lunes, 30 de enero de 2017

22 en 7

Hoy día el que un hombre sea baleado frente a su casa, como acabo de leer en un periódico digital, no debe ser noticia que sorprenda a nadie en Puerto Rico. Pero que el hombre, agricultor para más señas, abandone el mundo de los vivos dejando atrás 42 hijos procreados en siete mujeres, es un hecho insólito, al menos para mí que apenas puedo mantener a dos. No quiero juzgar el caso particular del ser humano objeto de esta noticia, sino aproximarme al hecho genérico, sociológico, de que un hombre se dedique a procrear sin ton ni son.
Y que no me vengan con lo del mandato bíblico del «creced, multiplicaos y poblad la faz de la tierra» porque eso fue pensado como ejercicio de paternidad responsable y no como exhibicionismo machista, y mucho menos como ejercicio de costumbres perrunas. Como están las cosas, una vocación para una reproducción tan prolífica debe conllevar la suficiencia de recursos económicos para la manutención apropiada y oportuna de la prole, sin que tenga la madre que acudir cada rato al tribunal o a Asume para obligarlo a pagar. A lo mejor el hombre de la noticia cumplió bien y fielmente su responsabilidad paterno-filial, no lo dice la noticia, pero la realidad es que el país está atiborrado de algunos a quienes nada importa el bienestar de sus hijos con tal de ellos mismos pasarla bien y poder comer cada día o tener con qué beber, jugar al Pega-3, la Loto o a los caballos. Y cuando se está en esta última categoría, andar por ahí teniendo un hijo en cada esquina es una atrocidad de marca mayor. Podríamos echarlo a chiste, pero no le es.

domingo, 22 de enero de 2017

Los puertorriqueños sefardíes

Ahora resulta que de la época del cautiverio de Babilonia pudiera haber rastros en las alturas de mi pueblo. Leo en la prensa de hoy que un puertorriqueño llegado a rabino, Gary Fernández Mercado, establecido en la península de la Pascua Florida (ee.uu.) ha descubierto que por sus venas corre sangre de judíos sefardíes. Ha identificado casi seis mil apellidos —incluso los suyos— de origen judío-español y judío-portugués en los habitantes actuales de América. Estos vinieron a las tierras descubiertas por Colón en la última década del siglo xv.
Lo que me llama más la atención de la noticia es que el rabino Fernández está embarcado en la tarea de identificar, mediante pruebas de adn, a 20,000 descendientes de estos sefardíes. Y todo porque el gobierno de Israel ha prometido concederles a éstos la ciudadanía israelí, lo cual facilitaría que se cumpliese con la Ley del Retorno o el «Aliyah» a la tierra de Israel. El rabino Fernández es, además, portavoz de Ezra International, una organización con sede en la tierra de leche y miel que procura rescatar a los judíos más pobres dispersos por el mundo, para regresarlos a su país de origen: Israel.
He visto la lista de apellidos que ha publicado el portal del rabino Fernández y he encontrado una inmensa cantidad de ellos muy comunes en Puerto Rico, incluyendo varios de los míos, como son los Sánchez, Martínez, Mercado y Olivera. Con razón mi tío Dimas Serafín siempre dijo que a nosotros, los Martínez del barrio Collores de Yauco, se nos tenía por judíos y nos apodaban «los santos de la ceiba». O sea, que existe la posibilidad de que tuviera razón y mucho más: que los puertorriqueños seamos más judíos de lo que nos imaginamos.
¿Que qué importancia puede tener este asunto? Bueno, pues que ahora que el presidente Donald Trump la tiene cogida con los inmigrantes hispanos y, por consiguiente, ya mismo se le ocurrirá algo que hacer o decir con respecto a los puertorriqueños, tal vez quiera hacernos una prueba obligatoria de adn para establecer nuestra descendencia judía y regresarnos a Israel. Argumentaría que si resultara que somos descendientes de judíos sefardíes, podríamos obtener la ciudadanía israelí y, entonces, en vez de mudarnos para Orlando, podríamos comenzar a ser deportados a Israel.
A lo mejor incluso, nos obligue a pagarnos el pasaje, y le exigirá al gobierno de Netanyahu que nos consiga alojamiento gratuito tipo Plan 8, nos subsidie el pago del agua, la luz y un teléfono celular, nos consiga un plan médico gratis y nos de un chequecito para hacer la compra y pagar el cable. A lo mejor allá existe el Pega 3 y su parentela de juegos de azar, y podría asegurarle a los israelíes que, dada nuestra naturaleza cuasi adictiva al juego, le devolveríamos al fisco hebreo parte de los beneficios recibidos. Igualito que hacemos aquí. Es más, estoy convencido de que Trump diría que no notaremos la diferencia entre la vida que nos damos aquí y la de allá, porque en Israel tampoco nieva. Y tendríamos la ventaja adicional de que no echaríamos de menos el ruido de los disparos a cualquier hora del día o la noche, ni el escenario de los cadáveres desper-digados sobre el pavimento.
Mañana llamo por mi cuenta para eso del adn y saber a qué atenerme.


sábado, 21 de enero de 2017

¡Para que aprendas!

Siempre había creído que a los juegos de baloncesto se iba a ver jugar baloncesto, especialmente si uno de los equipos contendores era el nuestro. Pues acabo de ver en YouTube el fiasco que pasó un joven por utilizar un juego de la Liga Profesional de Baloncesto en España para otra cosa.
En innegable connivencia con alguno de los que tenían que ver con el espectáculo, el arrojado joven hizo que durante el tiempo muerto, a mitad del partido, lo llamaran a él y a su novia al centro de la cancha. Ella creía que los convocaban para alguna competición de tiradas libres al canasto, como suele suceder en este tipo de espectáculo, hasta que nota, asombrada, que el joven se apodera del micrófono, extrae un pequeño estuche del abrigo colocado sobre el tabloncillo y, tras arrodillarse frente a ella —ahora con el estuche abierto mostrando una sortija de compromiso—, le propone matrimonio con palabras inaudibles para los que vemos el video.
Ella sostiene con su mano derecha el balón y con la izquierda hace movimientos de lado a lado que solo pueden interpretarse como su respuesta: «¡No, no, no!». La joven mujer pone rostro de estupor matizado por una sonrisa sosa, indefinida. Luego le da la espalda al novio osado y se retira a pasos moderados del lugar, dejándolo plantado ante la mirada de incredulidad de los miles de espectadores que abarrotan y hacen estruendo en el recinto deportivo.
No sé qué le hizo suponer que ella tenía ganas de casarse con él, o siquiera de casarse. Es más, probablemente ella lo quiere y todas esas cosas, pero no se encuentra preparada. No sabemos si ya eran pareja, es decir, si ya vivían en concubinato y la idea de «legalizar» la unión la asustó, o que «conociendo de antemano el material» ella no estaba en las de escalar esa relación. O sencillamente ella pensó que la decisión de casarse no era algo que debiera tomarse a la ligera y menos entre el bullicio, el alcohol y el ambiente festivo de una cancha de baloncesto. ¿Habría tenido el mismo resultado si la propuesta de matrimonio hubiese sido hecha en una cena para dos, a la luz de un candil aromatizado, mantel y un buen vino tinto? No, no, no. A mí la insensatez y audacia de él no me conmueven. De hecho, no me parecen nada de románticas. Solo me hacen recordar lo que de niño me decían cuando incurría en conducta temeraria: «¡Bueno está que te pase, para que aprendas!».


lunes, 26 de diciembre de 2016

La cogieron de lo que era

Se puede sentir pena, dar coraje o desear hacerle burlas, pero nadie puede permanecer impasible ante la noticia de que la mujer, una médica de profesión de Marbella, hizo varias transferencias bancarias que sumaron 800 mil euros a un desconocido que la contactó por Facebook y que la engatusó con piropos, halagos amorosos y una promesa falsa de matrimonio. La doctora —la noticia no ofrece su nombre, como era de suponer— recibió la «fabulosa» invitación de amistad de parte del sheikh (jeque) Mohammed bin Rashid Al Makhoum, el primer ministro de Emiratos Árabes Unidos. Pero en realidad no era un jeque, sino dos nigerianos haciéndose pasar como tal.
La ilusionada doctora fue presa fácil de su propia avaricia, pues le dijeron que si ella hacía dos transferencias bancarias de 25,000 euros cada una destinados a ayudar a «sirios inocentes que morían en la guerra», el «jeque» prometía compensarla con 1.5 millones de euros. ¡Sí, Pepe! Días después, entregó personalmente 50,000 euros a un emisario y así sucesivamente otras sumas hasta acumular los 800,000 euros, que ahora serían a cambio de una recompensa de 5 millones de euros. ¡Claro, como si la Luna fuera de queso!
Cuando, finalmente, se concertó un encuentro entre ambos en Madrid, para conocerse —y, es de suponer, para ella tener la certeza de que recibiría sus cinco milloncitos—, el «jeque» no se presentó, y al cabo el fraude fue descubierto gracias a la embajada española en Dubái. Pero ya era tarde y la médica solo pudo obtener, al ejecutarse un plan bien urdido por la Policía, el arresto de los dos implicados en estos hechos. Pero de su dinero, nonines.
Me gustaría suponer que solamente los tarados son víctimas de este tipo de fraude —pues no serían tantos—, pero este caso demuestra que la mentalidad de Pedro Navaja —la de «¡Guiso fácil»— es la que impone los patrones de conducta en ocasiones como ésas, aun en las mentes más educadas y prevenidas. A juzgar por la inteligencia demostrada por la doctora, de seguro de haber vivido aquí en Puerto Rico, habría caído como plasta en el esquema de «La Pirámide» que se ha paseado varias veces por la Isla, cebándose de incautos avaros como ella. Esta vez —lamentable o risiblemente—, la cogieron de lo que era.


domingo, 11 de diciembre de 2016

Mejores fotos para los del manicomio

Donald Trump reunió a una treintena de medios noticiosos y les pidió —¡de favor!— que en las fotos que publicasen no destacaran tanto su notable papada, como aparentemente habían hecho en fotos anteriores. Parece que el hombre no está muy contento, que digamos, con su hinchazón del cuello, rasgo que es en particular atractivo para los caricaturistas.
Naturalmente, cuando se dio a conocer la insólita petición, los deseos de incomodar a Trump se apoderaron de la Internet y, en cuestión de horas, ya eran virales todo tipo de fotos que hacían precisamente un destaque inmisericorde de la enormidad de esa parte de su cuerpo que el magnate inmobiliario, electo por los del manicomio como su nuevo presidente, no quería ver expuesta de modo tan risible. En esto prevaleció el ingenio de fotógrafos que muchas veces, ayudados por la legión de artistas gráficos que dominan la ciencia infusa del Photoshop, lograban la más burlesca presentación de su nuevo aspecto para deleite de los que se bañan en agua de rosas al llevarle la contraria y mofarse de él.
En realidad yo no entiendo esa desabrida preocupación por la mucha grasa alrededor del cuello cuando lo que llama más la atención de su apariencia es la morusa rala y colorá sobre la cabeza que él peina como si se tratara de la capota amarilla de un Cadillac convertible colocada sobre la de un Mini-Cruiser. De seguro mi barbero de Quebradillas, le haría un recorte y peinado para hacerlo presentable en sociedad —o ante los del manicomio que aún no salen del paroxismo de la madrugada del 8 al 9 de noviembre pasados—, ¡ah!, y por solo diez dólares más uno de propina.
O si no, que haga como yo, que vivo feliz con mi quijada kilométrica de hombre-luna, y hasta la fecha no he tenido que ir al siquiatra ni convocar a los medios para pedirles que me favorezcan en los retratos (si es que algún día deciden sacarme retratado, Dios no lo quiera).


sábado, 10 de diciembre de 2016

El reto del maniquí

No hace tanto la diversión en las redes sociales era exhibir fotos de personas, principalmente jóvenes, yaciendo con su cuerpo horizontal boca abajo sobre los objetos o lugares más raros que puedan imaginarse. A esa «diversión» le llamaron planking (del sustantivo plank, que en español significa «tablón de madera»).
Poco tiempo después, cansados ya de fotografiarse en el acto de imitar con sus cuerpos los tablones de madera, iniciaron otra diversión: el owling (del sustantivo owl, que en español significa «búho»). Consistía en fotografiarse en la pose de un búho sobre cualquier estructura o superficie. Para ello la persona se ñangotaba (se ponía en cuclillas) y dejaba caer los brazos a lo largo de su cuerpo.
Ahora, para completar la trilogía del exhibicionismo lúdico, los jóvenes —y algunos viejos— del mundo han implantado una nueva moda: la del reto del maniquí o mannequin challenge. A diferencia de las anteriores, esta modalidad envuelve generalmente a más de una persona e, incluso, multitudes. El «reto» consiste en no moverse (como si los sujetos fuesen maniquíes) mientras alguien filma la imagen «congelada» (o «frizada», para que me entiendan los de aquí) de los «maniquíes». Mientras más dramática, incómoda, sugerente, desafiante, original (añada usted su propio adjetivo) más lucido resulta el reto del maniquí.
Y fíjense cómo son las cosas. Los delincuentes no podían quedarse atrás. Según leo, la policía de Huntsville, Alabama, ha arrestado a dos personas por portación ilegal de armas y posesión de drogas luego de que veintidós delincuentes filmaran un reto del maniquí simulando un tiroteo para el cual exhibieron diecinueve armas de fuego de diferentes tipos y calibres. Luego de colocarlo en Facebook, el reto del maniquí se volvió viral (se vio más de cuatro millones de veces) y la policía, al enterarse, fue a darles su premio (en el allanamiento, ¡bingo!, encontraron armas, municiones, chalecos antibalas y marihuana).
Aunque lo de Alabama no me parece realmente ingenioso, sino más bien descarado, lo de Puerto Rico podría ser distinto. Siempre queremos ser los más más. Y, la delincuencia nuestra, tiene pinta de ser más osada y desalmada. Por eso no me sorprendería, dados los tiroteos callejeros de los últimos tiempos, que a los gatilleros de las narcopandillas se les ocurriera filmar su propio reto del maniquí en el que el sujeto que parece muerto chorreando sangre, en el suelo en medio de la Ponce de León, no sea un maniquí y que encima de eso le riamos las gracias con cuatro millones de «Like».


viernes, 9 de diciembre de 2016

Trump y los ovnis


Ya sabía yo que la explicación de los platillos voladores era más sencilla de lo que por tantos años nos habían hecho creer (o no creer, que es lo mismo). Acabo de leerla en un parte de prensa en la Internet. Todo comenzó el 24 de junio de 1947 cuando Kenneth Arnold, un piloto de la fuerza aérea norteamericana, alegó que había visto nueve ovnis durante uno de sus vuelos. Entonces, un hombre de Córdoba, Argentina, le escribió el 12 del mes siguiente al presidente Harry S. Truman para explicarle el origen del fenómeno. «Mientras peleaba con mi mujer —escribió el argentino—, ella me tiró varios platos, con tal fuerza que éstos salieron volando por la ventana y siguieron camino por el mundo». En la carta —que se conserva en el Museo Truman en Washington, D.C.—, el hombre rogaba al presidente que, cuando capturara los platos, se los devolviera porque reponer esas piezas de su vajilla le resultaría muy costoso.
El Presidente —por aquello de que a los locos, o a los que se hacen, no se les contraría— decidió seguirle la corriente con una respuesta que consideró mucho más inaudita: «Le devolveré los platos el día que elijan papa a un argentino». Sospecho que, en este punto, Truman y su secretaria estarían riéndose a mandíbula batiente del infeliz.
Con Truman y el cordobés ya muertos, casi setenta años después los nietos del argentino han amenazado con demandar en una corte federal de Miami al gobierno de Estados Unidos si no les devuelven pronto los platos avistados por Arnold en 1947, ahora que al cardenal de Buenos Aires lo han hecho papa, que no papilla. Y a mí, como estas cosas me entusiasman sobremanera, tengo planeado colocarme junto a la ventana —la de dos hojas que no tiene ni rejas ni escrines— y, entonces, cucar a mi mujer, que tiene mejor brazo que muchos lanzadores de Grandes Ligas, para que me tire con un par de zapatos con sicote que tengo al alcance de su rabieta. La idea es que algún piloto de la fuerza aérea norteamericana atrape los ovnis para yo reclamarlos.
A ver si tengo con Trump mejor suerte que la que tuvo el cordobés con Truman, y comprobar si Trump es loco, como muchos afirman, o es que se hace, como afirma mi mujer.