En un talk show de Televisión Española, cinco mujeres hablan del Día de San
Valentín. Cada una tiene su propia versión de lo que esta celebración significa
hoy día y aportan sus respectivas opiniones basadas, de seguro, en experiencias
propias y ajenas. Las mujeres son de distintas edades, pero predominan entre ellas
las «maduritas» y más locuaces.
Me llama la atención la que
dice sin tapujos, en un tono más bien airado, que el Día de San Valentín no tiene nada de especial, pues
—ahora viene el cliché— «todos los días del año son “días del amor” porque siempre
son buenos para amar». Añade algo en que le va mucho de razón: que el Día de
San Valentín es, allá en la Madre Patria, una invención de El Corte Inglés. Y
para que mis compatriotas sepan a lo que ella se
refiere, es como si dijera que, aquí en Puerto Rico, es una invención de Macy’s, Sears o JCPenney, o de
cualquiera otra megatienda por departamentos de las muchas que hay en Plaza Las
Américas.
Pero la señora es más audaz y
dice que es no solo el Día de San Valentín una invención de El Corte Inglés,
sino también el Día del Padre ¡y hasta de la Madre! (a los que aquí habría que agregar el Día de la Secretaria y el Día del Jefe). Su queja se aúpa
a niveles insospechados cuando dice que, aparte de los regalos de cosas que no
necesita, encima tiene que recibir esas tarjetitas compradas a excesivos
precios y ponerse a leer los mensajitos prehechos de «Te quiero mamá» y
«Felicidades».
Evidentemente para
ella, el Día de San Valentín es un fenómeno comercial carente de toda significación emocional al que no debemos darle mayor importancia.
Yo no sé de qué parecer es mi
mujer sobre esto del Día de San Valentín. Ella no estaba viendo el programa conmigo. Pero aclaro que como puede ser muy
romántica cuando se lo propone —aunque no se trate del 14 de febrero—, por si
las moscas, y por aquello de «curarme en salud», la felicito en este día.
Y con esto, ya me economizo
la tarjetita y la ira de la señora española.
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