jueves, 29 de agosto de 2019

«Corruptionis abyectae»

El parte de prensa es claro:  los vecinos de Cupey en Río Piedras, hastiados de una invasión del helecho flotante denominado «Salvinia molesta»en el lago Las Curías, el cual impide sus usos recreacional y turístico, optaron por una solución radical: importar desde el estado de Luisiana un insecto para que se lo coma. Se trata del artrópodo picudo «Cyrtobagous salviniae», oriundo del sur de Brasil, pero comprobadamente efectivo en estos litorales.
No pude menos que pensar al leer la noticia «¡Diantre!, ¿por qué no se nos había ocurrido antes traer un insecto para ver si podemos acabar con la otra plaga de amplio alcance que atormenta a todo el país: la de la corrupción gubernamental?». Sabemos que en el Capitolio y en ciertas agencias públicas han estado creciendo unas especies parasitarias del tipo «Corruptionis abyectae», que parecieran pegadas con Crazy Glue a sus escaños y escritorios, y que por la historia reciente —la de los últimos treinta años— se ha dedicado a multiplicar sus fortunas personales a base de prebendas, de la concesión de canonjías, de la aceptación de sobornos y de millonarias mordidas. Si aquella plaga no se le resiste al impulso devorador del artrópodo picudo, a lo mejor, en la misma universidad donde los cupeyanos encontraron el efectivo insecto, pudieran decirnos dónde conseguir otro de tan efectivo impacto contra el «Corruptionis abyectae».

domingo, 13 de enero de 2019

Texas mom strikes again

Un chamaquito de catorce años de un pueblo de Texas quiso darse una trilla del caráh en el BMW nuevo de su madre y, aprovechando que ella estaba trabajando fuera, se lo llevó del garaje sin permiso. La madre no lo notó porque el manganzón desconectó el Wi-Fi para no ser detectado por el sistema de seguridad de la casa que servía, entre otras cosas, para alertarla en su celular sobre posibles escalamientos, ya que recibía avisos cuando alguna puerta de la casa se abría.
Con lo que el jovencito no contaba era con que la mamá de su mejor amigo, a quien él fue a recoger para continuar de juerga en el BM nuevo, llamaría a Lisa Martínez —que es el nombre de la madre del teenager y latina, de seguro— para avisarle de lo que sucedía.
De inmediato, doña Lisa abandonó su lugar de trabajo y comenzó la búsqueda del hijo hasta que lo encontró transitando felizmente por una vía principal. Entonces, se le pareó, le ordenó que se detuviera en el paseo, se bajó del carro empuñando una correa gruesa y larga de cuero, abrió la puerta del conductor y allí mismo, a la vista de todos, le entró a correazos. Luego colgó la grabación de «la pela» que le dio al muchacho en las redes sociales y, ya en su casa, le removió de sus goznes la puerta del cuarto de su hijo y le «confiscó» todos sus aparatos electrónicos. Castigos sin fecha de expiración, que es como Dios manda para casos tan extremos como este.
Como podrán imaginar, las redes no tardaron en explotar (esto es lo que trae la masificación de la comunicación por Internet) y todos comenzaron a opinar a favor y en contra de lo que esa madre había hecho para ponerle vergüenza a su hijo. Unos decían que eso era maltrato de menores y que debía enviársele a ella a prisión. Otros la aplaudían, y algunos hasta fueron más lejos al criticarla por ser tan blandengue porque debió haberle llamado a la policía para que acusaran al menor de robo vehicular. Yo, por mi parte, me mantuve en las gradas leyendo esta gran porfía y recordando cuando nuestro padre —a mis hermanos y a mí— nos daba «cuatro correazos bien dados» a mitad de espalda, mientras nos mantenía de rodillas en el balcón de la casa, de frente a la calle, para que los transeúntes y pasajeros de quienes pasaran frente a la casa nos vieran y nos diera «vergüenza».
De modo que, después de todo, Lisa Martínez fue más generosa que mi padre, pues no sacó a su hijo al pórtico de la casa hincado de rodillas para, así, dar otro espectáculo humillante ante el vecindario. Total que ni imaginarme puedo el castigo que me habría impuesto mi padre de yo haberme «robado» su viejo Studebaker, que se estaba cayendo en cantos de moho, para darme una trillita del caráh por el barrio.

martes, 30 de mayo de 2017

El papa Francisco le pone trompa a Trump

Me llamó la atención que Normando Valentín comentara en Noticentro al amanecer que el papa Francisco le había puesto trompa al presidente Trump en una foto tomada en la reciente visita del presidente al papa, mientras que en una foto anterior apareciera muerto de la risa junto al entonces presidente Barack Obama. De modo que no tuve más remedio que satisfacer mi curiosidad e indagar en la Internet la veracidad de su comentario y, en efecto, así fue.
Sin embargo, luego de verlas he comprendido la razón del papa Francisco de posar tan seriote junto a Trump. El magnate llegado a presidente, acostumbrado a sus reality shows, no hace sino despepitar lo primero que se le ocurre, sin filtro, y pensando que todo el mundo es una chusma que debe tolerar las sandeces que anda por ahí diciendo todo el día, ahora que hasta dejar escapar un pedo a solas es noticia de primera plana en la prensa de todo el mundo. Tanta seriedad del papa puede tener múltiples explicaciones, pero como ninguno de los dos ha hablado sobre esa foto, sabrá Dios lo que Trump le dijo al papa y cómo se lo dijo durante los minutos que estuvieron a solas en una audiencia privada antes de hacerse la foto. Es difícil saberlo, solo podemos conjeturar.
¿Qué tal si le dijo que el Banco Ambrosiano había quebrado porque los del Vaticano, distinto a él —a Trump—, no supieron bañarse y guardar la ropa? ¿Y si lo dicho fue que como siguiera fastidiándolo con lo de la xenofobia y lo del muro entre EE.UU. y México prohibiría las visas al clero que proviene de otros países para ejercer su ministerio en Estados Unidos? ¿Y si amenazó con la pena capital a los sacerdotes que sean condenados por pederastia? ¿O le pidió prestada la plaza de San Pedro para celebrar el concurso de Miss Universe cuando deje de ser presidente (que podría ser pronto a juzgar por los truenos)?
¡Ah!, ¿la risa de él junto a Obama? Pues de seguro fue que el papa le dijo por lo bajo al expresidente: «Tengan cuidado, no vaya a ser que el pueblo norteamericano se vuelva loco en las elecciones de noviembre de 2016 y termine eligiendo a la presidencia a Donald Trump que es de su misma clase». A lo que Obama tuvo que haberle contestado: «¿En serio, Pope?», y se echó a reír. (Vean las fotos a las que se refería Normando).



miércoles, 17 de mayo de 2017

Las piernas de Marlene Dietrich

Leo una noticia en El Mundo de España de que se habría de subastar en Nueva York una carta de amor que le escribió Ernest Hemingway a Marlene Dietrich. Nada singular, particularmente conforme a lo acostumbrado en ese mundo de la cotidianidad de las subastas de cosas pertenecientes a los famosos. Muchas veces son, sin lugar a dudas, chucherías sin ningún valor intrínseco que no sea el que le brinda el solo hecho de haber pertenecido o tocado a determinada persona y el afán desmesurado de mucha gente por la veneración de lo insólito.
Mas lo que realmente atrajo mi atención no fue la foto de la carta manuscrita de Hemingway, sino la parte de la noticia que informa de que Marlene Dietrich había asegurado sus piernas por un millón de dólares ¡en 1934! después de dejar la Alemania nazi. De inmediato supuse: «¡Debieron ser dos piernas del carajo!», pero al deslizar con el mouse el contenido de la pantalla hacia abajo, me topé con la foto de las dos piernas muy delgadas —para mi gusto, por supuesto— de la Dietrich. Entonces, pensé que, en vez de la carta del autor de El viejo y el mar, lo que debió haberse subastado fue una de las piernas momificada de la Dietrich, del mismo modo que un comerciante de Texas, no hace tanto, puso a la venta el dedo pistolero de Pancho Villa por $9,500. De seguro, los admiradores de las patiflacas habrían pagado mejor esa pierna de la famosa actriz, que lo que habría pagado la compañía aseguradora en 1934 por «su pérdida», si ella hubiera «metido la pata» y se la hubiera atrofiado al punto de que quedara obligada a caminar renqueando por el escenario. Y para que sepan a lo que me refiero, vean más adelante las costosas piernas. Como pueden ver, las que «están del carajo» no son las piernas, sino los que estuvieron dispuestos a pagar por ellas un millón de dólares en 1934.



martes, 4 de abril de 2017

UPR: resistirnos, no resignarnos

Un día, miss María Luisa Rodríguez nos puso a debatir el conflicto de Antígona entre cumplir la Ley del ser humano y la Ley de Dios. Al cabo de un rato, angustiado, le pedí una respuesta. “La respuesta debes buscarla tú mismo —me dijo—. Quizás te convendría estudiar Derecho”. Yo tendría dieciséis años y cursaba mi tercer año.
Fue en ese momento que miss María Luisa sembró en mí la idea de ser abogado, algo que resolvía mi cuestión vocacional, pero que no resolvía el escollo mayor: ¿cómo ser abogado si eso requería ir a la universidad y en mi casa no teníamos recursos económicos para costearle estudios universitarios a nadie? Éramos gente de campo; mi padre era un dependiente de tienda con salario mínimo, y mi madre una ama de casa a cargo de seis hijos.
Llegado el momento, la orientadora escolar me dijo que tenía la probabilidad de ser admitido a estudios universitarios con una beca legislativa. Sin embargo, la beca solamente cubría la matrícula, los libros y una mensualidad para el hospedaje; no los gastos personales. Entonces, mi padre decidió que mi madre también trabajara como dependiente. Así se cubriría lo que la beca no cubría. Y nada para recreo.
Vine a estudiar al Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico (UPR) con el sobrecogimiento que sentimos los del campo cuando llegamos por primera vez a la gran ciudad. La disparidad con muchos de mis compañeros de clase era evidente, no solo en el vestir y en el decir, sino en la apreciación de las cosas de la vida. Muchos venían de colegios privados, con las ventajas que eso implicaba; tenían sus propios carros y no tenían que vivir en Santa Rita; sus familias les pagaban apartamentos. El Gobierno me becó y mi madre me enviaba por correo para gastos personales $15 todos los jueves. Con el tiempo pude conseguir un empleo a tiempo parcial. Así transcurrieron mis primeros años universitarios.
Siete años después me graduaba de abogado en la UPR, como me lo había sugerido miss María Luisa. Luego ingresé al servicio público, de donde me jubilé casi treinta años más tarde. He tenido una vida profesional productiva y, a mi modo de ver, le he podido devolver a mi País lo que invirtió en la UPR para mi beneficio. La UPR funcionó en mi caso —como en el de la inmensa mayoría de los estudiantes que han pasado por sus aulas— como mecanismo de nivelación social. Pertenezco a esa generación, a la generación favorecida por el talante visionario de los gestores de un Puerto Rico en desarrollo, fiscalmente sólido, y económicamente confiable.
La inversión del Gobierno en la educación universitaria pública ha sido siempre asunto prioritario, y la UPR, con sus altas y bajas, ha podido brindar una educación universitaria de excelencia. Pese a los escollos que ha tenido que superar, sus profesores se han esforzado y los estudiantes han colaborado para que se mantengan los altos niveles de rendimiento académico. Las grandes contribuciones de nuestra Universidad al desarrollo de las ciencias, el comercio, la agricultura, la industria y las artes en el País son innegables y socialmente imprescindibles.
La UPR es y continuará siendo vía de superación para los puertorriqueños; un afluente principal del desarrollo de Puerto Rico. Nuestra Universidad provee los recursos humanos necesarios para el mejoramiento de los servicios públicos y privados del País, de la calidad de vida del puertorriqueño luchador. La UPR ha permitido que los hijos de los obreros, agricultores y empleados públicos y privados de distintas categorías hayamos podido mejorar la condición económica con respecto de nuestros padres. Sobre todo, los hijos de los pobres hemos podido sumarnos a las filas de los profesionales que hoy servimos con orgullo y dignidad a la sociedad puertorriqueña.
Si la Junta de Control Fiscal no entiende esto, entonces no entiende nada. Por eso debemos resistirnos, no resignarnos.
Publicada en El Nuevo Día, martes, 4 de abril de 2017
http://www.elnuevodia.com/opinion/columnas/uprresistirnosnoresignarnos-columna-2307156/

miércoles, 8 de marzo de 2017

Señal de «rock and roll»

La noticia es que el bebé de una pareja de Utah mostró su lado «rockero» durante un sonograma del vientre de su madre, cuando hizo la señal de «rock and roll», o sea, cuando extendió sus deditos índice y meñique y encogió los otros tres. Cuando el marido notó el extraño gesto, le pidió a la técnica que realizaba la ecografía que volviese a enfocar la mano del bebé y, al ver la imagen, la fotografió con su celular y la compartió gozoso en las redes sociales. Esta es la foto:



No sé de dónde el marido de la embarazada se hizo de la ilusión de que el bebé simplemente quiso hacer la señal del «rock and roll», porque en Yauco, el pueblo de donde vengo, esa señal tiene otro significado que nada tiene que ver con ese género musical. Hecha a otro hombre, esa señal es la de: «¡Eres un cabrón!» (o «un cuernú», si eres de modales más refinados). Es un insulto, un agravio de tal naturaleza que de ordinario suele constituir una invitación a pelear a los puños o, al menos, a un intercambio feroz de recriminaciones y desafíos.
Viniendo de un bebé por nacer —que no puede ser desafiado a liarse a las trompadas con nadie— al ofendido solo le queda echarse a reír de «esa monería», para no tener que suponer que el bebé sabe mejor que él (el marido) quién es su verdadero padre.
Total que si a mí me pasara, lo menos que se me ocurriría pensar es que mi hijo me salió «rockero», sino, por el contrario, que me salió un buen hijo de puta.


martes, 28 de febrero de 2017

«La mitad para cada uno»

Todos tenemos nuestras propias ideas acerca de la justicia, particularmente de la que le impartimos a aquellos a quienes percibimos como responsables de nuestros males inmediatos. Pues resulta que un hombre europeo —la noticia no dice de dónde, pero el video presenta un idioma de un país que no es de lengua romance— decidió cumplir la sentencia de un juez que ordenó que él y su compañera se dividieran los bienes habidos durante su concubinato, es decir, la mitad para cada uno.
El hombre, muy «respetuoso de la ley», se armó de varias herramientas para cortar metal, plástico, tela y madera y procedió a «dividir», literalmente, todos sus bienes. De más está decir que al filo de la sierra y del serrucho eléctrico fue uno por uno y partió por la mitad ante una cámara que lo grababa —para que no lo acusaran después de tratarse de un truco de PhotoShop—la cama, las sillas y taburetes, el televisor led, el tocadiscos, los discos (tanto los de vinilo como los BlueRays), ¡el automóvil!, y hasta un osito de peluche que de seguro representó en otra época el amor que uno sentía por el otro, pero que no sobrevivió al encono que tantas veces se desgaja de esos amores desencajados.
No crean que esa idea me ha parecido nada de genial, sino por el contrario, carente de sentido y, sobre todo, muy vulgar. De hecho, la idea es más vieja que el frío. Aparece en el Antiguo Testamento de donde seguro la tomó. Es el pasaje donde una mujer le roba el hijo recién nacido a la otra en sustitución del suyo muerto. La víctima acude donde el rey Salomón para que le haga justicia y ordene a la otra mujer que le devuelva a su hijo. Entonces Salomón, como no puede determinar cuál de ellas es la verdadera madre, ordena que el niño sea, a filo de espada, dividido en dos y que se le entregue la mitad a cada una. Es célebre el resultado de ese juicio: la verdadera madre, para salvar la vida de su hijo, accede a que se le entregue el niño a la mujer que se lo robó. Y es así cómo Salomón demuestra «su sabiduría» al identificar a la verdadera madre y ordena que se le devuelva el niño.
Pues este «nuevo Salomón» de la sierra y el serrucho optó por esta misma estrategia y decidió ejecutar la sentencia del juez de ese modo inusual dividiendo el caudal «ganancial» no como suele hacerse —los muebles para ti, el carro para mí, la laptop para mí, el televisor para ti, etc.—, sino mediante la división física de cada artículo. El resultado: que destruyó todos los bienes sujetos a división. Como decíamos en el campo: «Ahora ni pa’ mí, ni pa’ naiden». La noticia no dice cómo acabó el asunto, pero mi primo —el que era juez, pues yo de leyes nada sé— me asegura que el hombre va a acabar preso, con una condena en las costillas. Menos mal que podrá desempeñar sus destrezas de handyman en los talleres de la instalación penitenciaria
Y como el juez que lo sentencie no será el Sabio Salomón, no habrá de ordenar que la sentencia sea cortada a la mitad. Tendrá que cumplirla enterita y, además, pagar en metálico el valor de la parte de los bienes destruidos que ella tenía derecho a recibir. Y tiene suerte si no lo condenara a vivir como medio pollito.