lunes, 30 de enero de 2017

22 en 7

Hoy día el que un hombre sea baleado frente a su casa, como acabo de leer en un periódico digital, no debe ser noticia que sorprenda a nadie en Puerto Rico. Pero que el hombre, agricultor para más señas, abandone el mundo de los vivos dejando atrás 42 hijos procreados en siete mujeres, es un hecho insólito, al menos para mí que apenas puedo mantener a dos. No quiero juzgar el caso particular del ser humano objeto de esta noticia, sino aproximarme al hecho genérico, sociológico, de que un hombre se dedique a procrear sin ton ni son.
Y que no me vengan con lo del mandato bíblico del «creced, multiplicaos y poblad la faz de la tierra» porque eso fue pensado como ejercicio de paternidad responsable y no como exhibicionismo machista, y mucho menos como ejercicio de costumbres perrunas. Como están las cosas, una vocación para una reproducción tan prolífica debe conllevar la suficiencia de recursos económicos para la manutención apropiada y oportuna de la prole, sin que tenga la madre que acudir cada rato al tribunal o a Asume para obligarlo a pagar. A lo mejor el hombre de la noticia cumplió bien y fielmente su responsabilidad paterno-filial, no lo dice la noticia, pero la realidad es que el país está atiborrado de algunos a quienes nada importa el bienestar de sus hijos con tal de ellos mismos pasarla bien y poder comer cada día o tener con qué beber, jugar al Pega-3, la Loto o a los caballos. Y cuando se está en esta última categoría, andar por ahí teniendo un hijo en cada esquina es una atrocidad de marca mayor. Podríamos echarlo a chiste, pero no le es.

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