

—Para saber si le puedo decir «licenciado» y si está al día en los vericuetos de la ley. La cuestión que le traigo requiere de alguien con mucha pericia.

—Pues, dígame a ver si está en el lugar indicado.

—Bueno, licenciado, es que en la farmacia me regalaron un almanaque de pared para que anotara mis citas médicas del 2024. Es lo único que anoto allí, pues es lo único importante que debo recordar en mi nueva vida de jubilado. Si pierdo una debo esperar, con suerte, entre seis y nueve meses para conseguir otra. Para sacarle provecho a mi nuevo calendario de pared, todo lo que tuve que hacer fue esperar al primero de enero, descolgar el de 2023 y colgar en su lugar el nuevo. Hasta ahí, todo bien, ¿me entiende?

—¿Y entonces? —le dije echándome hacia atrás en mi silla mientras le daba vueltas a mi bolígrafo entre los dedos—. ¿Cuál es el problema?

—Que mientras lo cuadraba para que quedara horizontalmente perfecto, el almanaque cayó al piso y, cuando lo levanté para colgarlo nuevamente, noté un número 29 desprendido sobre el suelo. Pero, no le di importancia. Pensé que pertenecía al calendario que acababa de sustituir, el que por viejo debía tener debilitadas todas sus fechas y articulaciones.

—Sigo sin entender el motivo de su consulta —le dije a sabiendas de que pudiera tratarse de un nuevo perturbado que algún chusco amigo mío me hubiera referido por aquello de joder un rato.

El posible cliente siguió hablando y su posible abogado siguió escuchando.

—Que cuando fui a copiar en el nuevo almanaque las citas que me habían dado los doctores para el 2024, no pude incluir una que me había dado el proctólogo para el 29 de febrero. Mire usted la tarjetita de la cita para que vea que no le miento. —Tomé la tarjetita en mis manos, la olí para asegurarme de que la había preparado la secretaria del médico y no él,  y luego vi que decía la verdad; la fecha cabía en cualquier año bisiesto—. ¿Por qué no pude copiar esa cita en el almanaque nuevo?, me va a preguntar. Pues, óigame bien, porque a pesar de que 2024 es un año bisiesto, el almanaque mostraba que febrero solo tenía 28 días. El cuadro para el 29 estaba vacío, pero se notaba que el número se había desprendido o lo habían arrancado. Lo he buscado en el clóset y por toda la casa, hasta en la basura, y el 29 no aparece por ningún lado. En la farmacia no me quieren cambiar el almanaque por otro; dicen que se agotaron y me sugirieron que escribiera el 29 de mi puño y letra. ¡Como si la ausencia de un día en la vida del mundo fuese así de fácil de restaurar!

—Pues, pida una cita para otra fecha.

—Me niego. Mi temor no es perder la cita, sino que llegado el 28 de febrero todo el mundo quiera saltarse un día para pasar al 1 de marzo. Entonces yo me quedaría sin vivir un día este año. Necesito demandar en el tribunal al que toma las decisiones de cuántos días tiene cada mes. Debe honrarme la garantía de que el febrero de todo año bisiesto tiene 29 días. Esto me está produciendo un daño moral. Por eso, quiero demandar a quien sea que esté a cargo de decidir los días de los meses en los almanaques para que me honre la garantía y me consiga otro 29, licenciado. ¿Puede averiguar quién está a cargo de este asunto para demandarlo? ¿Me llevaría usted el caso?

Ah, pues en ese caso debo referirlo a otro abogado de los que dominan el arte de la calendarización. Es un arte muy complicado, especialmente para los jueces. Es más, lo puedo referir a un primo —bueno, creo que primo tercero— que antes era juez, y al que siempre le han gustado los calendarios y las causas perdidas.

 

Publicado originalmente en la revista «Ley y Foro» del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico, Vol. 1, enero-marzo 2024.https://capr.org/un-29-de-febrero-perdido-sanchismos/

viernes, 29 de marzo de 2024

¿Despierto?

       Hoy desperté con la sensación de que era abogado. La sensación de ser abogado es una sensación muy rara y me preguntaba a qué podría deberse. Pudo haber sido, pensé, porque viendo anoche un programa con título deportivo, pero contenido de política y tribunales, me impresionó que a uno que no era juez le decían juez, a otro que no era fiscal le decían fiscal y al tercero que era defensor unas veces le decían fiscal y otras nada más que «licenciado». Entonces, me acosté pensando que para mucha gente lo importante no es lo que uno es, sino lo que uno ha sido. Pero, como no soy abogado y la sensación de serlo es muy rara, me planteé de inmediato si era que había soñado que me había despertado y que eso de ser abogado pertenece al mundo de la fantasía. Probablemente no he despertado y siga soñando que estoy despierto.

lunes, 11 de marzo de 2024

Todos somos precadáveres

 Mi secretaria inexistente me avisó de que a la puerta se había presentado un hombre tan parecido a mí que, de no ser porque ella sabía que yo estaba adentro, en mi oficina, hubiera jurado que era yo mismo.

—Estas cosas suelen suceder —le dije—, es como los sedientos en el desierto que suelen ver normalmente espejismos de oasis inexistentes. Hágalo pasar.

La realidad es que sí, que se parecía a mí, pero al revés. Como cuando uno se mira al espejo y la partidura del lado izquierdo aparece en el derecho o a la inversa.

—¿En qué puedo servirle? —le pregunté después de que le pidiera que se acomodara.

—Es que fui al tribunal a revisar un boleto por exceso de velocidad y cuando la jueza me preguntó el nombre, le respondí que yo era el precadáver del recurrente, o sea, de mí mismo, algo que estaba apuntado en los papeles

—¿Y cuál es el problema legal en que yo le puedo ayudar?

—Bueno, es que cuando la jueza quiso saber a qué me refería con eso del «precadáver» yo simplemente le dije: «Es más fácil, su señoría, que yo le dé un ejemplo, para que lo entienda. Usted es el precadáver de la jueza que va a resolver mi caso, y este señor que está de pie al lado mío es el precadáver del policía que me expidió el boleto». Entonces, la jueza montó en cólera y me dijo que yo estaba utilizando una metáfora para proferir amenazas de muerte y anunciar mi suicidio; me suspendió el caso para el mes que viene y me dijo que debía demostrarle una causa, o algo así, para no ponerme un desacato y que la próxima vez debía ir con un abogado.

—¿Usted le respondió algo?

—Simplemente le dije que yo había faltado a la escuela el día que enseñaron eso de las metáforas, pero que, por si acaso, lo único que yo quise decir fue que todos los seres humanos vivos somos los precadáveres de nosotros mismos, que simplemente estamos en espera de morirnos. Y poco faltó para que me tirara con el mallete. ¿Puede creer una cosa como esa?

—¿Qué? De los jueces… claro que podría creerlo.

—La cuestión es si usted puede representarme.

—Bueno, ya yo no brego con precadáveres ni jueces que montan en cólera, pero lo puedo referir a un primo —bueno, creo que primo tercero— que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.


Publicado originalmente el 11 de marzo de 2024 en la revista «Ley y Foro» del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Ricohttps://tecnocaapr.org/sanchismos-2/

lunes, 19 de febrero de 2024

Sin blusa en el balneario

 —¿Tiene usted un primo que antes era juez? —me preguntó el hombre que acababa de entrar a mi despacho y sentarse frente a mí.

—Bueno, creo que primo tercero —le respondí, como una vez respondió el gobernador a la prensa cuando arrestaron a ciertos delincuentes con su mismo apellido.

—Tuve alguna dificultad en encontrar su bufete. Aunque él me dijo el nombre de usted, lo único que dice el letrero suyo allá afuera es «abogado».

—Porque lo que importa no es cómo me llamo, sino que soy abogado.

El hombre se remeneó en la silla sin mucho convencimiento, y siguió hablando:

—Es que fui a donde él a consultarle un caso que quiero llevar por infracción de derechos constitucionales y me dijo que el especialista en pleitos contra el Estado es usted.

—La realidad es que no. Mi sospecha es que como le he estado refiriendo últimamente algunos casos a él, ahora él piensa que debe reciprocar mi desprendimiento profesional refiriéndome casos a mí. Pero, dígame, ¿cuál es el problema jurídico que interesa consultarme?

En ese mismo instante, retiré mi «legal pad», me eché hacia atrás en la silla y comencé a darle vueltas con los dedos al bolígrafo que sostenía en mis manos, un gesto que siempre hago cuando alguien comienza a contarme una historia inveraz. El hombre procedió a explicarme:

—Mi mujer y yo fuimos al balneario de Isla Verde el mes pasado y los guardias no le permitieron quitarse la blusa a pesar de que yo pude quitarme la camisa. Y como ella no usa brassiere ni la pieza superior del bikini, pues… —hizo una pausa, supongo que para observar bien mi reacción—. Nos dijeron que eso sería una exposición deshonesta, una infracción al Código Penal. Les contesté que eso sería inconstitucional por ser un discrimen por sexo.

—Por género, querrá decir.

—Por lo que sea —refunfuñó algo molesto—. La cuestión es que les dije que más deshonesto sería el G-string que mi mujer traía puesto y nadie en el balneario se sentiría ofendido cuando lo exhibiera. Es más, para que vean a lo que me refiero, les dije, mírenla. Y ahí fue cuando le dije a mi mujer y ella se quitó la falda para que ellos vieran.

—¿Qué respondieron?

—Uno de ellos dijo que el G-string sería un agravante a lo de la exposición del pecho descubierto. Así que no tuvimos más remedio que irnos para que no la arrestaran. Y por eso estamos aquí, para que vayamos al tribunal y acabar con tanto discrimen contra la mujer porque si yo puedo bañarme en la playa sin camiseta y con mis pezones y areolas al aire, no veo por qué ella no pueda hacer lo mismo. ¿Podría llevarnos este caso, licenciado?

—Bueno, ahora mismo tengo mucho trabajo, pero puede regresar adonde ese mismo primo mío —bueno, creo que primo tercero—, el que antes era juez, y decirle de mi parte que no me refiera más clientes porque es a él a quien siempre le han gustado las causas perdidas.

sábado, 10 de febrero de 2024

El retrato de mi mujer con uniforme

     Tengo un retrato de mi mujer con su uniforme de cuando ella iba a la escuela. Podría tener quince o dieciséis años y aunque sé que es ella porque conserva sus rasgos distintivos de su fisonomía adulta, la realidad es que parecería que se trata —la de ahora y la de entonces— de dos personas distintas. A la de entonces —tres o cuatro años menor que yo— me hubiera gustado verla con su falda corta verde monte, su blusa blanca, sus medias bermudas dobladas sobre los tobillos y sus mocasines negros. Sí, me hubiera gustado conocerla en aquella época, incluso porque hubiéramos podido ser novios. Al menos eso creía yo hasta el día en que ella vio una de mis fotos a su misma edad e hizo un gesto de desagrado. ¿Tú dices que hubiéramos podido ser novios de habernos conocido en tu época en la escuela?, me preguntó con cierto retintín cuando se lo dije. Por supuesto, contesté con toda convicción. Con esa facha que tenías no me hubiera fijado en ti y ni siquiera te habría aceptado un piropo, me respondió. No supe qué replicarle. Me hice el desentendido consolándome con que la verdadera razón por la que ella no se habría fijado en mí es porque entonces ella tenía un novio que acaparaba todos sus afectos y ella, debo admitir, es una mujer muy fiel.

miércoles, 3 de enero de 2024

«Lo que es» no debe ser

Desde que el 2023 se aproximaba a su fecha de caducidad, comencé a notar el uso y abuso de la frase «lo que es». La expresión inaugural se la escuché al coronel de la Policía, Roberto Rivera, pero después comenzó a propagarse con la furia de los megaincendios de Europa y California. Fue cuando sus briznas encendidas alcanzaron el lenguaje de periodistas radiales y televisivos, que a su vez saltaron a la boca de los entrevistados. ¿O fue al revés? Díganme si no han oído estas lindezas de la expresión oral:

«El cuerpo fue trasladado a lo que es el Instituto de Ciencias Forenses». «El individuo utilizó un cuchillo para cometer lo que es un “carjacking”». «El agente le ocupó encima lo que es un revólver calibre .38». «El juez le impuso lo que es un desacato». Elimínenle la frase «lo que es» y díganme si le falta algo a estas oraciones. Pues, si no hace falta, «lo que es» entonces sobra. Y no es una cuestión de argumentar, como diría un chusco, que la frase tampoco hace daño y que es cuestión de que cada cual administre como quiera su saliva.

A esto respondería que, como hablantes, tenemos la responsabilidad social de expresarnos correctamente, que debemos hacer un esfuerzo por simplificar la expresión oral y escrita para así mejorar nuestra comunicación. Y la comunicación es, al fin y al cabo, lo verdaderamente importante de la convivencia humana.

lunes, 23 de octubre de 2023

«Solo defiendo culpables»

Publicado originalmente el 23 de octubre de 2023 en la revista «Ley y Foro» del Colegio de Abogadas y Abogados de Puerto Rico.

 https://tecnocaapr.org/solo-defiendo-culpables-sanchismos/


Estando un día en la oficina vino a verme una persona a quien el tribunal le había concedido diez días para que consiguiera un abogado. Quería contratarme, me dijo, porque me había visto por televisión. Le dije que no creyera en todo lo que viera en la televisión. Sin embargo, no le pregunté de qué se le acusaba ni nada. Ni siquiera le pregunté su nombre. Siempre que alguien viene a verme solo hago una pregunta, y dependiendo de la contestación, entonces decido si debo hacerle otras.

—De entrada, debo hacerle una sola pregunta —le dije.

—Dígame, licenciado.

—¿Es usted culpable o inocente?

Desde su perplejidad me respondió:

—¿Es eso importante? Es que toda la vida he escuchado decir, especialmente en las series de Netflix, que los abogados defienden a todo el mundo, sin importar si son culpables o no, pues para eso la Constitución reconoce el derecho de asistencia de abogado, aunque el acusado sea un vil delincuente o no lo pueda pagar.

—Bueno, de los honorarios hablaremos más tarde —le dije, mientras extraía del closet a mis espaldas mi maletín con la tabla de tarifas, por si acaso—. Ahora insisto en que me diga si es culpable o inocente, porque yo solamente defiendo a culpables.

—¿Co… co… cómo?

—La explicación es sencilla y demostrativa de mi brillantez e inteligencia. Fíjese bien. Si usted es inocente y sale culpable, yo no podría dormir tranquilo, pero si es culpable y sale culpable dormiría como un bebé. Así que, como abogado, aspiro a dormir siempre como un bebé.

—Pero, es que yo soy inocente.

—Ah, pues en ese caso puedo referirlo a otro abogado de los que no les importa eso como a mí. Es más, lo puedo referir a un primo —bueno, creo que primo tercero— que antes era juez, y al que siempre le han gustado las causas perdidas.