martes, 28 de febrero de 2017

«La mitad para cada uno»

Todos tenemos nuestras propias ideas acerca de la justicia, particularmente de la que le impartimos a aquellos a quienes percibimos como responsables de nuestros males inmediatos. Pues resulta que un hombre europeo —la noticia no dice de dónde, pero el video presenta un idioma de un país que no es de lengua romance— decidió cumplir la sentencia de un juez que ordenó que él y su compañera se dividieran los bienes habidos durante su concubinato, es decir, la mitad para cada uno.
El hombre, muy «respetuoso de la ley», se armó de varias herramientas para cortar metal, plástico, tela y madera y procedió a «dividir», literalmente, todos sus bienes. De más está decir que al filo de la sierra y del serrucho eléctrico fue uno por uno y partió por la mitad ante una cámara que lo grababa —para que no lo acusaran después de tratarse de un truco de PhotoShop—la cama, las sillas y taburetes, el televisor led, el tocadiscos, los discos (tanto los de vinilo como los BlueRays), ¡el automóvil!, y hasta un osito de peluche que de seguro representó en otra época el amor que uno sentía por el otro, pero que no sobrevivió al encono que tantas veces se desgaja de esos amores desencajados.
No crean que esa idea me ha parecido nada de genial, sino por el contrario, carente de sentido y, sobre todo, muy vulgar. De hecho, la idea es más vieja que el frío. Aparece en el Antiguo Testamento de donde seguro la tomó. Es el pasaje donde una mujer le roba el hijo recién nacido a la otra en sustitución del suyo muerto. La víctima acude donde el rey Salomón para que le haga justicia y ordene a la otra mujer que le devuelva a su hijo. Entonces Salomón, como no puede determinar cuál de ellas es la verdadera madre, ordena que el niño sea, a filo de espada, dividido en dos y que se le entregue la mitad a cada una. Es célebre el resultado de ese juicio: la verdadera madre, para salvar la vida de su hijo, accede a que se le entregue el niño a la mujer que se lo robó. Y es así cómo Salomón demuestra «su sabiduría» al identificar a la verdadera madre y ordena que se le devuelva el niño.
Pues este «nuevo Salomón» de la sierra y el serrucho optó por esta misma estrategia y decidió ejecutar la sentencia del juez de ese modo inusual dividiendo el caudal «ganancial» no como suele hacerse —los muebles para ti, el carro para mí, la laptop para mí, el televisor para ti, etc.—, sino mediante la división física de cada artículo. El resultado: que destruyó todos los bienes sujetos a división. Como decíamos en el campo: «Ahora ni pa’ mí, ni pa’ naiden». La noticia no dice cómo acabó el asunto, pero mi primo —el que era juez, pues yo de leyes nada sé— me asegura que el hombre va a acabar preso, con una condena en las costillas. Menos mal que podrá desempeñar sus destrezas de handyman en los talleres de la instalación penitenciaria
Y como el juez que lo sentencie no será el Sabio Salomón, no habrá de ordenar que la sentencia sea cortada a la mitad. Tendrá que cumplirla enterita y, además, pagar en metálico el valor de la parte de los bienes destruidos que ella tenía derecho a recibir. Y tiene suerte si no lo condenara a vivir como medio pollito.


No hay comentarios:

Publicar un comentario